Domingo 14 de Septiembre de 2025

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14/09/2025

Escribió en papelitos la muerte de su madre y, 15 años después, Andrés Neuman los publica: “En el poema podés ejercer la impudicia”

Fuente: telam

Ella tenía poco más de 50 años. El escritor la cuidó. Esa experiencia está detrás de un libro sensible e inteligente. Aquí, reflexiona sobre qué es acompañar, por qué no hablamos de eso y el dolor como tema colectivo

>No sé si es buena hacer una entrevista con alguien a quien se ha visto un par de veces para hablar de la muerte de su madre, cuando él era incluso mucho más joven que ahora. De los papelitos que fue escribiendo cuando ella se enfermó, cuando la cuidaba, cuando la tuvo que llevar al baño. De cómo esos papelitos quedaron en una bolsa muchos años, más de diez. Pero como esos temas vuelven, como esas muerte no se curan nunca, las palabras siguieron dando vueltas y un día él abrió la bolsa y vio que eran poemas y acá estamos: un bar de Buenos Aires, una mañana, Andrés Neuman y su libro Isla con madre, que publicó la editorial La bella Varsovia.

Neuman nació en Buenos Aires en 1977 pero creció en Andalucía y allí sigue viviendo. Y aunque ahora hable con un acento que no lo distinguiría de cualquier porteño, cuenta que puede cambiar de registro y ser españolísimo en un segundo. No se sabe bien en qué estante -¿litertura española? ¿argentina?- poner sus libros. Que son, muchos, novelas, como El viajero del siglo, con la que ganó el Premio Alfaguara, o Hasta que empieza a brillar, sobre María Moliner y su famoso diccionario.

De esto hablamos, para arrancar, porque hablar de si el vos o el tú es más fácil que hablar del cáncer de pulmón, del dolor, de la fragilidad, del hijo que cambia de rol y se vuelve, antes de cumplir 30, el que cuida.

-En un verso hablás de decir las cosas “por si se desentrena la impudicia”. ¿La poesía es un género que permite ir a la impudicia? ¿Más que la narrativa?

-¿Lo impúdico son los sentimientos?

-Sin duda, lo otro ni siquiera me interesa desnudarlo. Estoy hablando de lo que cuesta decir o los sentimientos que son incómodos de nombrar. Y al mismo tiempo son incómodos porque no hay un léxico comunitario o una costumbre de ejercer ese léxico emocional de manera comunitaria. Hay una paradoja interesante, que es que la poesía tiene, entre otras muchas posibilidades, dos direcciones anímicas muy clásicas: la himnica y la elegía. A la himnica se la suele vincular a los rituales comunitarios. No hay himno sin un grupo. En cambio, a la elegía se la suele asociar con el dolor privado. Y eso, en realidad, es un malentendido. ¿Por qué? Porque las emociones más trascendentes de nuestra especie, incluyendo las dolorosas, son profundamente colectivas, están interrelacionadas, se comparten, se comprenden mejor en comunidad.Pero nos educan para dificultar los circuitos entre los dolores y la conversación colectiva. Entonces, uno tiende a asociar el himno a un canto en voz alta de manera coral y a la elegía a un susurro casi secreto.

-Sin embargo, no hay nadie que desconozca los dolores que la elegía canta y hay un extraño bálsamo en poder identificarlos, nombrarlos y compartirlos.

-Contame las circunstancias, cómo escribiste este libro.

-Es un libro conmovedor, en lo último que pensé fue en el arquetipo de la experiencia.

-Eso es en un momento muy posterior. Vuelvo a la génesis: en poco tiempo vi como en mi familia el cuidado pasaba a ser cuidador y la cuidadora pasaba a ser cuidada. Y que había entonces una incertidumbre, una fragilidad de todos los personajes familiares, la vulnerabilidad que en cualquier momento puede alterar el precario equilibrio de nuestros afectos. Eso me dejó pensando sobre, sobre la necesidad de escribir acerca de los cuidados desde un punto de vista literario.

-Durante todo ese par de años en que hicimos el acompañamiento y el cuidado de la despedida de mi madre, que tenía una enfermedad, en principio, incurable, fui tomando nota con papelitos, sin ninguna intención no ya de publicarlos, que por supuesto que no, sino que ni siquiera pensé que pudieran conformar un libro, aunque fuese un libro íntimo, doméstico. Eran trozos de papel que me sucedían en un hospital, al lado de una cama o en un pasillo, o caminando por la calle, yendo al hospital o saliendo. Y era una especie de prolongación de las conversaciones que no siempre se pueden tener con los seres queridos a los que cuidamos por distintas razones. Esto que dice el libro en un momento dado... que las cartas verdaderas se escriben para quienes no podrán recibirlas.

¿Qué son estas palabras

que no dije?

Las cartas verdaderas

no pueden recibirlas.

-Era una forma, por un lado, de conversar con mi madre y, por otro, de generar una acción de gracias y un ritual de despedida. Una especie de conversación fantasmagórica.

-Tenían la forma de versos. Yo muy habitualmente tomo notas en verso, pero no porque pretenda publicarlas. El ritmo me ayuda a pensar y me clarifica el sentimiento. Hay algo en la forma versal que vuelve nítida la posibilidad de sentir, ¿no?

-No, nada.

-Papelitos sueltos. En una bolsita que, a su vez, guardaba en un cajón. Era una especie de secreto casi ante mí mismo. Y eso fue el antes, el durante y el después de la pérdida. Más o menos un par de años de escritura. Que ahí quedaron, en un cajón, durante, por lo menos quince años. Siempre miraba ese cajón y pensaba: “¿Lo abro o no lo abro?” Y al principio era demasiado delicado como para abrirlo y después me pareció que ya era demasiado tarde. “¿Y ahora para qué?” Entonces, quedó en una especie de limbo ese cajón. Y jamás los releí. No los pasé en limpio. Hasta que hice mi duelo. Por supuesto que esto lo abordé de otras maneras, más indirectas, en la ficción, sobre todo una novela que se llama Hablar solos, que no habla en lo absoluto de mi madre y, sin embargo, habla de las personas que cuidan y de la dificultad de hablar de los derechos emocionales y familiares de las personas que cuidan.

-¿Y cuando terminó el duelo?

-No querías que tu hijo no tuviera abuela...

Al sol, tu cráneo liso,

menos urgentemente

del puente, y escribir

muy suave.

-Ese balbuceo tenía que ver con la iniciación lingüística también. Mi madre nació de “vos” y murió de “tú”. Nació en Argentina y se murió en España, y mi propia infancia hizo ese recorrido. Y que entonces ese voceo tenía algo de invocación a la madre primera. Y un regreso a la lengua materna o al dialecto materno.

-Claro, porque su abuela es un relato. No solo tiene, sino que siento que debe tenerlo, porque mi madre existirá en la medida en que se la narre. Entonces, una de mis misiones en la vida de mi hijo es narrarle a su abuela.

-Tal cual. Entonces, lo que hice fue empezar a pasarlos a limpio. Sentí que hacía falta algún tipo de ritual físico con los papelitos también, que tuviera algo como de ritual primitivo. Entonces, hice algo que ni siquiera en mi más tierna infancia había hecho: quemé los papelitos de los poemas que iba descartando. Los poemas que más me apelaban los iba pasando a limpio y los que no, los iba quemando como en un ritual funerario

-Supongo que están en un cajón.

-¿Cómo fue volver a leerlos?

-¿Quién no tiene un dolor de muerte?

-Hacés mucho énfasis en los cuidados.

Te cepillé los dientes,

te ofrecí con cuchara mi temor.

-Escribir sobre esto es parte también de hacernos cargo de nuestra parte del cuidado. Escribimos sobre lo que nos importa. Y si los cuidados nos importan, como creo que sin duda nos importan, merecen y hasta demandan una escritura y el estar siempre más preparados para, yo qué sé, una crítica del capitalismo, un análisis del imperativo categórico kantiano, el gol de turno o cualquier tema, pero no esta zona del cuidado, forma parte de los mil y un tabúes de nuestra educación.

-Las experiencias dolientes, como la del duelo, solemos vivirlas en forma de isla, es como una ilusión óptica con respecto a nuestras propias emociones. Creemos y sentimos que es imposible que alguien te entienda, que son muy tuyas, muy excepcionales. Entonces mirás a tu alrededor y lo que hay es la inmensidad, te sentís aislado en tu dolor. Pero si proyectás una mirada un poco más panorámica, descubrís un archipiélago. Hay un montón de gente que se siente aislada, sintiendo o pasando algo muy parecido a lo tuyo. Las experiencias trascendentalesl del ser humano tienen esta cualidad como anfibia, que se viven como difícilmente transmisibles, excepcionales y muy difíciles de comprender por otra persona. Y el mundo está lleno de gente sintiendo exactamente eso con respecto a las mismas cosas.

-Claro, claro. Entonces, es la transformación o la mutación de la isla en archipiélago: una isla que se comunica con otras islas mediante un líquido, que en este caso es la palabra. Y ahí se forma un archipiélago dolores inicialmente aislados que ahora se interconectan. Esa función cumplen muchas veces los libros, por supuesto.

-Aaparte de mi papá, estaba mi hermano. Cuando mi mamá murió, mi hermano era bastante joven, tenía un poco más de veinte años. Entonces mi hermano, que vivió muy poquitos años en Buenos Aires y que tiene unos recuerdos de infancia tenues en Buenos Aires, quería plantar un árbol con las cenizas de nuestra madre. Y a mí eso me generaba un dilema irresoluble, porque ¿dónde plantábamos el árbol? ¿Acá o allá? ¿En qué orilla del mar plantábaamos el árbol? Él necesitaba un lugar al que peregrinar, que es una necesidad antropológica de toda la vida, peregrinar al lugar de tus muertos. Y yo, y yo tenía la necesidad, otra necesidad también atávica que era tirarla al mar, ¿no? Esparcirla, sería la palabra. Esparcirla en el mar, que es precisamente un modo de que estés en más de un lugar o que estés circulando. Él quería un lugar y yo un movimiento, él quería una raíz y yo, al no poder elegirla, prefería el mar, que es lo que atravesamos cuando vamos de un lugar al otro. Entonces, nos dividimos, nos repartimos salomónicamente la metáfora que quedaba de nuestra madre, plantamos un árbol y la esparcimos en el mar junto con nuestro padre. Pero entonces, muchos años después, cuando exhumo estos papelitos, me doy cuenta de que la metáfora de la isla recoge exactamente esos dos movimientos, o sea, la raíz del árbol y el fluido del mar, porque una isla es tierra y mar al mismo tiempo.

Con los brazos marcados. Sin pestañas.

Las muñecas dobladas y las uñas robustas.

Así morías, madre, vos, tan viva.

Fuente: telam

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