21/09/2025
La epopeya de dos alpinistas argentinos que tocaron las cimas de África y Europa en dos semanas: “No veíamos nuestros pies”

Fuente: telam
Julián Capici rompió marcas nacionales al alcanzar las cumbres del Kilimanjaro y el Elbrus, mientras que Hernán Rivas desafió serias adversidades médicas para cumplir su objetivo en Rusia. La conmovedora historia de dos alpinistas que hicieron lo que ningún otro argentino pudo
>El aire se volvía más denso a cada paso, el frío calaba hasta los huesos y el reloj jugaba en contra. En apenas dos semanas, dos montañistas argentinos decidieron desafiar no solo la altura de dos de las cumbres más emblemáticas del mundo, sino también los límites de la mente y el cuerpo humano. Julián Capici y Hernán Rivas llevaron la bandera argentina hasta el techo de África y Europa: el monte Kilimanjaro y el Elbrus. Y lo hicieron en tiempo récord.
Lo que empezó como un desafío físico se convirtió en una travesía transformadora. La expedición “2 Seven Summits” en dos semanas no solo dejó un récord argentino grabado entre las rocas, sino también un poderoso mensaje: la fuerza se construye desde el cuerpo, la mente y el espíritu. La dupla de amigos, fundadora del proyecto MOVO, lo hizo realidad, y ahora lo cuenta con imágenes inéditas desde las alturas.
“Lloré en las dos cumbres”, confiesa Julián la emoción que lo atravesó, y la mente se le dispara a esos momentos. “En el Kilimanjaro, por la emoción de haberlo logrado; y en el Elbrus, porque no se veía nada, hacía unos -20 grados y, de pronto, se abrió el cielo justo cuando estábamos llegando y vimos a un grupo festejando la cumbre. Eso nos hizo saber que estábamos ahí y que lo habíamos conseguido”, admite. Para Hernán, la emoción fue igual de profunda, aunque teñida por la adversidad que le tocó vivir y que superó: “Creo que en ese momento, las lágrimas brotan por todo lo que venís entregando, lo que sufriste y lo que luchaste para llegar ahí. Y además porque sabés que no lo hiciste solo: hay un montón de gente que estuvo cerca y que estaba pendiente”.Detrás de las lágrimas y el abrazo apretado de los amigos, no sólo hay dos cumbres conquistadas sino un camino compartido desde hace unos tres años. Entrenamiento por medio en un gimnasio, se conocieron y comenzaron hablar de sus pasiones y la pasión por la montaña los unía. Ese fue, sin saberlo, el inicio de una sociedad forjada a pasos firmes y alma abierta.Tanzania se convirtió en el punto de partida del proyecto Siete Cumbres. Allí, el majestuoso Kilimanjaro, con sus 5.895 metros de altitud, se alzaba desafiante ante ellos, imponente y lleno de misterio. La altura africana no solo ponía a prueba su físico, sino también su espíritu. La adrenalina y el entusiasmo colmaban sus corazones mientras iniciaban la travesía, conscientes de que habían invertido meses de entrenamiento y forjado una amistad sólida, capaz de resistir incluso las alturas más extremas. Sin embargo, aquella montaña guardaba para ellos una lección más profunda, una prueba que trascendería lo físico y marcaría para siempre su historia.
Los días iniciales de la expedición transcurrían según lo previsto: tanto Julián como Hernán recorrían las rutas de aclimatación en la montaña, sintiendo la progresiva exigencia del entorno, pero confiando en el entrenamiento y la preparación previos. Sin embargo, a medida que la altura se hacía notar y la rutina de esfuerzo se intensificaba, Hernán comenzó a percibir señales preocupantes de su cuerpo.La noche antes de encarar la cumbre, en el silencio de la carpa y a 4.700 metros sobre el nivel del mar, una sensación desconocida recorrió el cuerpo de Hernán. “La noche antes del ataque a cumbre, en la carpa y preparado para dormir, comencé a sentir un burbujeo cuando inspiraba. Supe que ese era el indicio de un edema pulmonar“, cuenta sobre el malestar que lo llevó a tomar la decisión más importante de ese momento. El diagnóstico médico determinó que padecía un edema pulmonar convertido en neumonía. No quedaba margen para intentar el ascenso; la salud estaba en juego y la evacuación se convirtió en la única ruta posible. ”Decidimos con los médicos que era el momento de abandonar el curso hacia la cumbre. Fue dolorosísimo, pero era lo que había que hacer”, revive Hernán la crudeza del instante en que el cuerpo impuso límites más allá de la voluntad de su espíritu.Mientras él luchaba por su salud, Julián continuaba su camino hacia la cumbre con el corazón dividido. “Cuando Hernán tuvo que bajar en helicóptero, sentí una mezcla de angustia y esperanza: estaba feliz por él, porque había tomado la decisión correcta, pero vacío, porque sabía que estábamos incompletos. Lograr la cumbre sin él no fue lo mismo, pero sentí su presencia en cada paso que di”, confiesa Julián que, tras un esfuerzo colosal, hizo cumbre en el Kilimanjaro el 16 de agosto a las 6.00 de la mañana, un momento cargado de emoción y sacrificio.
Tras recibir el alta médica en Tanzania, Hernán fue trasladado a un hotel, donde aguardó con impaciencia noticias sobre Julián, aún descendiendo a pie los últimos tramos del Kilimanjaro. Cuando supo que su compañero iba a llegar a la entrada del parque nacional, no dudó. Se subió al camión que transportaba los insumos logísticos y se fue a esperarlo.Así, entre el drama, la lucha y la esperanza, la experiencia en Tanzania quedó grabada en ellos como un capítulo intenso, lleno de aprendizajes que marcarían para siempre la esencia de su aventura.
Sin demasiado tiempo para festejos, Hernán tenía apenas cinco días para recuperarse de su neumonía antes de encarar el segundo desafío, y Julián, para reponerse del cansancio físico que le dejó el Kilimanjaro. El Monte Elbrus, en Rusia, los esperaba. Con sus 5.642 metros, esta cumbre imponía condiciones mucho más extremas y un escenario completamente distinto al que habían vivido en África.El aterrizaje en el Cáucaso los sacudió de inmediato. El entorno, la gente, las reglas no escritas y la barrera idiomática crearon un clima que, en nada, se parecía a la calidez de Tanzania. Para Julián, esa transición fue especialmente dura.
“Me costó la adaptación y notar las dos culturas tan diferentes... Siento que me quedé, de alguna forma, enamorado de la calidez de la gente que conocimos en África: de los guías, de los porters, de los cocineros, de la gente que trabajó con nosotros... En Rusia me costó mucho volver a adaptarme y encontrar esa flexibilidad para decir: ‘Bueno, acá pasan cosas distintas’, porque literalmente, se manejan de otra manera. Así que los primeros días ahí tuve como una pelea interna entre la adaptación y el ‘¿qué hago acá?’”, reconoce Julián el impacto emocional del contraste.La expedición fue positiva, pero la jornada de cumbre resultó brutal para ambos: el frío era extremo y la visibilidad, nula. El terreno estaba cubierto de hielo y con una inclinación pronunciada, lo que los obligó a trepar con crampones y sogas, mientras la nieve, en algunos tramos, les llegaba hasta las rodillas. A un costado, el abismo acompañaba en silencio cada paso. Fue una prueba de resistencia total: cada avance era tanto un desafío físico como un ejercicio de fortaleza mental.
“Realmente tuvimos visibilidad cero. Tanto es así que por momentos, literalmente, no nos veíamos nuestros propios pies. En los tramos que caminábamos al lado del vacío, agarrados con una cuerda de seguridad, estábamos con un pie tocando la montaña y del otro lado deseando no errarle a la pisada e irnos para abajo”, describe Julián, dejando ver la tensión constante que los envolvía.“Era muy gracioso porque ninguno de los dos quería visibilizar mucho el optimismo que estábamos viviendo, como una especie de anulo mufa, pero los dos nos sentíamos muy bien, muy fuertes, y la verdad que pudimos hacerlo juntos, llegar a la cumbre casi de la mano, porque el clima fue totalmente hostil”, describe Hernán el cierre de la epopeya compartida, en uno de los entornos más duros del planeta.
Fuente: telam
Compartir
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!