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13/08/2025

Sobrevivió más de doce meses aislado en una isla remota junto a su gato: la experiencia extrema de Bob Kull en la Patagonia chilena

Fuente: telam

Con este experimento, el investigador y aventurero canadiense buscaba fusionar su trabajo doctoral, centrado en explorar las repercusiones físicas, emocionales, psicológicas y espirituales del aislamiento extremo, con su propio camino de práctica espiritual personal

>La En 2001, el investigador y aventurero canadiense Bob Kull emprendió una desafiante travesía: pasar un año en completa soledad en una aislada isla de la región de Última Esperanza, situada en la Patagonia chilena. Con este experimento, buscaba fusionar su trabajo doctoral, centrado en explorar las repercusiones físicas, emocionales, psicológicas y espirituales del aislamiento extremo, con su propio camino de práctica espiritual personal.

Según reseñó la BBC, en la cabaña improvisada de madera contrachapada y lonas de plástico donde habitaba, Kull soportaba meses de viento, lluvias persistentes y frío extremo. El aislamiento era absoluto: kilómetros de árboles, rocas y mar lo rodeaban, con la única compañía de su gato. No existía ninguna presencia humana en las cercanías, ni opciones de ayuda médica o servicios básicos.

Dormir fue un reto en sí mismo, especialmente al inicio, cuando su tienda quedó inundada por la marea. Según detalla 24 Horas Chile, construir con sus propias manos una cabaña elevada sobre postes para evitar la humedad del suelo fue solo el principio de una larga lista de acciones de supervivencia en medio de una naturaleza indomable.

El riesgo de accidentes o problemas de salud se transformó en otra amenaza constante. Uno de los momentos clave de su año fue cuando se enfrentó a un doloroso absceso en un diente. Sin nadie a quien recurrir en la isla, la alternativa implicaba abandonar su proyecto de aislamiento. Optó por pedir consejo por correo satelital a una amiga enfermera llamada Patty, quien lo animó a resolverlo con los medios a su alcance. Finalmente, ató su diente a la pata de una mesa y, utilizando la fuerza del cuello, logró extraérselo él mismo. Esta experiencia puso a prueba su capacidad para tomar decisiones críticas, gestionar el miedo y confiar en sí mismo ante complicaciones impensables en el contexto habitual de vida urbana.

“Me dijo que amarrara una cuerda a mi diente y el otro lado a una puerta, la cerrara con fuerza y continuara con mi vida. Y añadió que ‘las personas se han sacado dientes por sí solas durante siglos. Resuélvelo’”, contó a la BBC.

La inclinación hacia la soledad y la naturaleza no surgió de la nada. Bob Kull creció en la pobreza en el sur de California, en una casa pequeña donde carecía de privacidad y sentía el peso constante del juicio familiar. Los momentos más preciados de su infancia transcurrían, paradójicamente, en la naturaleza: cruzar carreteras y perderse entre árboles y arroyos era su forma de buscar espacio y paz. Ya adulto, viajó intensamente por Estados Unidos y Canadá, huyendo además de la Guerra de Vietnam, acumulando experiencias como leñador, bombero, obrero y fotógrafo.

Surgió la idea de la Última Esperanza, un archipiélago en el sur de Chile, alejado no solo de los turistas, sino de la gente en general. Un lugar, como le advirtió el gobierno del país sudamericano, “feroz y extremo”.

En el aislamiento austral, la rutina de supervivencia física dio paso, inevitablemente, al trabajo interior. Las tareas cotidianas lo mantenían ocupado, pero eran los momentos de quietud—especialmente los domingos, cuando se abstenía de toda actividad—los más difíciles de soportar. Kull enfrentó oleadas de soledad, tristeza y desorientación emocional. Sin embargo, también experimentó instantes de conexión profunda con el paisaje y de integración con el entorno.

El aprendizaje fundamental de esa travesía se resumió en la aceptación. Frente a un clima feroz e incontrolable, y ante su propio mundo interior, Kull adoptó una nueva perspectiva: dejar de luchar contra lo que no puede cambiar, y en su lugar, convivir con ello. Esta aceptación no sólo aliviaba la amargura de los imprevistos, sino que se transformó en una fuente de ecuanimidad y espiritualidad. Episodios como la noche en que entregó su miedo a un posible ataque de oso y sintió una suerte de rendición espiritual, marcaron el sentido profundo de su viaje: conectar con algo mayor que el propio yo y obtener una sensación de paz y pertenencia al mundo.

Al regresar, el impacto de la experiencia extrema se tradujo en hábitos de vida y visión personal que aún perduran. Aunque volvió a Vancouver, continúa buscando momentos de soledad en la naturaleza, convencido de que en ese espacio inhóspito y silencioso reside la clave para la aceptación y el equilibrio. Para Bob Kull, la soledad dejó de ser una amenaza y se convirtió en hogar, oportunidad para aprender lo esencial sobre sí mismo y sobre el lugar que ocupamos en la vasta realidad natural.

Fuente: telam

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