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28/08/2025

A 50 años del atentado de Montoneros al Hércules: una trampa mortífera, un avión fuera de control y seis gendarmes muertos

Fuente: telam

Medio siglo se cumple cuando Montoneros colocó un fuerte explosivo en medio de la pista del aeropuerto tucumano, cuando en aquella provincia se combatía a la guerrilla. Los detalles del operativo y la trágica crónica de ese día

>El miércoles 27 de agosto de 1975 pasó de todo. El gobierno nombraba al general Jorge Rafael Videla comandante en jefe y se hablaba de la creación de una suerte de Secretaría de Seguridad que involucrase a todas las armas en la lucha contra el terrorismo.

A la tarde, en Tucumán, el personal de gendarmería allí destacado que participaba del Operativo Independencia en Tafí del Valle, El Mallar y Amaicha del Valle, recibía la orden de preparar el equipo y los bártulos, ya que al día siguiente se volvían a sus cuarteles en San Juan. Eran 114 hombres pertenecientes a la Agrupación San Juan X, Escuadrón 25 Jachal y Escuadrón 26 Barreal.

Los gendarmes recibieron la noticia con la mayor alegría, ya que hacía casi dos meses que se ausentaban de sus hogares.

Al día siguiente al mediodía, estaban en el aeropuerto Teniente Benjamín Matienzo. Vieron cómo un Hércules C 130 TC 62 que a las nueve de la mañana había despegado de El Palomar llevando a 85 efectivos de la Policía Federal, aterrizaba a las 11:56 y enseguida cargó combustible.

A las 12:50 comenzó la maniobra de despegue. Lentamente, el Hércules se dirigió hacia la cabecera de la pista. En el medio, los esperaba una trampa mortal.

Montoneros se había percatado, meses antes, de la existencia de un desagüe que cruzaba la pista. En los lindes del aeropuerto, había un caminito natural por el que transitaban los vecinos, y que ese sendero en algún momento cruzaba una acequia. A unos veinte metros, estaba la entrada a ese desagüe de 1,20 de alto por 1,70 de ancho.

Con explosivos de bajo poder se abrió un boquete en esa pared de ladrillos, cuyas detonaciones se disimularon con el sonido de los aviones. Entonces se colocó la carga explosiva que tenía la forma de cono invertido: en la punta una semiesfera de cinco kilos de TNT, una capa de 155 kilos de diversos explosivos, como dietamón y amonita. Todo se envolvió en bolsas de nylon, untadas con grasa de litio para evitar que pasase la humedad. En la carga se colocó una roseta de cinco puntas, y cada una de las puntas tenía cuatro cápsulas detonantes.

Se accionaría mediante electricidad, a través de un cable impermeable. La punta se la dejó colgada en la entrada. El boquete abierto se lo tapó con ladrillos y colocaron dos carteles que decían: “Peligro – Alta tensión – Agua y Energía”.

Para que el atentado fuese efectivo, se elegiría un avión que estuviera despegando, porque en plena aceleración no tendrían margen para frenar cuando el piloto viera la explosión. La operación se la denominó “Carlos Gardel”.

Ese jueves 28 a las 13:07 el Hércules comenzó el carreteo y alcanzó la velocidad de 200 km/h para elevarse. A unos 800 metros, el piloto vio cómo, a unos 100 metros, a dos segundos de distancia de tiempo, la pista se levantaba, formando un hongo negro de piedra, asfalto y tierra, en medio de una columna de un denso humo negro.

Adentro de la máquina, los gendarmes escuchaban sobre el fuselaje los golpes provocados por las piedras y el parabrisas se rompió en pedazos, hiriendo en el rostro al piloto.

Creyeron que el avión había estallado. Otros sintieron como un fuerte tirón. Pero nadie sabía a ciencia cierta lo que había ocurrido. Se había perdido parte del ala derecha, el timón de dirección, el alerón, un motor derecho y el tanque externo izquierdo, que se prendió fuego.

Quedó recostado treinta metros fuera de la pista mirando al norte. Adentro, el aire era irrespirable por el humo y el intenso calor del principio de incendio que se había declarado.

A los ocupantes se les hizo difícil evacuar porque las puertas no abrían, y debieron hacerlo por un agujero en el costado izquierdo del fuselaje, detrás de la puerta de la tripulación. Otros se las arreglaron para salir por la escotilla de tripulantes y hubo quienes lo hicieron por boquetes que, desde el exterior, abrieron gendarmes y vecinos del lugar, que acudieron con palas y picos.

Debían alejarse lo más rápido posible, porque por el incendio que se avivaba con el viento que entraba de la pista, se temía que se produjese una explosión. Por el humo, no se veía nada. A medida que saltaban al pavimento, debían sortear el fuego que había en la pista, provocado por los tanques de combustible.

El gendarme Raúl Cuello, quien se había incorporado a la fuerza el 18 de diciembre de 1974, de tanto entrar al avión para rescatar a compañeros heridos, murió asfixiado.

En total fallecieron seis gendarmes -cuatro en el atentado y dos más en el hospital: los sargentos primeros Riveros y Yáñez y los gendarmes Cuello, Godoy, Gómez y Luna. Hubo, por lo menos, 35 heridos.

Ese día, en la localidad sanjuanina de Jachal, fueron sepultados los restos de Cuello, Luna, Gómez y Godoy. Hubo duelo provincial, y cerraron las escuelas y los comercios. Yáñez y Riveros fallecerían horas después.

Un denominado “Comando Marcos Osatinsky” de Montoneros se adjudicó el hecho, que había ocurrido durante un gobierno democrático, en una escalada de violencia que parecía no tener fin.

Fuente: telam

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