Sábado 27 de Septiembre de 2025

Hoy es Sábado 27 de Septiembre de 2025 y son las 08:34 ULTIMOS TITULOS:

27/09/2025

“No son hobbies, es un motor económico”: una defensa de la cultura... con los números en la mano

Fuente: telam

Nathalie Peter Irigoin y Facundo Almeida son diplomáticos y en su libro “El poder de la cultura” dicen que la creatividad está bien distribuida pero las oportunidades, no

>No se crean que un libro que se llama El poder de la cultura va a hablar de cosas románticas, de eso que la cultura nos hace en la cabeza y en el corazón, de eso que nos hace en el cuerpo y nos comunica con los otros. O sí, bueno, un poco sí. Pero, sobre todo, este libro que escribieron Nathalie Peter Irigoin y Facundo de Almeida habla de política, de números de relaciones entre países, de gestión cultural. Cuando dicen “poder” quieren decir “poder”.

Eso: cruce entre relaciones y formas de entender el mundo. De eso se van a ocupar Peter Irigoin y Almeida. Que vienen, claro, de la diplomacia y la gestión. Almeida es argentino y fue parte de la sección cultural de la Cancillería y de la sección internacional de la Secretaría de Cultura. En 2011 cruzó el charco y se fue a Montevideo a dirigir el Museo de Arte Precolombino e Indígena. Allí se quedó y hoy es, además, consultor del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay.

Peter Irigoin es uruguaya, diplomática de carrera, estuvo en organismos multilaterales y en las embajadas de su país en Austria y Estados Unidos, y enseña en Internacionalización de la cultura en la Universidad de la República.

Con ellos conversó Infobae.

Facundo: -El “soft power” es un concepto central en la teoría contemporánea de las relaciones internacionales. Fue acuñado por el politólogo estadounidense Joseph Nye a finales del siglo XX como una forma de explicar que el poder de un Estado no depende exclusivamente de su capacidad militar o económica –lo que se conoce como hard power–, sino también de su capacidad de atracción y persuasión.

Nye propuso el soft power en contraposición a la idea tradicional de poder como coerción. Enonces, el soft power consiste en influir en las preferencias y conductas de otros actores internacionales mediante la credibilidad, la reputación y el atractivo de la cultura, los valores políticos y las políticas exteriores de un país.

Hoy vemos que las guerras, la expresión más extrema del poder duro, no se libran solo en el campo de batalla, sino también en las redes sociales y en los medios de comunicación.

Esto además es fundamental -y casi, te diría que la única opción- para los países de menor poder relativo en términos económicos y militares. En el libro se demuestra que trece países concentran el poder duro en el mundo, es decir, que para los otros Estados -casi todos- la única opción de incidir en el escenario internacional es a través del poder blando.

Sin embargo, con intentarlo no perdíamos nada. Nathalie consiguió su email y le escribimos, como quien tira una botella al mar. En un par de horas recibimos una respuesta muy afectuosa y alentadora, pero nos contaba que acababa de fallecer su esposa y que estaba muy triste después de haber compartido 65 años de vida. A los pocos meses falleció él. Al menos, nos quedó la emoción de saber que Joseph Nye se enteró y nos alentó, para que, desde el sur del sur, publicáramos esta obra.

-¿Los países periférico tienen alguna posibilidad de influir culturalmente en el mundo?

Un creador uruguayo, por ejemplo, ya no necesita pasar por los grandes centros culturales del mundo para tener proyección internacional. Puede llegar directamente a audiencias globales. Y eso ya está ocurriendo: tenemos músicos, escritores y cineastas que están siendo vistos, leídos o escuchados en distintas partes del mundo.

Ahora bien, para que ese potencial realmente se consolide, no alcanza solo con talento -que en Uruguay es abundante-, sino que hace falta un ecosistema que lo apoye. Porque la creatividad está bastante bien repartida en el mundo; lo que no está repartido de forma equitativa son las oportunidades para hacer visible esa creatividad. Por eso, ahí entran en juego el apoyo institucional, las redes internacionales, la inversión en cultura. Esos son los factores que hacen la diferencia entre tener talento y poder transformarlo en influencia cultural real.

Nathalie: - Te contesto con datos, porque desde mi punto de vista ahí no hay mucho margen para discusión: la economía creativa no es un lujo, ni un gasto superfluo. Es un sector estratégico, con impacto económico real y con un potencial enorme de desarrollo.

Según el último informe del BID, este sector genera ingresos por más de 2.250 millones de dólares a nivel mundial, representa el 3% del PBI global y da empleo a más de 30 millones de personas. En América Latina y el Caribe, hablamos de ingresos por 124.000 millones de dólares, el 2,2% del PBI regional y cerca de 2 millones de puestos de trabajo. O sea, no estamos hablando de hobbies: estamos hablando de un motor económico con peso propio.

Pero además del impacto económico, hay otra dimensión que para mí es clave: la inclusión social. La economía creativa genera empleo diverso, calificado y con capacidad de integración. Abre oportunidades especialmente para poblaciones que históricamente han estado excluidas del mercado laboral tradicional: jóvenes, mujeres, afrodescendientes, pueblos originarios, personas LGBTQ+. Esto tiene mucho que ver con la lógica más colaborativa, más abierta, que tienen las industrias culturales.

-¿Cómo analizan los fenómenos del K-pop o del trap?

Es un país que en pocas décadas ha logrado cambiar su imagen y ser reconocido a nivel global a través del audiovisual, la música y la literatura. El cine y las series coreanas son ejemplo de lo primero, el K-pop de lo segundo y la reciente Premio Nobel, de lo tercero.

Yo lo vivo personalmente en Uruguay -quiero decir que soy casi experto en BTS, porque tengo una hija fanática- y, cuando se presenta el K-Pop World Festival en Montevideo, se llenan salas con cientos de adolescentes. Cuando el Embajador sale a dar su discurso lo reciben con alaridos, como si fuera una estrella de rock. Creo que eso solo sucede en el mundo con los embajadores de Corea del Sur.

Buena parte del turismo receptivo de ese país se explica por este fenómeno cultural y también derrama en las exportaciones de otros sectores como los alimentos, los dispositivos móviles y la tecnología, el maquillaje, entre otros. Cada vez que visito Buenos Aires, tengo que ir a un local en Puerto Madero que vende productos coreanos porque mi hija me pide la comida o el café que “toman” los integrantes del BTS.

Pero también es importante destacar que ese rol tiene que ser articulado con otros sectores. Para la presentación en la Feria Internacional del Libro de Montevideo no elegimos diplomáticos ni académicos, sino a una periodista, a María Lorente, directora de AFP América Latina, porque queríamos una visión experta, pero desde fuera de la disciplina, pero que a la vez mostrara ese carácter público y de difusión que tiene esta rama de las relaciones internacionales.

Facundo: -Tratamos de que el libro tuviera un sustento teórico, pero también práctico y operativo, por eso le agregamos ideas para el diseño de una estrategia de diplomacia cultural, pero también una cuarta parte que es un manual básico para gestores culturales internacionales.

Por supuesto, hay mucho más para decir -se podrían escribir uno o más libros enteros sobre ese tema-, pero quisimos dejar algunas ideas, desde nuestra experiencia personal, del modo en que se puede encarar la gestión cultural en el ámbito internacional.

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!