23/08/2025
A 40 años de la caída del clan Puccio: el último secuestro de la familia que raptaba empresarios, cobraba el rescate y asesinaba

Fuente: telam
Liderada por el padre de familia, Arquímedes, escogían a víctimas adineradas y las alojaban en un miserable calabozo dentro de su propia casona de San Isidro. Les prometían a quienes los buscaban que si les pagaban los devolverían con vida pero terminaban asesinándolos de todos modos. El rol de cada uno de sus integrantes, sus secuaces, sus hijos rugbiers, y su esposa, Epifanía Calvo, quien sigue viviendo en su departamento de San Telmo bajo el amparo del anonimato
>Hace cuarenta años, no solo caía una de las bandas más temidas de la historia criminal argentina, la del clan Puccio. También terminaba para siempre un matrimonio feroz y despiadado, el de Arquímedes, jefe de la banda, con Epifanía Ángeles Calvo. Se habían casado el 5 de octubre de 1957 y la complicada y difícil convivencia bajo el mismo techo terminó abruptamente aquel 23 de agosto de 1985, casi 28 años más tarde, cuando la gavilla que lideraba su marido cayó tras las rejas por secuestrar personas, tenerlas presas en su propia casa de San Isidro en condiciones infrahumanas, cobrar rescate y asesinar por lo menos a tres de ellas.
A Maguila precisamente lo detuvieron ese mencionado día mientras esperaba cobrar el rescate por el rapto de la última víctima, Nélida Bollini de Prado, viuda y madre de los dueños de una concesionaria de autos y una empresa fúnebre. Estaba atento en una estación de servicio de Parque Patricios, junto a su padre y Fernández Laborda cuando la policía los sorprendió porque les venían siguiendo los pasos a través de escuchas telefónicas y de informes de otros delincuentes que los vendieron por dinero.
Allí, los investigadores encontraron en condiciones deplorables a la mujer secuestrada luego de 32 días de cautiverio. Estaba en un improvisado y maloliente calabozo que habían armado en la vivienda, semiinconsciente por el abandono al que la habían sometido, ya que le daban de comer apenas galletitas de agua y alguna que otra pata de pollo fría con arroz. El clan tenía planeado raptar un total de diez personas de acuerdo con una anotación que halló la policía durante el allanamiento.
Epifanía, la esposa de Arquímedes, en ese momento se hizo la desentendida ante el escándalo: “Me enteré de que había gente secuestrada cuando la policía llegó a mi casa”, argumentó. La Justicia no le creyó. Por entonces la jueza María Servini dudó de que la mujer con la que Puccio compartió casi tres décadas no supiera lo que sucedía en su propia casa, donde permanecieron secuestradas varias personas.Ante la magistrada, la mujer de Puccio no dejó en evidencia ningún sentimiento de culpa, menos remordimientos, tampoco asombro, más allá de que se enteró de que hasta sus hijas, una mayor de edad, Silvia Inés, y la otra de apenas quince años, Adriana, estaban también bajo la lupa de los investigadores. Tan grave era la cuestión que la adolescente fue a parar al Instituto de menores Santa Rosa.Todos se hacían los que no estaban enterados de nada, pese a que el escondite, una especie de sótano donde permaneció raptada Bollini de Prado estaba pared de por medio al cuarto de Puccio y su esposa. Epifanía de lo único que hablaba ante la jueza era de su mala relación matrimonial, calificaba a su esposo como alguien fuera de sí, como si eso la exculpara. Lo trataba de ermitaño, metido para adentro y poco sociable, intentando hacerle creer que no sabía lo que él hacía con su vida y menos que tuviera gente secuestrada en su propio hogar.La investigación dio un gran avance, también, gracias a los testimonios de Díaz y Laborda, que ratificaron y reconocieron precisiones acerca del accionar delictivo del clan.
Antes de Nélida Bollini de Prado, habían secuestrado a Eduardo Manoukian, en 1982, por el que la familia pagó un rescate de 250 mil dólares. Pero igual decidieron asesinarlo de tres tiros en la nuca. Manoukian solía jugar al tenis y al fútbol con Alejandro Puccio. Contra el ingeniero industrial Eduardo Aulet, la segunda víctima, la emprendieron en el 83. Lo secuestraron el 5 de mayo y pese a que también su familia acordó pagar 150 mil dólares lo terminaron matando, aunque el cadáver recién apareció cuatro años más tarde. Emilio Naum fue el tercero de los raptados el 22 de junio de 1984. El propio Arquímedes, jefe de la banda, que lo conocía, lo interceptó en la calle, le pidió que lo llevara, y junto a varios cómplices lo masacraron de un balazo cuando se resistió.Toda la banda terminó detenida y condenada: Roberto Díaz resultó sentenciado a reclusión perpetua como coautor del homicidio de Eduardo Aulet y en 2006 se le otorgó la prisión domiciliaria. El albañil Vilca cumplió siete años en la cárcel de Caseros. Contepomi, el entregador, murió tras las rejas. El ex coronel Franco en 1998 recibió la prisión domiciliaria, luego de estar detenido trece años porque se comprobó que con su arma mataron a Emilio Naum. Guillermo Fernández Laborda permaneció veinte años en prisión, lo liberaron en 2007, y volvió a caer por otra causa.
Alejandro Puccio fue condenado a prisión perpetua, estuvo preso casi veinte años, tuvo varios intentos de suicidio y murió en 2008, meses después de quedar en libertad. Al jefe de la banda, Arquímedes, también lo sentenciaron a perpetua. Salió libre en 2008 gracias a la famosa Ley del 2x1 y se instaló en General Pico, La Pampa. En 2013 sufrió un ACV y murió el 4 de mayo.Dos años antes, con una carta con fecha del 28 de junio de 1996 que portó su abogado defensor, se atrevió a pedirle perdón a dicha víctima. El escrito decía: “Hubiera preferido trasmitirle esto personalmente, pero es posible que usted no quiera verme. Sé que además de pedirle perdón tengo una deuda con usted y su familia. Me encuentro a su entera disposición para servirle en todo aquello que esté dentro de mis posibilidades, y aunque exceda a estas, realizaré mis máximos esfuerzos para cumplir lo que usted necesite”.
Mientras tanto se mantuvo en el anonimato, fiel a su estilo, por San Luis, Mar del Plata, Porto Alegre en Brasil y Nueva Zelanda para jugar al rugby en categoría veteranos. Y un 29 de agosto pero de 2011, el juzgado de Instrucción N°49, a cargo del Dr. Facundo Cubas, declaró la extinción oficial de su condena.Maguila, quien llevaba los cómputos como cualquier condenado, esperó paciente tachando cada día en el almanaque aunque no tras las rejas como debió suceder. Apareció por Buenos Aires el 23 de marzo de 2013 y se presentó en el séptimo piso del tribunal de Lavalle 1171 -oficina 207-. Allí solicitó su certificado de extinción de pena. Y se llevó impresa su libertad en una fotocopia con un simple trámite burocrático. De inmediato volvió a las sombras, a hacerse invisible como hasta ese momento.Su madre volvió a tener noticias de él en 2019 cuando le dio otro susto. Lo detuvieron en Brasil con documentos falsos, cinco mil dólares en sus bolsillos y fue a parar a la prisión de Pinheiros, en San Pablo, para averiguación de antecedentes. Hasta se analizó su extradición luego de que las autoridades de ese país se enteraran de quién era al constatar su verdadera identidad. Su anciana madre se vio obligada a comunicarse con el consulado argentino para intentar resolver la situación.
El resto de la familia siguió adelante como pudo. Adriana se sacó el apellido de su padre para no ser reconocida y lo reemplazó por el de su mamá, Calvo. Silvia Inés tuvo dos hijos y murió en 2011 víctima de un cáncer. El que se fue de entrada y muy a tiempo fue Guillermo, quien presumió que en su casa pasaba algo raro, y en medio de un viaje a Australia con sus compañeros de rugby, decidió quedarse para no volver jamás.
Hoy sigue activa, amparada en el anonimato que otorga el paso de los años. Aunque para la Justicia siga siendo la mujer que preparaba la comida para los secuestrados que convivían con ella y su familia en su propia vivienda, la casa del horror.
Fuente: telam
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