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21/09/2025

Robert Redford y su amor por los libros: las películas que convirtieron la literatura en cine inolvidable

Fuente: telam

El legendario actor y director estadounidense ha hecho de la adaptación literaria su sello personal, llevando a la pantalla historias profundas que exploran la soledad, el sueño americano y la dignidad humana

>En sus entrevistas, Robert Redford siempre se ha confesado lector y su carrera, vista de reojo, es menos una serie de películas que una especie de biblioteca, con estantes llenos de sus preocupaciones recurrentes. Una y otra vez lo encontramos dando vueltas alrededor de los mismos temas: el sueño americano y el precio que hay que pagar por creer en él, la soledad que pone a prueba la fibra moral, la dignidad del trabajo, los paisajes que se niegan a permanecer en silencio, las intimidades rotas y reparadas, las instituciones que se tambalean cuando nadie las observa. En este artículo abordamos algunos de los libros que adaptó.

En una de sus declaraciones, Redford planteaba que el valor de esa historia estaba precisamente en la paciencia de los periodistas, en la tenacidad y en las horas de monotonía y espera sin bajar los brazos. Pocos entendían esa historia que él quería contar. Su idea de héroe no es un hombre de grandes gestos, sino de silenciosa persistencia, el hábito poco glamoroso de hacer el trabajo y mantener una ética.

Su debut como director con Gente corriente demostró que esa misma ética se aplicaba a la vida privada de los personajes. Esta novela, escrita por Judith Guest en 1976, sigue a la familia Jarrett mientras atraviesan el dolor y el trauma tras la muerte accidental de su hijo mayor, Buck, y el posterior intento de suicidio y la lucha contra la depresión de su hijo menor, Conrad. La historia explora temas como la salud mental, la dinámica familiar y el complejo viaje emocional hacia la curación, centrándose en la relación de Conrad con su madre, Beth, emocionalmente distante, y sus intentos por encontrar su lugar con la ayuda de un psiquiatra.

La versión de Redford rescata todos los elementos de la novela: es una película de silencios, de personas que no logran decir lo que quieren decir y tropiezan con las palabras fallidas. Un adolescente que no puede nombrar su culpa, una madre que confunde el control con el amor, un padre que intenta torpemente aprender una gramática diferente del afecto: no son figuras melodramáticas, sino personas comunes y corrientes cuyo sufrimiento recibe la rara dignidad de la seriedad. Redford nunca se inclina hacia el castigo o la catarsis; simplemente mantiene la cámara el tiempo suficiente para dejar que el dolor respire. El resultado es una película sobre la paciencia, sobre la posibilidad de la reparación, sobre la decencia como un hábito lento más que como una revelación repentina.

A medida que envejecía, sus películas bajaron el tono. En Un paseo por el bosque, basada en la obra de Bill Bryson, convirtió una excursión de senderismo en una meditación sobre el tiempo, sobre cómo afrontar los límites con humor. Nosotros en la noche, adaptada de la novela de Kent Haruf, se acerca a una autobiografía o a un autorretrato. una película acerca de la vejez, la soledad y el miedo a la muerte en soledad y que no pide nada más heroico que el valor de animarse a pedir estar en compañía, no pasar la noche en soledad. Rechaza la nostalgia, rechaza el melodrama y simplemente se detiene en el pedido simple “quedate conmigo esta noche”. La modestia de la obra reflejaba la modestia del hombre.

El ritmo, los personajes, la trama, el paisaje, la cadencia de la literatura se traslada a la pantalla cuando Redford interpreta o dirige. Sabe leer los guiones, las adaptaciones, la literatura detrás de cada película. Y cuando dirige sus actores son guiados hacia la moderación: el silencio en Gente corriente, la memoria en El río de la vida, la humildad en la aceptación de la realidad y los sacrificios de la vida en Nosotros en la noche.

No hay, en su biblioteca filmada, adaptaciones puramente ornamentales. Leídas como capítulos de una misma obra, sus adaptaciones describen un arco íntimo. El joven de los setenta es el lector curioso que se mete en problemas grandes, el hombre que sospecha y empuja, el que quiere mostrar cómo trabajan los adultos que aman la verdad. El de los ochenta prueba que la épica puede ser también un examen de conciencia: el Oeste se vuelve alegato ecológico, el romance una conversación sobre la libertad. El de los noventa perfecciona el método: historia, instituciones, espectáculo; y encuentra en la elegía del río un idioma para nombrar lo que se pierde. El de los dos mil y los años recientes baja la voz: mira la reparación, la compañía, el humor como sabiduría, la intimidad como épica silenciosa, sin estridencias.

Fuente: telam

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