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09/09/2025

El mesianismo y las tribulaciones del genocida Acdel Vilas: de su diario prohibido a una novela reveladora sobre su vida

Fuente: telam

General sin tropa al principio, fue nombrado jefe del operativo contra la guerrilla del ERP en Tucumán en febrero de 1975. Sobre esa experiencia escribió un diario que el Ejército le impidió publicar porque era una confesión lisa y llana de crímenes de lesa humanidad. Cómo fue su paso por Bahía Blanca al final de su carrera

>“Vilas, usted no me ha dejado nada por hacer”, le dijo Antonio Domingo Bussi a Adel Edgardo Vilas y el destinatario de la frase se debatió entre el orgullo y la frustración. El encuentro se produjo el 18 de julio de 1975, en Tucumán, cuando Vilas debió entregarle a Bussi el mando de la V Brigada de Infantería y también el del “Operativo Independencia”, a cuyo cargo había estado desde el comienzo, diez meses antes. El orgullo se debía al reconocimiento – algo que por su personalidad siempre buscaba – a la misión cumplida; la frustración, a la certeza de que lo desplazaban por razones que no eran exclusivamente castrenses y que, al sacarlo del medio, le impedían terminar su trabajo, que iba mucho más allá de haber derrotado a la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que había abierto un foco en el monte tucumano.

Las causas que el general desplazado intuía eran muchas y ciertas: su filiación peronista, su desprecio profesional por los altos mandos, la aplicación de métodos de represión ilegal a cielo abierto –en lugar de hacerlo en las sombras– y su mesianismo, que lo volvía un engranaje poco confiable en una máquina que debía funcionar sin desperfectos.

Paradójicamente, Vilas escribió muy poco sobre su accionar en Bahía Blanca, mucho menos que lo que dejó en su diario sobre Tucumán. Medio siglo después de aquellos hechos, la aparición de la novela Goya -publicada por Pixel- del abogado y escritor bahiense Pablo Fermento viene de alguna manera a llenar ese hueco incursionando en las obsesiones ideológicas y personales de Vilas durante su paso por el sur. Leídos en espejo, como hizo este cronista, el diario y la novela terminan de delinear la siniestra figura de un genocida de características singulares.

El miércoles 5 de febrero de 1975, la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón estampó su firma en el decreto 261/75, que ordenaba a las Fuerzas Armadas realizar acciones para “neutralizar y/o aniquilar” el accionar de lo que se definía como “elementos subversivos” en la provincia de Tucumán. Se inició así el llamado “Operativo Independencia” –al mando de Adel Vilas y luego de Bussi– que en la práctica fue la aplicación de la metodología de “guerra contrarrevolucionaria” de la Escuela Francesa, que poco tenía que ver con enfrentar en combate a las exiguas fuerzas guerrilleras del ERP que había por entonces en el monte tucumano. Por el contrario, fue un plan sistemático de represión ilegal cuyo “blanco” fue toda la población de la provincia”. Sus métodos fueron el secuestro, la tortura, la internación de campos de concentración y el asesinato de las víctimas, cuyos cuerpos desaparecían o se mostraban como de guerrilleros caídos en falsos enfrentamientos.

Así, la provincia considerada “el jardín de la república” se convirtió en el laboratorio del terrorismo de Estado desde mucho antes de la instauración del Estado Terrorista con el golpe del 24 de marzo de 1976. El despliegue de fuerzas represivas en el territorio provincial fue inmenso: se calcula que hubo momentos en que unos 6.000 efectivos del Ejército, la Fuerza Aérea, Gendarmería y las policías Federal y provincial operaron al mismo tiempo. Sin embargo, los combates contra las fuerzas guerrilleras fueron escasos, mientras que la represión se centró en los centros poblados para cortar las líneas de abastecimiento de la guerrilla. “La estrategia de Vilas (Adel, primer jefe del operativo) no fue buscar a los guerrilleros en el monte, sino que la presión se concentró sobre los pobladores que vivían en los alrededores. Mataron a muchos que colaboraban con la guerrilla, sobre todo entre las localidades de Lules y Famaillá”, explica Lucía Nair Perl en su trabajo “Al abrigo del poder: del ‘Operativo Independencia’ al golpe de Estado en la voz editorial de La Gaceta de Tucumán, 1975-1976”.

Precisamente en Famaillá, Vilas instaló su Comando Táctico y también el primer centro clandestino de detención y tortura de los 57 que fueron montados durante el operativo, la famosa “Escuelita de Famaillá”. Por allí, según relató el propio jefe militar en su Diario, entre febrero y diciembre de 1975 estuvieron detenidas clandestinamente 1507 personas. Porque, así como rehuía los combates en el monte, Vilas también esquivaba a la justicia. “Es más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, que condenar en sede judicial a un subversivo”, solía pontificar frente a sus colaboradores. Su solución era torturarlos y asesinarlos.

Dios lo quiso, titula, escribe, repite e insiste Adel Vilas en su diario cuando se refiere al motivo de su nombramiento como jefe del “Operativo Independencia”. “El desafío estaba allí, esperando que alguien lo tomara. Dios quiso que fuera yo quien tuviera la responsabilidad de llevar a las armas argentinas al triunfo... o al fracaso”, dice casi al principio del texto. Su misión es mesiánicamente a todo o nada.

Otro obstáculo que encuentra es el que le plantea el Poder Judicial: “Los guerrilleros, ni bien eran entregados a la justicia hacían valer las garantías que ésta les ofrecía”, describe. Como solución, resuelve crear un centro clandestino de detención y tortura, el primero de la Argentina: “La Escuelita”, en Famaillá. “Hubo que olvidar por un instante -un instante que se prolongó diez meses- las enseñanzas del Colegio Militar y las leyes de la guerra donde el honor y la ética son partes esenciales, aunque muchos no lo crean así, consustanciarse con este nuevo tipo de lucha para extraer saldos positivos. Si por respeto a las normas clásicas nos hubiésemos abstenido de emplear métodos no convencionales, la tarea de inteligencia -y ésta era una guerra de inteligencia- se habría tornado imposible de llevar adelante (…) Es menester desmontar uno de los principales mitos del enemigo, referente a su capacidad de resistencia para soportar el castigo físico y psicológico. Tarde o temprano su capacidad se agota, los guerrilleros terminan ‘quebrándose’, como se dice en el lenguaje operativo”, explica en una brutal admisión de la aplicación de torturas.

También admite y detalla cómo los grupos de tareas secuestraban. “Si el procedimiento de detención se había realizado vistiendo uniformes del Ejército, entonces no había más remedio que entregarlo a la justicia para que a las pocas horas saliese en libertad; pero si la operación se realizaba con oficiales vestidos de civil y en coches ‘operativos’, como lo ordené ni bien me di cuenta de lo que era la “justicia” y la partidocracia, la cosa cambiaba”. Sus blancos, señala, no era solo guerrilleros sino “médicos, abogados, odontólogos, escribanos, profesores universitarios, enfermeros, arquitectos, ingenieros y guardia cárceles”.

Pablo Fermento es abogado, docente de la Universidad del Sur e integrante de la Fiscalía Federal de Derechos Humanos de Bahía Blanca y, como tal, ha intervenido como auxiliar fiscal en los procesos de investigación y juzgamiento de crímenes de lesa humanidad. Acaba de publicar “Goya” - título que alude al lugar de nacimiento de Adel Vilas -, una novela que reconstruye de manera ficcional su paso por Bahía Blanca como segundo comandante y jefe de Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército. “La historia de Vilas la conozco por mi trabajo en la fiscalía. Su figura fue la que más me llamó la atención porque al estudiar la estructura represiva de Bahía Blanca encontré que era una persona totalmente convencida con un alto grado de fanatismo y ganas de trasmitir la manera en que pensaba que debían hacerse las cosas. Desde esta posición narcisista, mesiánica, quiere convertir a Bahía Blanca en un punto estratégico de combate. Es personaje con épicas de fundación y refundación de la nación, y también de la ciudad”, le dice Fermento a Infobae.

Si bien el autor delinea la psicología de su personaje, evita cuidadosamente caer en el lugar común de una excepcionalidad que explique sus crímenes. Es un tipo común –aunque fanatizado y a la vez frustrado-, una pieza más del plan sistemático de represión ilegal de la dictadura. También muestra con acciones y palabras el caldo ideológico en que se mueve y lo motiva, el del combate total contra “la subversión”, no solo con las armas sino en todos los ámbitos: la universidad, la cultura, la sociedad entera.

En esa estrategia, Vilas coincide y encuentra un aliado en el diario local La Nueva Provincia, que elogia su accionar. Vilas no se detiene ante el ‘qué dirán’. Conoce la naturaleza de esta guerra y conoce la ‘inteligentzia’ en todo su cómodo snobismo, la sabe dispuesta a negar, en la primera de cambios, la evidencia con tal de salvar la cara y no comprometerse. El general Vilas no se ha arredado (sic) ante los peligros que supone hablar claro y denunciar tanto personaje estólido e inflado, cómplice del marxismo, lo sea por omisión, arribismo, cobardía o estupidez, todo aquel que haya cohonestado la táctica subversiva es culpable… y merece ser condenado. A esta altura existe solo una dialéctica: la del amigo-enemigo. Y al enemigo, el vencedor de Tucumán, lo comprende mejor que nadie, debe tratárselo como tal. ¿O es que todavía vamos a creer que, mientras se conspira para destruir a la Patria, los delincuentes subversivos merecen acogerse al Tratado de Ginebra? Créanlo los cobardes, los cómplices… No lo cree así, afortunadamente, quién venció en Tucumán y hoy se empeña en limpiar a Bahía Blanca de elementos subversivos”, lo exalta en un editorial del 12 de agosto de 1976.

Fuente: telam

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