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26/09/2025

“Sartre y el mate amargo”: discurso completo de Mario Ortiz en la apertura de Filba 2025

Fuente: telam

El escritor bahiense abrió el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, que se desarrolla hasta el domingo 29 en distintas sedes de la ciudad

>Cuando me dijeron que el eje de esta presentación es “el otro” inmediatamente se me vinieron a la cabeza varias imágenes, y precisamente por eso voy a comenzar por la más insólita que es al mismo tiempo la más simpática y entrañable. La hermana de Friedrich Nietzsche y su marido encararon un emprendimiento yerbatero en Paraguay en el último tercio del siglo XIX. Dice la leyenda que don Friedrich probó el mate y le gustó. Qué hermoso pensar que pudiese haber escrito las tremendas páginas de Zaratustra o su ensayo sobre la tragedia griega mientras se tomaba unos verdes. La punta de la bombilla se hundiría bajo esos enormes bigotazos de cepillo y lo acompañarían en la ardua reflexión sobre una escritura de fuego.

A veces solemos escuchar a escritores que aseguran con entera convicción que cuando escriben no piensan en el lector. Entiendo el punto: sin dudas se refieren a la autonomía del hecho literario, la libertad creativa y la no subordinación a los mandatos del mercado, del propio público que espera determinada línea estética o de alguna agenda temática. Por supuesto, no podemos sino estar de acuerdo con estos principios; y sin embargo, me dejan un cierto regusto amargo de perplejidad. Y no sólo yo: veo que Sartre se pone un poco nervioso y vuelve a encender la pipa.

¿Para quién escribir? No sé, pero estoy seguro de que no pensar en nadie es condenar a la literatura a un monólogo que se recita en una habitación cerrada sin público. Seamos francos: cuando escribimos pretendemos que nuestros textos les gusten a dos o tres colegas que consideramos competentes y sobre todo al editor de quien depende el veredicto de su publicación. Los actores, músicos y bailarines conviven con un espectador concreto; para ellos es algo natural que su arte sea colectivo y que reciban inmediatamente el aplauso o la crítica. La práctica de la literatura (escritura y lectura) es una actividad solitaria. Por eso, festivales como estos que hoy inauguramos resultan esenciales para recordarnos que, más allá del lector ideal que postula la teoría, hay lectores de carne y hueso a los que queremos llegar, conmover, espantar o seducir. Cuando escribo, me gustaría rasgar la página y adivinar la mirada de ese lector que está del otro lado, darle la mano agradecerle que se detenga en las palabras que vuelco sobre el papel. Esta oportunidad se volverá realidad en este festival: escritor y lector por fin se saludarán y acaso se abrazarán, alguno pedirá autógrafos, harán intercambios de mail, preguntarán, incluso polemizarán, por qué no.

La literatura no es inmediatamente eficaz. Yo mismo me desengañé de estas ilusiones, admite el propio Sartre. Un libro puede bien poco frente a la potencia arrasadora de Twitter o Tiktok. Me dirán que esto es una obviedad y estoy de acuerdo. Es que este discurso no me lo escribió la IA sino que se lo encargué a mi amigo Perogrullo (acá se suponen risas del público). Pero es que, como dijera Brecht, en momentos de confusión nada debe parecer natural. Estamos en una época en que lo que parecía obvio y evidente ya no lo es. Hace pocos días, la escritora Claudia Piñeiro publicó un artículo tremendo llamado “la ignorancia jactanciosa”.

“En su libro La producción de la ignorancia (Stanford University Press, 2008/ Universidad de Zaragoza, 2022), Robert Proctor y Londa Schiebinger examinan un concepto que atribuyen al lingüista Iain Boal: la agnotología (agnosis en griego es “no conocimiento”). Se trata de analizar cómo se produce, difunde o mantiene la ignorancia de manera intencional y estructural. El “no saber” ya no es un vacío de conocimiento que moviliza al aprendizaje, sino ignorancia estratégica, producida por poderes –políticos, económicos, tecnológicos, mediáticos– para satisfacer sus intereses, a través de mecanismos como la información sesgada, las noticias falsas, la manipulación mediática o hasta conspiraciones globales.”

Concluye Piñeiro: “Así, el desconocimiento se exhibe hoy como bandera de autenticidad o rebeldía, reinterpretando la ignorancia como virtud. Y esto tiene efectos políticos y culturales, porque legitima liderazgos, ataca a personas, hunde trayectorias, erosiona instituciones públicas y socava el pensamiento crítico colectivo. La ignorancia que antes se vivía como carencia que debía superarse, hoy, en muchos sectores, se volvió identidad y bandera. En nuestro país, desde el gobierno se menosprecia a científicos, a la educación universitaria, a representantes culturales, a quienes investigan en ciencias sociales, presentándolos como parásitos del Estado.”

El sentido de esta cita extensa no es caer en la remanida queja de “Cambalache” de que “todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor”. Lo que me esfuerzo en señalar es que esa comunidad de lectores y escritores que describía más arriba hoy se encuentra en zona de riesgo. Ya no se trata de denunciar “periodistas ensobrados” o miembros de una “casta”. Se trata de que estamos atravesando una época de barbarie que hubiese asustado hasta al propio Sarmiento. Lo que parecía imposible de volver, ha vuelto como en esas malas películas de zombis clase B. Lamentablemente, esto que denuncia Piñeiro no es un fenómeno nuevo. Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, advertía: “cuando escucho la palabra cultura, echo mano de mi revólver”. Y Millán Astray, general franquista durante la Guerra Civil española, desafiaba orgulloso a Unamuno gritando: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”

No se trata de resistir a este estado de las palabras y las cosas. La resistencia presupone el principio físico de la acción y reacción, que el poder hegemónico tiene la iniciativa, que nos marca la agenda y que nosotros sólo podemos atrincherarnos para resistir los embates. Cuidado: la reacción tiene la misma raíz que la palabra reaccionario. Tampoco se trata de que nos consideremos “la conciencia crítica esclarecida que alumbra al pueblo”. ¡Por Dios! ¡Qué ideas elitistas que huelen a pelucas empolvadas! Quizá los primeros perplejos y desorientados seamos los propios intelectuales que elaboramos sofisticadas teorías sociales para explicar lo que muchas veces no tiene demasiadas explicaciones o es brutalmente simple.

Ni reaccionarios ni iluminados, nosotros tenemos nuestra propia agenda: invitar al lector a que vea en un poema que mucho depende de una carretilla roja mojada de lluvia (W. C. Williams) o que la muerte puede ser quedar en un pasillo oscuro con la puerta cerrada y la llave adentro (Fabián Casas); invitar al lector a este encuentro con el espesor del lenguaje es un acto inmediatamente político. Apostar por el espesor de la palabra es comprometerse con un tiempo y espacio de calidad en que las relaciones humanas vuelvan a ser posibles. El cuidado de la palabra es siempre el cuidado del otro.

Los poetas han realizado la verdadera federalización rizomática de la palabra: un poeta de Neuquén publica en Mar del Plata; otro de Bahía Blanca publica en Rosario. Para el mundo teatral contemporáneo de nuestro país, Jorge Dubatti propuso el término “teatrista”, es decir, el agente que no se limita a ser actor, director o dramaturgo, sino que hace un poco de todo y juega en todos los roles. Del mismo modo, podríamos postular al “escriturista”: la persona que escribe, edita, lee, critica enseña y da talleres literarios. Como dijera Aníbal Jarcowski, acaso muchos de nosotros no vivimos de la literatura, pero sí en la literatura. Nos movemos en ese medio haciendo de todo un poco, y “lo atamos siempre con alambres” como corresponde a buenos argentinos. Y es precisamente esta creatividad la que ha hecho de nuestros ingenieros personas tan buscadas y requeridas en el mundo.

Esta es nuestra agenda. Finalmente, descubrimos a partir del concepto “escriturista” que el otro somos también nosotros mismos. Cada uno de nosotros es un “para sí mismo” y “para el otro”.

Finalmente, a la pregunta para quién escribir, a título absolutamente personal quiero hacer mía una maravillosa frase del injustamente olvidado Cura Loco, el padre Leonardo Castellani: “escribir libros buenos para Dios y regalárselos a la República Argentina”.

Fuente: telam

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