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19/08/2025

El viaje del hombre récord de la radiofonía nacional: 66 años de jazz, 3.415 programas y una pasión que desafió el tiempo

Fuente: telam

Talero Pellegrini estuvo al frente de “Tangentes en jazz” durante cada domingo en los últimos 66 años de AM en Radio Provincia. Murió en junio pasado a los 88 años. El legado de un recordman que convirtió a la radio en refugio, aula y escenario

>Imagina que Talero Pellegrini se habrá despedido escuchando algún disco de Stan Kenton, el director de orquesta que lo había impresionado tanto en su juventud. O tal vez de Oscar Peterson, su pianista favorito. Fueron 66 años en el aire de Radio Provincia. Mucho de lo que sabe sobre jazz, dice el historiador y periodista Sergio Pujol, se lo debe al programa “Tangentes en jazz”, una verdadera escuela de apreciación musical.

Como un anfitrión casero, de los de la vieja escuela, Talero solía armar su programa en una pieza minúscula de su casa. Nunca abandonó sus casetes: eran su fetiche, junto a grabadores de cinta abierta, ecualizadores, retratos de músicos, colillas de cigarrillos a medio fumar, vinilos, botellas de whisky, bolsitos de cuero. “Él organizaba cada programa en unas planillas tan prolijas como los viejos registros de vuelo de los aeropuertos. Ahí se cocinaba todo”, recuerda Pujol poco tiempo después del fallecimiento de Talero Pellegrini, el 18 de junio y a sus 88 años, hombre récord de la radiofonía argentina. Fue único conductor de “Tangentes en Jazz”, que desde que se creó, en 1959, se mantuvo en el éter con una notable persistencia.

Gabriel Saraví, el operador que ha grabado históricamente “Tangentes en Jazz”, aseguró en su momento que el de Talero había sido el único programa de la radiofonía mundial que cumplió más de 50 años consecutivos en una misma radio. Hubo un intento por inscribirlo en el libro Guinness pero no se pudo lograr porque, aunque en un lapso mínimo, durante tres meses dejó de salir al aire.

Rigor, método y economía zen de palabras. “Apuntamos al oyente curioso, ir hacia atrás y conocer al jazz tradicional, y también conocer los sonidos modernos. Ese fue el norte desde cero, desde que arranqué a los veintipico de años”, solía decir Talero Pellegrini. “Si estaba con suerte, podía cruzarme en su casa con Mingo Martino, Pocho Lapouble o Alberto Favero. Yo los escuchaba hablar de Lalo Schifrin, Baby López Furst o el Mono Villegas con una cercanía envidiable. Como no había suficiente espacio para sentarnos, nos quedábamos parados en esos escasos metros cuadrados de swing, como si estuviéramos en la fila del TMGSM para escuchar a Bill Evans. O en la barra de Jazz & Pop. Hermosa la cofradía del jazz”, rememora Sergio Pujol sobre esa fraternidad platense en el goce de la música. Y trae a la memoria otra anécdota. “Una vez me crucé a Javier Martínez, el baterista de Manal, por los pasillos de radio Universidad. Y él me preguntó si sabía si Tangentes en Jazz seguía estando en el aire, que le gustaba mucho. Luego se lo comenté a Talero. Y me respondió algo así como: ‘Qué notable, no. Un programa de radio no sabe nunca hasta dónde llega ni qué gente lo va a escuchar’”.

En los últimos tiempos Talero grabó desde su casa, ya sin ir al estudio que hace poco fue bautizado con su nombre y el de Leopoldo Bossano, otro gran periodista musical de la radio. “Nunca hice un programa sobre la historia del jazz, aconsejo que para eso compren un buen libro. Mi programa desde siempre quiso mostrar los estilos de esta maravillosa música, porque los estilos y los movimientos se modificaron tanto como el gusto del público”, aclaró en una última entrevista con el autor de esta nota, con su particular tono pausado y una memoria prodigiosa.

Con la desaparición física de Talero Pellegrini, muchos piensan que se despidió a uno de los últimos divulgadores del jazz en la radio. “En la época actual del impacto, del todo rápido, de la no pertenencia y la falta de elaboración y producción en los programas, la ida de Talero es un golpe a la llamada magia de la radio”, dice Javier Sahade, periodista de Radio Provincia. “Hola Flaco, vos sos calladito, pero los calladitos son los peores”, le solía decir Talero a Jorge Trejo, ex jefe de la Discoteca de la radio. “Fue un tipo entrañable, humilde, todo el mundo lo quería. Parte de la historia de la Radio Provincia se va con él”, dice Trejo.

“Varias veces me tuve que pelear con los directores porque había una cierta tendencia que los programas viejos no debían durar. Era un tipo muy profesional, afectuoso, de tomar mate y compartir anécdotas”, cuenta Rubén Cassano, ex director de la radio y ex jefe del informativo, y recuerda que Talero también fue un sobreviviente de los tiempos oscuros, aquellos en los que había militares y servicios de inteligencia portando armas dentro del edificio. “Era buen compañero, siempre tuvo el mismo carácter calmo y perseveró con su programita de jazz”, suelta Pelusa Sarandria, ex jefa de Programación.

Varios de los trabajadores de Radio Provincia coinciden en que Talero fue alguien que marcó a varias generaciones. Un hombre discreto, comprometido, apasionado. “Con su constancia, su ética, su amor por la música -y no sólo por la música, sino por la necesidad profunda de compartirla- se ganó un lugar en Radio Provincia que nadie podrá ocupar”, opina Martín Luna, productor y conductor radial. Dice que Talero no sólo amó el jazz: lo estudió, lo escuchó con devoción, lo buscó, lo defendió. Pero lo más importante: lo compartió. “Abrió ese mundo a quienes lo conocían y también a quienes jamás se habían acercado. Enseñó a escuchar sin solemnidades, sin imposiciones, con el corazón abierto. Talero, fue más que un conductor: fue una manera de hacer radio. De habitarla. De darle sentido”.

Dejando una huella imborrable, fue más allá de la cofradía del jazz hacia un espacio de aprendizaje, de emociones, de entender a la radio como un vehículo de amor y conocimiento, de memoria cultural. Un espacio expandido anónimamente, una suerte de aula abierta en el éter. “Aprender música con la radio es también una forma de mirar el mundo con otros oídos. Talero fue la radio. Y defender su memoria es también defender la identidad de la radio pública. Talero Pellegrini es tradición, identidad y memoria de Radio Provincia. Y la tradición de una radio, su historia, es su alma. Lo que la vuelve única, cercana. Lo que impide que todo se vuelva igual, impersonal, producido en serie. En un mundo que tiende a la estandarización, la historia de una radio es brújula y raíz. Nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos, a quién le hablamos, desde dónde lo decimos”, concluye con sus palabras Martín Luna, que junto a Talero nombra a otros referentes como Benito Aranda, Marcelo Simón, Luis Patricio Saraví, Mario Jorge Acuña, Leonor Centeno, Perla Vázquez, Leopoldo Bossano, Mariano Vicente.Cultura y sensibilidad, ternura y humanidad, calidez y maestría.

Es lo que rescató también el Círculo de Periodistas de Buenos Aires, al destacarlo como un cultor de la radiofonía local. Sus colegas destacaron, además, su buen humor y carisma. Como Willy Dante, quien compartió años de trabajo con Pellegrini y recuerda su figura como la de “un gran amigo y brillante músico”. “Trabajamos juntos en radio y compartimos orquestas. Era carismático, chistoso, jocoso, famoso por las charlas con los amigos y un gran profesional”.

Entre sus referentes radiales estaban Héctor Basualdo y Rodolfo Sarandría. Le gustaba nombrar a los técnicos que fueron piezas valiosas del programa: Guillermo Capelli, el Nene Mazuccheli, Gabriel Saraví y Horacio Pellegrini, su hijo. “Cuando era joven no podía comprarme los vinilos y nos reuníamos con amigos. Entonces, llevaba mi grabadora y aprovechaba a copiar lo que más me interesaba”, decía.

Oscar Horacio Pellegrini. Nadie lo llamaba así, salvo los que, por teléfono, le querían vender algún producto. El sobrenombre Talero lo inventaron sus padres: buscaron un apodo que sonara criollo, que fuera diferente en su círculo social. A los 10 años escuchaba discos en el living de su casa y hacía los comentarios. Solía hablar en voz alta, como si ya se sintiera en un estudio de radio. En los estantes había tangos, boleros, valses vieneses y jazz. Una especie de tenedor libre. Un vinilo de Benny Goodman lo sacudió de entrada. Se imaginó bailando, haciendo volar a una mujer por los aires de un gran salón, con una Big Band tocando toda la noche y un rascacielos en el horizonte de un ventanal. El hechizo fue inmediato.

Apenas asomaban unos 200 cds y una notebook con conexión a internet. El resto era 150 vinilos y el tesoro de los casetes. Nada de mp3, de mp4, de pendrive, ni de Home Theater. Un día su hijo, operador de Radio Provincia, se ofreció para digitalizarle las cintas. Las mismas que, cuando era niño, vio en el “cuartito”, un lugar pequeñísimo donde su padre tomaba café, fumaba y se pasaba horas con los auriculares puestos, pegando, grabando, armando el programa. Talero no quiso saber nada. “Con mis cintas me siento más artesanal, como si estuviera en un taller. Ir de una grabación a la otra, manipular los casetes, buscar en el archivo. Eso es lo que no quiero perder. Y el programa sigue saliendo bien así”, justificaba.

Antes, cuando existía la carta escrita a puño y letra, los oyentes le escribían y Talero se hacía amigo de algunos. Con el tiempo fue tomando distancia “porque el oyente es parte fundamental, pero notaba que el programa salía bastante atado a los gustos de ellos. Y aunque suene mal no quiero ser esclavo del público, porque si no escucharíamos todo el tiempo a Glenn Miller. El programa no pasa sólo la música que conoce y le gusta al oyente. Me debo a los músicos, sigo la evolución del jazz y el oyente se incorpora a ese recorrido, que es histórico, cultural y estilístico”, afirmaba como concepto.

Le gustaba, además, sentir a su programa como una película en movimiento constante. En dos horas solía hacer una división de los ritmos, los tonos, los climas y las tensiones. Casi siempre seguía un orden cronológico. En la primera parte, se escuchaban audiciones de las primeras décadas del siglo XX. Después se ubicaba entre los ´40 y los ´70. Y el último fragmento lo dedicaba de lleno a lo contemporáneo.

Entró a Radio Provincia casi de prepo. Un compañero de oficina lo convenció para que presentara un proyecto musical. Lo hizo y fue rechazado. Insistió y conoció a Rodolfo Sarandría, legendario conductor de “Concierto de Jazz”. Fue columnista del programa durante dos años. Pero sintió que no tenía lugar para el jazz moderno y pidió un espacio propio. Así surgió, en 1959, “Tangentes en Jazz”.

Antes solía salir a escuchar conciertos, pero en los últimos tiempos se quedaba encerrado con sus casetes, un archivo que lejos de ser una colección de museo era una especie de río en el que elegía bañarse todos los días. Así hablaba, por ejemplo, sobre Carmen Mc Rae, una notable cantante que fue tapada por el éxito de Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan. “Pobrecita, le tocó estar en una generación tremenda. La vida es injusta. Ella es tan buena como Ella y como Sarah, pero no la conoce nadie. Es común en los artistas: uno tapa el otro porque el mercado lo consagra. La ley debería ser más pareja. No puede ser que nos acostumbremos a elevar un nombre y que, por sólo citarlo, hagamos que conocemos un estilo a través de él. Hay infinidad de músicos tapados, tan interesantes y valiosos, generaciones enteras devoradas por la historia, que dan ganas de estallar los parlantes para que el mundo los descubra”, se indignaba, como si estuviera hablando de la injusticia que se cometió con un pariente.

Autodidacta, solía indagar tanto que descubría perlitas. Como aquellos tiempos en los sesenta, cuando con sus amigos se empapaban de standards, de swing, de improvisación, estilos, de orquestas y solistas. Entre ellos estaban los músicos Jorge Curubeto, Pocho Lapouble y Alberto Favero, que integraban el Bop Club La Plata, participaban de la revista Jazz Magazine y morían por colarse en Buenos Aires donde había monstruos de la talla de Enrique “Mono” Villegas y Lalo Schiffrin. Talero tocaba la batería. Al poco tiempo, formaron el Grupo Contemporáneo de Jazz La Plata.

El Talero baterista, sin embargo, duró poco. Se dio cuenta de que no le apasionaba tanto agarrar los palillos como hurgar en las bateas, investigar, descubrir los vinilos. Contar, transmitir una sensación después de escuchar un disco. No hubo nada más que le interesara en el mundo. Talero no se sentía periodista, ni locutor, ni crítico. Era un poco de cada cosa, decía. Algo cercano a la gastronomía: se imaginaba como un mozo ofreciendo un menú.

Sin embargo, no todo le parecía importante. Los compositores, según pensaba, no tenían mucho sentido porque los jazzistas hacen lo que quieren con la composición: un mismo tema puede tener veinte o cien versiones. Y tampoco le cerraban las fusiones. Le gustaba el jazz-flamenco, el jazz-rock y el jazz-afro, pero no el jazz-folklore. La batería, para él, queda forzada en ese género (“elijo mil veces a un Domingo Cura con el estilo revolucionario de su bombo”). Lo que nunca le llegó es el free-jazz de Ornette Coleman, un estilo que “transmite mucha libertad sonora pero poca fuerza emocional”.Un sonido podía estar grabado con la mejor técnica y auspiciado por el sello más importante, “pero lo que más interesa es que ese sonido nos llegue. Si la música no nos llega, no hay emoción. De eso se trata. No me gustan los músicos que sólo escuchan sus propios instrumentos, que analizan y no sienten. Amo el jazz porque no hay un dos más dos es cuatro, hay un dos más dos igual a cinco. Escucho música afrocubana y vibro como en el jazz, me olvido la música que es. Hay que sentirla, meterte, dejarte afectar, te puede ayudar muchísimo a desarrollar tus sentimientos. La música es lo más sano que hay y está todo el tiempo en nosotros. Al cine o al teatro tenés que salir de tu casa, el libro no siempre lo podés leer, en cambio la música va con vos donde sea que estés”, expresaba, como un manifiesto.

En los escenarios porteños fue testigo de la visita de los grandes del jazz: Ella Fitzgerald, Oscar Peterson, Gerry Mulligan, Dizzy Gillespie. Un día se quedó paralizado. Corría 1957. “Se abrió el telón del Teatro Ópera y por un costado apareció un negro, flaco, de sonrisa ancha y con una trompeta en la mano. Era Louis Armstrong. ¡Me tembló el cuerpo! Se me vinieron muchas imágenes a la cabeza. Recordé, por ejemplo, las veces que lo había visto en las revistas y los libros, las veces que junté monedita por monedita para comprar sus discos. Para mí, era un prócer, como ver a San Martín en vivo y en directo”.

Fuente: telam

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