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25/08/2025

Monasterios y artistas: el resurgir de la vida contemplativa como refugio frente a la hiperconectividad

Fuente: telam

El retorno de creadores a espacios monásticos revela una tendencia a buscar aislamiento y profundidad, en contraste con la exposición constante y la inmediatez que caracterizan a la sociedad digital contemporánea

>Cuando empleamos la palabra trascendencia, podemos estar hablando de su valor filosófico en Kant, o también podemos referirnos a santo Tomás de Aquino y la filosofía escolástica de los trascendentales del ser, que se manifiestan en la unidad, la verdad, la bondad y la belleza

Otra acepción alude en lenguaje llano a lo que es importante. Por eso, si planteamos la trascendencia del arte contemporáneo, cuestionamos su papel en nuestra sociedad de consumo, preguntando qué quedará para la posteridad del arte del presente.

La creación de los siglos XX y XXI es un campo de operaciones fértil para todo tipo de mezclas tanto estéticas como éticas. Durante más de cien años, los artistas han roto sus propios patrones y criterios en reformas y contrarreformas sucesivas, adentrándonos en el extrañamiento y en lo inverosímil.

Se suele pasar por alto en el mundo moderno ilustrado, tecnológico y científico su vestigio arcaico, su tradición espiritual, aunque existen ejemplos de artistas vinculados a las ramas de la Teosofía y al Esoterismo desde finales de siglo XIX, véase Todavía hoy confirmamos la desvinculación del artista secular con lo sacro, al menos aparentemente. Si, como dice el filósofo José Luis Pardo, el populismo identitario es la nueva religión católica, puede haber una vía de desidentificación que permita huir de los dogmas actuales. Las tendencias del arte influidas por las corrientes posmodernas han seguido políticas ideológicas (decoloniales, feministas o ecologistas) en gran medida dirigidas por poderosas agendas museísticas y estatales. A priori no hay ningún mensaje masivo que marque un camino negativo, que vaya a contracorriente. Pero esto puede estar cambiando.

Siempre latente, sin embargo, sin hacer ruido, espera el abismo divino abajo, cabizbajo. Dios ¿humano o inhumano?, inexistente en el discurso oficial de los millenials, empieza tímidamente a escucharse.

De inmediato irrumpen ejemplos donde vemos resurgir la pregunta exaltada por el sentido trascendente de la vida. Ya gozaron años de bonanza los artistas malditos, ¿pasaremos ahora a los benditos? La actriz y directora de escena Angélica Liddell se adelanta rabiosa, y sus dramaturgias crean obras laicas que no son panfletos ni publicidad misionera ni catequesis pastoral.

Vemos el impacto del film Sirat, en el que las raves son trances espirituales, y podemos pensar en los Padres del Desierto, los monjes eremitas que se adentraron en el vacío de la vida despojada en el siglo II para entregarse plenamente a Dios. La aparición del director de la película, Oliver Laxe, en las redes refleja una imagen de Jesucristo predicando en calma profana y profética.

Encontramos resonancias en artistas de vanguardia que indagaron como creyentes en formas devocionales, desde la abstracción de Mondrian, Rothko o Torner a la figuración de Dalí pasando por el cine expandido, de José Valdelomar a Bill Viola. Perejaume dialoga con la cruz, Llorenc Barber con el campanario y el venerable Gaudí comienza a ser canonizado. En los límites de lo conceptual y la canalización como médium se encuentra Eulàlia Valldosera. Algo indica que una fina línea une la espiritualidad, la mística y los artistas gracias a su peculiar carisma.

Previo a la Guerra Civil Española, un joven estudiante de arquitectura con aspiración artística, Rafael Arnaiz, ingresó en 1934 en el Monasterio de San Isidro de Dueñas y hoy ya es considerado un santo del siglo XX.

Creadores como Federico García Lorca o Luis Buñuel frecuentaban el Monasterio de El Paular, así como los pintores becados en este enclave monástico de Rascafría (Madrid) y que vivían en las mismas celdas sencillas, donde encontraron lugares de retiro para inspirar sus trabajos. Un artista ordenado es alguien que necesita de una rutina y repetición, y un espacio aislado permite la concentración.

Las órdenes monacales han permanecido invariables a través de los siglos, presumiendo de ser una de las experiencias comunitarias más antiguas de Occidente. Por otro lado los artistas modernos buscan modos alternativos de subsistir, nuevos modelos de existencia, precisamente repensando el individualismo en pos de una experiencia común.

En una época de sobreexposición en redes y termómetros asfixiantes, de sometimiento a las cookies y al expolio de datos, los monasterios esperan tranquilos desde la retaguardia, resguardados, y pueden ser una respuesta. En su ocultación, cultivando la austeridad, el anonimato y la huida de la norma convencional, predican el desacato contra el capitalismo más agresivo, más destructivo. Son, desde su inmovilidad y refugio pacífico, los otros rebeldes insumisos de la historia.

¿Y podrían de igual modo los creadores sin fe acercarse a estudiar las órdenes desde el respeto, la curiosidad y la observación? Ejemplos no nos faltan: Le Corbusier trabajó por la causa cristiana erigiendo una iglesia magnífica en Ronchamp y el dadaísta Hugo Ball, después de fundar el mítico y anarquista Cabaret Voltaire, se dedicó a la lectura de los místicos y cristianos.

Al final del ajetreado camino, cuando volvemos al silencio, una frase cartuja nos recuerda que “solo cuando el lenguaje se detiene se comienza a ver”.

Fuente: telam

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