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25/09/2025

San Nicolás de los Arroyos: viaje a la ciudad que es cuna de la organización nacional y se convirtió en centro neurálgico de la fe

Fuente: telam

Allí se firmó el Acuerdo que antecedió a la Constitución de 1853. Y el 25 de septiembre pero de 1983 fue escenario de una aparición de la Virgen María que la transformó en epicentro de peregrinación

>La ciudad de San Nicolás de los Arroyos, enclavada en la ribera del Paraná, en el norte de la provincia de Buenos Aires, es un mosaico de historia, fe y transformación espiritual. Fundada el 14 de abril de 1748 por Rafael de Aguiar, quien regentaba vastas leguas de tierra heredadas por legado testamentario de su suegro Francisco Miguel de Ugarte —fallecido el 14 de abril de 1746 y dejando a su esposa, Juana Paulina Ugarte, como heredera—, esta urbe surgió como un baluarte contra los malones indígenas que azotaban la región.

Sin embargo, su nacimiento no estuvo exento de controversias. Los herederos de la familia Arias reclamaban el nombre “San Vicente” en honor a una capilla dedicada a San Vicente Ferrer en los parajes cercanos, lo que desató un litigio que escaló desde audiencias en Chuquisaca hasta las Cortes y el Consejo de Indias, resolviéndose a favor de Aguiar. Sus cuatro hijos recibieron las parcelas principales, consolidando el legado familiar. En 1755 se erigió el primer templo dedicado a San Nicolás de Bari, pero Aguiar falleció en 1758 y su esposa en 1759.

Un hito pivotal sucedió el 23 de noviembre de 1819, cuando el gobierno le otorgó un cabildo propio, instalado donde hoy se erige la antigua municipalidad. Pero el evento que la inmortalizó en la historia argentina fue el Acuerdo de San Nicolás, firmado el 31 de mayo de 1852. Representantes de catorce provincias —liderados por Justo José de Urquiza (Entre Ríos y Catamarca), Vicente López y Planes (Buenos Aires), Benjamín Virasoro (Corrientes), Domingo Crespo (Santa Fe), Pedro Pascual Segura (Mendoza), Nazario Benavídez (San Juan), Pablo Lucero (San Luis), Manuel Taboada (Santiago del Estero), Celedonio Gutiérrez (Tucumán) y Manuel Vicente Bustos (La Rioja), con adhesiones posteriores de Salta, Jujuy y Córdoba— redactaron dieciocho artículos que sentaron las bases de la organización nacional.

A diferencia de la actual ciudad de Luján, cuya fundación giró en torno a un milagro mariano, San Nicolás existía ya como urbe próspera antes de que la fe mariana la elevara a santuario global. La Catedral de San Nicolás de Bari inició su construcción con la piedra fundamental el 31 de diciembre de 1855, bendecida parcialmente el 24 de diciembre de 1857 por el obispo Mariano José de Escalada, e inaugurada el 26 de diciembre de 1884, tras 29 años de obras costeadas por el Estado y donantes. Ubicada en el sitio de los templos previos, cerca del actual edificio de tribunales, su nave principal se completó primero, aunque las laterales demoraron. Para la inauguración de 1884, el papa León XIII bendijo en Roma una escultura de Nuestra Señora del Rosario, donada para la iglesia matriz. Esta imagen, de singular belleza, ocupó un altar lateral, luego una peana cerca del presbiterio, hasta que una reforma la relegó a un depósito en el campanario, semiolvidada.

El 3 de marzo de 1947, Pío XII erigió la diócesis de San Nicolás, con el templo como catedral. El primer obispo, Monseñor Silvino Martínez (auxiliar de Rosario), tomó posesión el 29 de octubre de 1955, tras un año de vacancia, y fue transferido a Rosario por Juan XXIII el 21 de septiembre de 1959. Le sucedió Monseñor Francisco Juan Vénnera, quien renunció por salud en 1966. El tercer obispo, Monseñor Carlos Horacio Ponce de León (auxiliar de Salta), asumió el 18 de junio de 1966. Feroz opositor de la dictadura cívico-militar (1976-1983), pereció en un sospechoso “accidente automovilístico” el 11 de julio de 1977 en la Ruta Nacional 9, transportando documentos sobre violaciones a los derechos humanos. Pablo VI nombró administrador apostólico a Monseñor Justo Oscar Laguna (auxiliar de San Isidro). El cuarto obispo, Fortunato Antonio Rossi (de Venado Tuerto), fue transferido por Pablo VI el 11 de noviembre de 1977, tomando posesión el 2 de enero de 1978. El quinto, Monseñor Domingo Salvador Castagna (auxiliar de Buenos Aires), llegó el 20 de octubre de 1984, designado por Juan Pablo II el 28 de agosto anterior.

El 12 de octubre, Gladys confió el secreto al padre Carlos Pérez, párroco de la catedral y sobrino de la beata Crescencia Pérez, su confesor. Al día siguiente, el 13 de octubre, la Virgen habló por primera vez: un mensaje de paz y llamada a la oración. El 15 de noviembre, llegó el núcleo del misterio: Soy patrona de esta región. Hagan valer mis derechos.

Este título, olvidado en el tiempo, remitía a la advocación de Nuestra Señora del Rosario, declarada primera patrona del curato de los Arroyos en el siglo XIX. El 27 de noviembre de 1983 —día de la Medalla Milagrosa y comienzo de la novena a San Nicolás—, el padre Pérez hizo un descubrimiento providencial. Recordando la descripción de Gladys —una mujer de porte regio, con manto azul y manos entrelazadas en oración—, subió al campanario y halló la imagen de 1884, empolvada y deteriorada, sin una mano ni rosario. Llevó a Gladys allí, quien la reconoció al instante como la figura de sus visiones. En ese momento, la Virgen se manifestó ante la estatua y le dijo: “Me tienen olvidada, pero he resurgido. Pónganme allí, porque me ves tal cual soy”. La primera restauración inicial corrió por cuenta de la señora Alicia Cowan, quien devolvió su esplendor a la escultura.

Diseñado para 8.000-9.000 fieles de pie, el templo incorpora planta baja, entrepisos especiales, terrazas y explanadas para eventos al aire libre. Su cúpula, de 24 metros de diámetro interior (27 exterior), comprende 64 gajos de hormigón armado, revestidos con placas de cobre en forma de bandejas, visible desde toda la ciudad. La construcción avanzó en fases: piedra fundamental en octubre de 1987; habilitación provisional en 1989, con nave central, cuerpo delantero, criptas anterior y posterior; segunda etapa en febrero de 1990, culminando la cúpula en 1999; y techado del ábside y crucero en 2006. El interior se inauguró íntegramente el 25 de mayo de 2014, un hito de fe comunitaria.

Gladys continuó recibiendo apariciones y mensajes, divulgados con autorización episcopal. Temas recurrentes: conversión, oración, eucaristía y paz. Fenómenos extraordinarios jalonaron el proceso: la “danza del Sol” (visión directa del astro sin encandilamiento), rosarios luminosos en puertas de casas, aromas a rosas en los campos circundantes. Se acuñó una medalla similar a la de la Rue du Bac, inspirada en la visión de Catalina Labouré.

Trágicamente, el 22 de noviembre de 2012, las coronas de la Virgen y el Niño fueron robadas, sin recuperación ni culpables identificados. El 22 de mayo de 2016, en una misa para peregrinos, Cardelli promulgó el decreto de aprobación: “En virtud de todo lo afirmado, y como obispo diocesano facultado para este tipo de pronunciamiento; motivado por un sentido de conciencia justa, decreto con certidumbre moral, buena intención y esperanza; cumpliendo los requisitos del discernimiento sugeridos por la Santa Sede; buscando la mayor gloria de Dios y el bien de nuestra Iglesia; invocando el nombre de Dios Altísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el nombre de María del Rosario de San Nicolás, el de su esposo San José, reconozco el carácter sobrenatural de los felices acontecimientos con los que Dios a través de su hija predilecta, Jesús por medio de su Santísima Madre, el Espíritu Santo por medio de su dilecta esposa, ha querido manifestarse amorosamente en nuestra diócesis”.

Este veredicto diocesano se basó en los criterios de discernimiento delineados por Benedicto XVI: 1) La persona del vidente (integridad de Gladys, evaluada por sacerdotes, médicos, psicólogos y psiquiatras); 2) El contenido de la visión (coherente con la doctrina cristiana, sin contradicciones dogmáticas); 3) La naturaleza o forma de la aparición (manifestaciones luminosas, sin alucinaciones); 4) La finalidad (fomentar conversión, oración y unidad, no lucro ni sensacionalismo). La autoridad recae en el obispo local, quien vela por la piedad fiel; la Congregación para la Doctrina de la Fe ofrece sugerencias, no aprobaciones directas. La Iglesia Católica enseña que la revelación pública cesó con la muerte del último apóstol, conteniendo todo lo esencial para la salvación. Revelaciones privadas, como apariciones marianas, son posibles, pero no obligatorias; históricamente, han suscitado indiferencia, desaprobación o rara aprobación. No alteran dogmas; un católico puede creer o no en ellas sin menoscabo de su fe. La devoción mariana es de hiperdulía —veneración como mediadora ante Dios, no adoración divina—. La Virgen intercede, no obra milagros directamente. Imágenes como la de San Nicolás son recordatorios afectivos, no ídolos; besar una estatua es como besar una foto de un ser querido ausente, expresión de cariño, no idolatría; todos saben que es un trozo de yeso o madera o una pintura, y nada más.

María del Rosario de San Nicolás emerge como faro de unidad y concordia en tiempos turbulentos. Su mensaje unificador, eco de las Bodas de Caná, resuena: “Hagan todo lo que Jesús les diga”. En un mundo fragmentado, esta devoción invita a la obediencia filial, la oración incesante y la eucaristía como puentes al divino. San Nicolás, cuna de pactos nacionales y apariciones celestiales, teje historia profana y sagrada en un tapiz eterno, donde la fe no conquista tierras, sino corazones. La Virgen, resurgida del olvido, llama a sus hijos a redescubrir el Rosario como arma espiritual, patrona regional que trasciende fronteras, recordándonos que la verdadera peregrinación inicia en el alma.

Fuente: telam

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