15/09/2025
Desierto Blanco, la joya natural que parece sacada de otro planeta

Fuente: telam
En medio del Sahara egipcio, este lugar deslumbra con formaciones únicas, fauna insólita e intensas experiencias que transforman a quienes se atreven a explorar su misterio y su belleza
>El Desierto Blanco de El paisaje del Desierto Blanco —o Sahara el Beyda— está dominado por colosales formaciones de piedra caliza calcárea, moldeadas durante miles de años por la erosión eólica y las dunas móviles. Estas esculturas naturales emergen como figuras fantásticas: algunas recuerdan a enormes aves rapaces, otras evocan la silueta de la Gran Esfinge, camellos o criaturas salidas de un sueño.
Durante una tormenta de arena, el escenario adquiere una aura de irrealidad. Las rocas, ya imponentes bajo el sol, se convierten en fantasmas que parpadean entre la bruma de polvo y viento. Según The New York Times, esta atmósfera puede llevar a la pregunta: “¿Podrían estos extraños centinelas de piedra caliza haber inspirado a los antiguos egipcios a esculpir algunos de sus monumentos más emblemáticos?”.Llegar al Desierto Blanco es en sí mismo una travesía. El viaje inicia en El Cairo y cruza el Oasis de Bahariya; la ruta de cinco horas permite un progresivo desapego del ajetreo urbano antes de adentrarse en el mar de dunas y piedra. La mayoría de los viajeros, como describe The New York Times, optan por expediciones en todoterrenos robustos y en compañía de guías locales. La logística es fundamental: elementos como el agua, provisiones, equipos de navegación y tiendas resistentes a las tormentas de arena son imprescindibles para sobrevivir en estas condiciones extremas.
El entorno del Desierto Blanco es aún más fascinante gracias a sus vecinos, el Desierto Negro y la Montaña de Cristal.
En el Desierto Negro, el color de la arena cambia abruptamente por la presencia de colinas volcánicas de cima negra. Estos picos, vestigios de antiguas erupciones, cubren la arena ocre con un manto oscuro, generando un paisaje de contrastes casi marcianos. Trepar hasta una de estas colinas permite apreciar una perspectiva impresionante: “Observamos la luz cambiar a través del silencioso y vasto suelo del desierto: una vista que hacía que el mundo más allá pareciera increíblemente lejano”, describe The New York Times.Probablemente, el rincón más sorprendente es el Valle de Agabat (Wadi al-Agabat): un laberinto escondido de formaciones rocosas y terreno lunar, solo accesible con expertos conocedores del terreno. Su belleza esculpida por los vientos y el tiempo, junto a sus arenas doradas, lo convierten en punto de referencia histórica y natural. Durante los períodos faraónico, grecorromano e islámico, este valle formó parte vital de antiguas rutas de caravanas, facilitando la conexión entre oasis y el valle del Nilo.
En el corazón de Agabat se esconde la Cueva de la Luna. La luz se filtra a través de grietas, iluminando paredes de minerales que parecen vibrar bajo el tenue resplandor. Allí, la acústica natural magnífica hasta el más leve sonido, un fenómeno útil incluso para enviar señales de auxilio en caso de emergencia.A pesar de la dureza del entorno —sacos de dormir llenos de arena, polvo incesante, el calor del día y el frío de la noche—, cada instante en el Desierto Blanco de Egipto es una experiencia para el asombro. En palabras de The New York Times: “Parecía que los elementos básicos de la vida—aire, tierra, fuego, agua (o su desesperante escasez)—se afirmaban con una claridad emocionante”.
Fuente: telam
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