20/09/2025
La osada travesía de Gato y Mancha: los caballos que caminaron 21.500 kilómetros, de la llanura pampeana a la Quinta Avenida

Fuente: telam
Fue idea de un profesor suizo que quería demostrar la potencia de la raza criolla. Los recibieron como a estrellas en México y en Nueva York. Tardaron tres años en cruzar América
>Antes de que el marketing estuviera inventado como tal, hace un siglo hubo un hombre que tuvo una idea para publicitar no un producto, sino una especie de caballos. Una idea que parecía, a priori, una estrategia comercial pero se trataba en realidad de una aventura impulsada por el amor, el compañerismo y las ansias de reivindicación.
Algo de esos caballos, que descendían de los que había traído Pedro de Mendoza en 1536, en ocasión de la primera fundación de Buenos Aires, lo cautivó. Eran caballos que habían permanecido cimarrones -es decir, en estado salvaje- durante casi cinco siglos. Y había un hombre en la Argentina que sabía más que cualquier otra persona sobre la especie.
“Tengo el propósito de hacer un viaje, a caballo exclusivamente, partiendo de Buenos Aires para llegar vía Chile, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, México, California, Salt Lake City, Chicago y Nueva York. Mi deseo es, de ser factible la empresa, utilizar para el raid sólo caballos criollos, tipo argentino, para demostrar así de modo concluyente las bondades del criollo”, le escribió Aimé a Solanet.
El veterinario le había comprado sus primeros criollos a un cacique tehuelche en tierras chubutenses. Cuando leyó las intenciones de Aimé, creyó que el veterinario estaba loco, pero respondió la carta. Le hizo saber al suizo que, si realmente quería hacer ese recorrido, podía ir a Ayacucho a conocer a sus caballos.Aimé no dudó y dio el primer paso de su aventura. Cuando Solanet vio que el suizo aparecía en su campo, no lo pudo creer. Enseguida tomó una decisión: no iba a darle caballos jóvenes al profesor. Era demasiado costoso. Mejor dos que ya tuvieran sus años. Así que fueron Gato, de 16 años, y Mancha, de 15. Acababa de conformarse un trío inquebrantable.El suizo permaneció un tiempo en el campo de Ayacucho. Usó esas semanas para conocer a los dos caballos, para dejar que lo conocieran a él y para probarlos en distintos tipos de terreno. El 24 de abril de 1925, desde la Sociedad Rural de Buenos Aires, Aimé, Gato y Mancha partieron con destino a Nueva York. Solanet, el veterinario que le había regalado los caballos convencido de que era prácticamente un sacrificio, vaticinó ese día: “Con mucha suerte llegan a Rosario”.Para estar preparado para todos los climas, llevó también un poncho impermeable, un sombrero con una red que llegaba hasta los hombros para evitar los insectos, un mosquitero, anteojos para que el viento y la arena no fueran un obstáculo, y una máscara de lana.
Contra los pronósticos de Solanet, no sólo llegaron a Rosario sino que también alcanzaron Santiago del Estero, Tucumán y el límite andino con Bolivia. Tenían por delante todo el continente.Atravesaban ríos, laderas empinadas e incluso alguna vez cayeron por un precipicio. Tschiffely a veces montaba a Gato, a veces a Mancha, y a veces caminaba junto a los dos. A medida que avanzaban, los animales y él aprendían sobre la marcha cómo sortear terrenos, climas y mejores o peores tratos de los lugareños.
Gato y Mancha soportaron el mal de altura y nadaron con pericia cada vez que hubo que cruzar un curso de agua. El suizo hacía lo que podía por encontrar el mejor camino para él y sus compañeros: con sus mapas, estudiaba las rutas que tenían por delante.Nicaragua fue una parada difícil: el país estaba en plena revolución y las requisas militares eran constantes. Aimé diseñó la ruta que le permitiera salir lo más rápido posible de ese territorio en ebullición.
Panamá acababa de estrenar el canal que permite pasar del Atlántico al Pacífico. En Mancha y Gato, la odisea de dos caballitos criollos, el libro que escribió Aimé para contar toda su hazaña, el suizo lo describió así: “¡Qué obra faraónica! {…} Pensaba esto sobre el barco que atravesaba el canal de Panamá, para mis caballos no fue una buena experiencia”.En la capital mexicana lo esperaron periodistas, curiosos e incluso cineastas ávidos por capturar algo de esa historia que ya acumulaba miles de kilómetros. Lo recibieron como a una estrella y Gato y Mancha desfilaron en una corrida de toros.
Aimé sentía que él y sus dos compañeros eran verdaderas estrellas, y por lo bien que los trataban, se quedaron en ese país más que en ningún otro. Por delante quedaba la última escala del recorrido que el suizo se había propuesto para dar cuenta de la fortaleza de los criollos.Gato volvió a lastimarse, esta vez por cómo impactaba el asfalto en sus patas, así que el cruce del río Mississippi fue sólo con Mancha. A esa altura del recorrido, la travesía había cobrado tanta notoriedad en América y en el mundo que el mismísimo presidente estadounidense de entonces, Calvin Coolidge, los recibió en Washington.
Por la odisea que habían cumplido, los dos criollos estuvieron diez días exhibidos en el Madison Square Garden. Se formaban largas filas para conocer a esos dos animales que habían recorrido 21.500 kilómetros, desde el país más austral del continente hasta una de las grandes metrópolis del mundo.
Gato era el dócil, Mancha era el más temperamental. El que no se dejaba montar por nadie que no fuera Aimé, y el que defendía sus pertenencias. Cuando estuvieron separados se extrañaron: relinchaban en cada reencuentro.
Después de la enorme recepción en Nueva York, el profesor y los dos criollitos tuvieron tiempo para descansar. Se embarcaron con rumbo a Buenos Aires el 1º de diciembre de 1928 y cuando llegaron, veinte días después, había una multitud esperándolos en el puerto.Habían recorrido el continente durante más de tres años. Juntos, solos contra los desafíos más cruentos de la naturaleza y también de las grandes ciudades. Habían sido estrellas en una de las ciudades más importantes del mundo, y perfectos desconocidos en medio de la selva y del desierto.
Fuente: telam
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