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03/09/2025

Guzmán Paz, en un pequeño mundo caótico de voluntades perdidas

Fuente: telam

La muestra “El tapiz amarillo” del artista uruguayo, en la galería Nora Fisch, transforma el espacio doméstico en un escenario de saturación emocional que invita a reflexionar sobre la pasividad y la sobrecarga de la vida moderna

>Una pluma grúa sostiene una cápsula de vidrio. En su interior, recostado sobre arena, un hombrecillo descansa. La maquinaria sube, baja, pero él se mantiene ajeno. Imperturbable. No hay épica en su derrota, no hay rebeldía. Es un hombrecillo que, por alguna razón, decidió ignorar lo que sucede a su alrederdor.

La exposición invita a sumergirse en un universo doméstico que, lejos de ser un refugio, se convierte en “el lugar de la prisión material, de la normativa y las convenciones”, dice Guzmán Paz (Montevideo, Uruguay, 1988), en un recorrido con Infobae Cultura.

Sobre el escritorio de la entrada, la pieza Playa Picada revela con humor la operatoria de un artista selfmade, que rompe con la supuesta nobleza de los materiales, en una escultura realizada a partir de retazos de lienzos, masilla epoxy y madera para proponer una tabla de tentempiés, donde otro personajillo también reposa.

“Cada obra sería como un espacio dentro de esa casa. El empapelado, la chimenea, el baño y otros elementos se transforman en escenarios donde la realidad se distorsiona y la cordura parece tambalear”, dice sobre la muestra realizada con acompañamiento de la española Chus Martinez.

El título de la muestra remite al cuento homónimo de Charlotte Perkins Gilman, publicado en 1892, donde una mujer confinada en su casa comienza a ver cómo el empapelado de su habitación cobra vida. Guzmán Paz explica: “Es una mujer que, como confinada, medio enferma, empieza a ver los defectos del tapiz, que se mete en esa realidad para escapar de la suya”.

Guzmán Paz es un artista autodidacta que no solo produce objetos, sino que construye universos complejos a partir de una manualidad excesiva, con una marca barroca, para generar una fuga entre lo real y lo fantástico, lo reconocible y lo surreal. Es un constructor de mundos. De pequeños mundos. Un Brainiac que embotella su propia Kandor antes de la implosión.

El tapiz amarillo es una exhibición tanto divertida como inquietante, donde los personajillos aparecen atrapadas en las obras, que pueden quedar al servicio del consumismo, como en Super edificio, o que, brazos en jarra detrás de la cabeza, se muestran relajados mientras todo arde y no lo notan, como en Morrón.

Esta operación puede verse también en piezas como Canilla libre, Living u Organizador, donde lo doméstico es escenario de una tragedia en desarrollo, pero que a la vez no sucede porque se la ignora. Hay, en las decisiones de los personajillos, un mecanismo de defensa, diría Freud, para protegerse de una verdad dolorosa, una sumatoria de voluntades perdidas o una búsqueda de una felicidad efímera amparada en elegir, o no, la ignorancia, como quien decide no saber lo qué sucede más allá de su puerta. Ojos que no ven.

En su propuesta Guzmán Paz supera los límites de lo hogareño, ya que la desgracia -si bien sucede en un contexto reconocible- es, a la vez, extensible a niveles macro. Lo aterrador en la composición se ve puertas adentro, pero hay indicios sobre cómo podría venir (o viene) desde el exterior.

En Champion, por ejemplo, las personas son los cordones que ajustan una zapatilla deportiva que podría referir a los deportes, citando a Marx sobre la religión, como opio de los pueblos o en Boca se presenta un balcón con dientes, en el que en uno de ellos dos personas se abrazan tiernamente, pero la sangre brota del costado, mientras en el mirador una mujer observa, también relajada, hacia un horizonte.

Las obras, según detalla el artista, funcionan como “terremotos emocionales” que descolocan tanto por su estética como por la historia que sugieren. Un empapelado parece tomar vida a partir de las figuras que se avasallan por ocupar el espacio, en una chimenea los estantes comienzan a caerse o en el comedor, un hombre arrodillado se oculta detrás de una silla como un niño que, a la vez, quiere y no mirar una película de terror.

En ese sentido, la sala, lejos de ser un espacio neutro, se presenta como una parte activa de la muestra, como un organismo vivo: “Intenté hacer lo opuesto al cubo blanco y resaltar los elementos como las puertas, de manera que una sea una cosa clausurada y la otra de oficina. Las columnas y pasillos también integran al relato visual, reforzando la idea de que es una casa atravesada por la interrupción y el desorden”.

Así, en El tapiz amarillo las manchas en las paredes, los objetos y las escenas funcionan como metáforas de una sociedad saturada de estímulos, donde la evasión se impone ante la posibilidad de actuar y la casa, más allá del hogar, abandona su función de protección. Las obras operan tanto en singular como en plural, para recordarnos que el encierro, por más que no es obligatorio, puede ser una elección. Un estado de la mente.

Fuente: telam

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