Viernes 19 de Septiembre de 2025

Hoy es Viernes 19 de Septiembre de 2025 y son las 15:00 ULTIMOS TITULOS:

19/09/2025

La metáfora del rasguño de un gato: ¿cuántas heridas utilizás como excusas para no volver a amar?

Fuente: telam

El zarpazo seco e inesperado que un gato me dio en la infancia fue la excusa perfecta para justificar el miedo a acercarme, a confiar, a que no me lastimen. Me dio licencia para quedarme a salvo, alejado, en control

>Tendría unos ocho años cuando experimenté mi primera traición. Jugaba con un gatito que no era mío. Había aparecido en la vereda, flaco, desconfiado, con ese aire esquivo y encantador que tienen los gatos cuando no saben si quedarse o seguir su camino. Yo quise acariciarlo. Él, al principio, pareció dejarse, ronroneaba, se cruzaba entre mis piernas. Hasta que, confiado y feliz con mi nuevo amigo, intenté abrazarlo y me rasguñó la cara. Un zarpazo seco, inesperado. Me dejó una marca de varios centímetros que me ardió y sangró un poco. Me quedé entre perplejo y enojado. ¿Cómo podía ser? ¿Qué le había hecho para que reaccionara así? En la emocionalidad de un chico de ocho años, esa marca significaba muchas emociones: rechazo, hostilidad, desconfianza.

Hasta que llegó la pandemia, y con ella el encierro, el tedio, y ese deseo urgente de encontrar pequeñas alegrías. Fue entonces cuando mi hijo más chico me pidió tener un gato. Mi primera reacción fue un “ni loco”. Pero en su insistencia percibí que para él era importante, así que finalmente accedí.

Hoy al recordar aquel hecho de infancia me pregunto: ¿por qué viví ese rasguño como algo terrible? ¿Por qué me aferré tanto tiempo a esa herida? ¿Por qué asumí ese arañazo como una traición imperdonable? ¿Por qué marcó mi conducta tantos años?

Esta anécdota tan sencilla de mi niñez me resulta hoy una metáfora de la vida. A veces una herida pequeña es todo lo que necesitamos para convencernos de que es mejor no volver a intentarlo.

Porque si “me lastimaron” puedo justificar no confiar, no abrirme, no arriesgar. Porque si tengo una herida, tengo una razón. Y esa razón me protege. Me permite quedarme quieto, a salvo, cristalizado. Lo que no nos animamos a nombrar es que, muchas veces, esa herida es más útil que dolorosa. Nos evita el miedo más grande: volver a sentirnos vulnerables.

¿Cuántas de tus heridas todavía te sirven para justificar el miedo que te impide entregarte, abrirte aún asumiendo el riesgo de salir lastimado? ¿Qué parte de ti necesita seguir creyendo que aquel rasguño fue imperdonable, cuando tal vez solo fue una forma torpe del otro de defenderse?

¿Y si no se tratara de perdonar, sino de dejar de usar ese viejo dolor como escudo? ¿Qué heridas sigues necesitando para no tener que volver a confiar?

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!