11/08/2025
Las cenizas de Daniel Divinsky ya están en el río: “No conocí a nadie que le sacara tanto jugo a la vida”

Fuente: telam
El nieto del editor marcó el momento del emotivo de una ceremonia con risas y aplausos
>En el fondo no es raro que el viento haya parado, que el sol haya aparecido, que el día se haya iluminado para despedir a Daniel Divinsky. Porque, como dijo su nieto Iván, “nunca conocí a nadie que le sacara tanto jugo a la vida”. Era sábado al mediodía en el Parque de la Memoria, junto al Río de la Plata, en la ciudad que amaba. Se había reunido un grupo de editores, escritores, lectores. Se iba a ir, por el viento y hacia el agua, Daniel Divinsky, el que se burlaba de que le dijeran “el mítico editor” pero había publicado Mafalda, la obra de Rodolfo Walsh, la de Roberto Fontanarrosa, la de Maitena y más.
Entre ellos, una mujer camina con una bolsa verde. La mujer es Liliana Szwarcer, la última esposa de Divinsky. No hace falta preguntar qué es lo que hay en la bolsa.
El clima tarda algo en aflojarse. El grupo llega al río, se para en ronda, Liliana e Iván toman el lugar “central”, junto a la baranda que da al río. Olitas suaves abajo, calmas. Pero no hay sacerdote en esta despedida de un ateo, no hay quien coordine o arranque. Guido Indij, editor de Interzona, dice: “Bueno, si alguien quiere decir algo”... y se hace ese silencio incómodo, parece que nadie dirá nada pero no, primero una voz, luego otra, la cosa se va a aflojar, el grupo se va a reir y, claro, en algún momento las palabras se van a anudar en la garganta.Liliana dirá que se reencontraron en 2009 y allí empezó esa pareja, que se casaron después, cuando él se lo propuso “en calzoncillos y medias”, pero que había un problema. “No tengo anillos”, dijo él. “No uso anillos”; fue la respuesta. Sin embargo, el punto de inflexión lo dio Iván, el nieto de Daniel Divinsky. Alto, grandote, un hombre abrazado a Liliana. Dijo que Divinsky había sido “un amigo, un padre, cuando no estuvo mi padre para mí. Cuando no hubo nadie, él estuvo. Lo amo”.El joven habló de su orgullo de nieto: “Si veo a alguien y el acento me suena porque es de Venezuela, voy a contarle que mi abuelo estuvo allí exiliado”. Y dijo que Divinsky le había dejado en herencia “tener curiosidad de conocer a la gente, porque todos tienen una historia, porque él siempre se sentó a hablar con cualquiera y estaba en cada detalle, en todos los detalles, como él cuando contaba historias, que contaba con fecha, horario, lugar, con quién se juntó, era larguísima la anécdota. Para contar que se fue a tomar un café con unos periodistas daba una cantidad de datos... Pero en definitiva estaba buenísimo, porque yo me acuerdo que me sentaba y lo escuchaba y al final te enganchás”.Y el aprendizaje. Acá, al lado del río, a punto de tirar las cenizas de su abuelo, con toda esa gente que no conocía, Iván, el veinteañero, fue por un momento Daniel Divinsky: “Hay que acordarse de las historias, hay que acordarse de la gente, te tiene que importar. La gente importa, el amor importa. Y yo estoy muy alegre de que el Tata me haya dado tanto amor a mí. >De eso mismo, de otra manera, habló Verónica Sukaczer, cuyo humor al escribir Divinsky rescataba. “Me resultó insólito que alguien fuera tan generoso”. Más allá de la edición -que no es poco- Divinsky la dejó entrar en su vida. “Y Daniel estuvo ahí y cada vez que pasó algo”.Liliana contó que el editor de Ediciones de la Flor era nieto de inmigrantes rusos, que terminó la secundaria a los 15 años y que su padre no lo dejó anotarse en Filosofía y Letras porque, creía, hay que tener una carrera seria para vivir. Entonces el chico fue, como lo mandaron, a Ingeniería. Hizo la cola, pidió el programa y... se descompuso. Literalmente. No, no podía ser. “Derecho”, pensó, combinaba humanismo y “seriedad”. Eso estudió pero en el camino conoció al editor Jorge Álvarez, que le fue encargando trabajitos. Al poco tiempo de recibirse, quiso poner una librería que pronto sería una editorial. Nacía de La Flor. Su primer libro, dijo una vez, “era una antología de cuentos sobre Buenos Aires, que reunía textos inéditos de Cortázar, Walsh, Viñas, entre otros”.
Una lectora -que se identificó como “una lectora”- agradeció por Mafalda, que, dijo, había sido una figura central en la formación de una generación. El grupo asintió.
“No sé si le agradecí lo suficiente”, dijo la escritora Paula Tomassoni, que contó que ella le mandó una novela y un par de día después le llegó un mail en que Divinsky le decía que estaba bien pero “hay cuatro palabras mal; tal, tal, tal, tal”.Entonces, bueno, en algún momento había que hacerlo. Liliana abrió la bolsa verde, donde había una cajita que en algún momento Judith Gociol le había regalado a Divinsky. Donde las cenizas de ese hombre grande entraban justo.
Fue más o menos sin ceremonia, fue como quien hace lo que tiene que hacer y listo, fue como un amor sin mayores complicaciones, donde lo bueno y lo malo simplemente ocurre.Dos hombres se acercaron y tiraron recortes de diario, columnas. “¿Qué es?“, preguntó otra, por si se trataba de algún texto en particular. ”Palabras -contestaron-, palabras >Aplausos, aplausos, flores que vuelan al agua, sobre las cenizas que se van. Alguien pensó -pero no dijo- “chau, Daniel, buen viaje”. Es un lugar común -que él despreciaría- decir que se fue y quedará para siempre. Pero -shh- es así.
Fuente: telam
Compartir
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!