03/09/2025
La nueva Guerra Fría y el complejo ajedrez de los intercambios de prisioneros entre Estados Unidos y Rusia

Fuente: telam
“Swap”, de los periodistas del Wall Street Journal Drew Hinshaw y Joe Parkinson, cuenta con lujo de detalles la mayor y más compleja negociación de Washington y Moscú en la última década
>Hay muchas cosas que gustan en Swap: A Secret History of the New Cold War [Intercambio: Una historia secreta de la nueva Guerra Fría], un relato minuciosamente documentado de la negociación por el intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Rusia: la narración galopante, los insoportables y a menudo inesperados obstáculos afrontados y superados y, sobre todo, el atractivo y espantoso elenco de personajes. Por un lado, entre otros, están Brittney Griner, la destacada jugadora de baloncesto de la WNBA; el ex marine Paul Whelan; y Evan Gershkovich, el reportero del Wall Street Journal que a su salida de la prisión de Lefortovo preguntó si el presidente ruso Vladimir Putin se sentaría para una entrevista. (De momento, no lo ha hecho.) En el otro bando, tenemos a Maria Butina, que se arrimó a los defensores estadounidenses de las armas mientras vivía en Estados Unidos como agente extranjera no declarada; Viktor Bout, que vendió armas a grupos beligerantes de todo el mundo; y Vadim Krasikov, que asesinó a un exiliado checheno a plena luz del día en un parque de Berlín.
El calendario tenía que ser exacto, había que disipar las dudas, y los cálculos sobre cuáles de los suyos equilibrarían cuáles de los nuestros tenían que ser políticamente aceptables. Menciono “suyos” y “nuestros” porque esta es una historia contada, como es lógico, casi enteramente desde el punto de vista estadounidense. ¿Hubo discusiones dentro del Kremlin? ¿Debates sobre el momento o los métodos? Eso no lo sabemos.
Pero esa analogía no nos lleva muy lejos, como el propio libro acaba dejando claro. El principal objetivo de Putin era conseguir la liberación de Bout, que cumplía una larga condena en un centro penitenciario de Illinois, y de Krasikov, que estaba en una prisión alemana. Griner, canjeada por Bout en un intercambio que precedió al del “cubo de Rubik”, no es en modo alguno comparable a él. Tampoco Gershkovich, Whelan o Alsu Kurmasheva -reportera de Radio Free Europe detenida tras regresar a Rusia para visitar a su madre- son en absoluto análogos a Krasikov, coronel del grupo de élite Alpha del Servicio Federal de Seguridad ruso, o FSB. Las personas detenidas en Europa a petición de los estadounidenses eran agentes de inteligencia rusos, no periodistas ni turistas ni profesores de instituto ni jugadores de baloncesto. Los criminales rusos fueron canjeados por rehenes occidentales.
Pero Navalny murió en su campo de prisioneros del Ártico antes de que pudiera realizarse el intercambio. Una posible interpretación, que este libro no aborda, es que Putin, que detestaba y temía a Navalny, lo mandó matar. Una vez que Putin vio que Berlín había cedido y estaba dispuesto al intercambio, sugiere esta teoría, confió en que se podría llegar a algún otro acuerdo que no incluyera a Navalny, aunque llevara algún tiempo. Y ya no tendría que volver a preocuparse por él.
Ocho disidentes rusos fueron liberados junto con los estadounidenses, el más destacado de ellos Vladimir Kara-Murza, figura destacada de la oposición a Putin, blanco de dos envenenamientos frustrados y columnista colaborador de la sección de opinión de The Washington Post. Kara-Murza había sido condenado por “desacreditar” al ejército y traición después de que Putin lanzara su invasión a gran escala de Ucrania en 2022. La posibilidad de asegurar su liberación fue lo que convenció a Alemania de desempeñar su papel crucial en el acuerdo y liberar a Krasikov; sin Krasikov, lo más probable es que los rusos no hubieran llegado a ningún acuerdo.Los autores mencionan a Kara-Murza casi de pasada y ni siquiera identifican a los demás disidentes rusos. Es una laguna desafortunada en un relato por lo demás maravillosamente detallado. Estos hombres y mujeres no eran rehenes, sino prisioneros injustamente encarcelados por su propio gobierno. Su inclusión elevó el nivel. A algunos funcionarios les preocupaba que el intercambio de prisioneros invitara a regímenes de todo el mundo a tomar más rehenes, dado que Gershkovich fue detenido por cargos falsos después de que Griner fuera canjeada por Bout. Pero la inclusión de las figuras de la oposición rusa fue un contraargumento: que la administración Biden, enfrentada a un horrible dilema, al final había sacado algo bueno de él.Hay un tipo de reportaje llamado “tic-tac”, muy apreciado por los editores, que se esfuerza por presentar un relato exhaustivo de las tensas reuniones, las angustiosas decisiones, los mensajes cruzados y los errores de comunicación que condujeron a un acontecimiento importante. Swap, convincente y extenso, lo consigue. Es un libro tic-tac repleto de coloridos detalles. Dudo que se pueda extraer una lección más profunda, a menos que sea la evidente verdad de que, por ahora, los estadounidenses deberían mantenerse alejados de Rusia.
[Fotos: Reuters/ Kaylee Greenlee Beal; Reuters/ Sarah Silbiger; Departamento de Justicia EEUU vía Reuters]
Fuente: telam
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