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02/08/2025

Un faro de casi 200 años, un hotel-hospital para inmigrantes en cuarentena y un centro de detención: la olvidada Isla de Flores

Fuente: telam

Frente a la costa de Montevideo, esta joya histórica y natural casi desconocida atrae con una geografía cambiante y ruinas silenciosas que cuentan historias de aislamiento, epidemias, represión política y un ecosistema protegido que alberga más de 30 especies de aves

>A 21 kilómetros al sudeste de Punta Carretas, en el corazón del Río de la Plata, se encuentra la Isla de Flores, un pequeño archipiélago uruguayo de 31 hectáreas que guarda en sus rocas y ruinas un capítulo esencial de la historia del Uruguay. Compuesta por tres islotes que se separan en pleamar, esta isla, bautizada por Sebastián Gaboto en 1527, fue un lazareto -establecimiento sanitario para aislar a los infectados o sospechosos de enfermedades contagiosas- para inmigrantes, una cárcel para disidentes políticos y un refugio para marineros y náufragos.

La isla de Flores es un archipiélago en el estuario, ubicada entre la rambla de Montevideo y el Banco Inglés, es un pequeño archipiélago de tres islotes que se extienden por 2 kilómetros de largo y hasta 500 metros de ancho en sus sectores más rocosos. Durante la pleamar, las aguas del Río de la Plata dividen la isla en tres partes, mientras que, en bajamar, dos de los islotes permanecen unidos, formando un paisaje cambiante que fascina a los visitantes. Su posición estratégica, a media distancia entre Montevideo y las rutas marítimas del estuario, la convirtió históricamente en un punto clave para la navegación y el control sanitario. El paisaje de la isla es austero pero cautivador. La falta de vegetación arbórea autóctona, reemplazada por juncos, tunas, tamarices y ricinos, crea un tapiz vegetal bajo que contrasta con las ruinas de piedra y las estructuras oxidadas del antiguo lazareto. Desde el faro, situado en el extremo oriental, se divisa un camino rocoso que lleva al hospital en ruinas y al cementerio, hasta llegar al “lazareto sucio” en el tercer islote.

La isla forma parte de un ecosistema insular único, con características que la distinguen de las áreas costero-marinas del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Su geología, combinada con su valor histórico, la convierte en candidata a Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, un reconocimiento que busca destacar su “valor universal excepcional”.

La historia de la Isla de Flores comienza mucho antes de su descubrimiento oficial. Aunque tradicionalmente se atribuye su avistamiento a Juan Díaz de Solís en 1516, quien habría nombrado la isla por la Pascua Florida, investigaciones posteriores sugieren que navegantes portugueses, como Esteban Froes en 1512, pudieron haberla visitado antes. El historiador brasileño Francisco Adolfo de Varnhagen, en su “Historia General do Brasil” (1854), afirma que Nuno Manuel exploró el Río de la Plata antes que Solís, mientras que el argentino Manuel Ricardo Trelles, en un panfleto de 1879, da el crédito a Diego García.

Estas controversias reflejan la disputa colonial entre España y Portugal por el control del estuario. Fue Sebastián Gaboto, en 1527, consolidó el nombre de la isla al descubrirla durante la Pascua Florida, un evento que Homero Martínez Montero describe en sus escritos: “Sus cimientos tocan las raíces mismas de nuestra historia en los años postreros del coloniaje”. La isla fue conocida también como Isla de los Pájaros o Isla de las Piedras, por su abundante fauna aviar y su relieve rocoso.

Durante los siglos XVI y XVII, fue un refugio ocasional para marineros, como relata el ministro estadounidense George Pegler, quien en 1811 describió la isla como “Seal Island” por la presencia de lobos marinos. En el siglo XVIII, la isla adquirió relevancia con la construcción de un farol en 1792, reemplazado en 1828 por un faro de 37 metros de altura, aún operativo bajo la jurisdicción de la Armada Nacional uruguaya. Este faro, de origen portugués, fue objeto del “Tratado de la Farola” de 1819, por el cual Uruguay cedió las Misiones Orientales a cambio de su construcción, un acuerdo que Martínez Montero califica como “un pacto repudiable” que costó al país la mitad de su territorio actual.

A partir de 1835, con el tratado de inmigración entre España y Uruguay, la isla se transformó en un lazareto, un lugar de cuarentena para miles de inmigrantes europeos, principalmente españoles e italianos, que llegaban al Río de la Plata. Entre 1869 y 1930, un hotel-hospital, con instalaciones para primera y segunda clase, albergó a quienes debían pasar hasta 40 días en aislamiento para prevenir epidemias como la fiebre amarilla, el cólera o la viruela. El historiador Juan Antonio Varese, coautor de Historias y Leyendas de la Isla de Flores, describe esta etapa: “El lazareto fue una solución de la sociedad de la época para proteger a Uruguay de enfermedades, aunque para los inmigrantes fue una situación muy dura”. Las enormes estufas a vapor, hoy oxidadas, desinfectaban la ropa, mientras una capilla construida en 1870 ofrecía consuelo espiritual. A principios del siglo XX, con el declive de las cuarentenas tras el descubrimiento de los antibióticos, la isla se convirtió en una prisión. Durante el gobierno de Gabriel Terra (1931-1933), albergó a opositores políticos, y en 1968, bajo las medidas prontas de seguridad, sindicalistas de ANCAP y UTE fueron confinados allí.

El faro, impecable, es la única estructura mantenida, un símbolo de resistencia frente al abandono. El deterioro se debe al paso del tiempo, la falta de inversión y las condiciones inhóspitas del estuario. Como señala Alberto Moroy en El País (2010), “a la Isla de Flores la mataron primero los antibióticos y luego la Cárcel de Santiago Vázquez”, al perder su función como lazareto y prisión.

La declaración como Parque Nacional en 2018, aunque protege su ecosistema, ha restringido el acceso, limitando las posibilidades de restauración. A pesar de su riqueza histórica y natural, permanece subexplotada como destino turístico. Varios factores explican este olvido: acceso limitado, las excursiones son esporádicas y dependen de condiciones climáticas. El viaje en lancha, de unos 45 minutos, cuesta alrededor de 1.500 pesos uruguayos (37 dólares), pero la falta de infraestructura en la isla (sin sombra, agua potable ni servicios básicos) desanima a muchos visitantes. Lamentablemente la isla no forma parte de los circuitos turísticos tradicionales de Montevideo, eclipsada por destinos como Colonia del Sacramento o Punta del Este. La declaración como Parque Nacional y la candidatura a Patrimonio de la Humanidad exigen un turismo controlado para proteger el ecosistema y las ruinas.

¿Por qué es casi desconocida si la Isla de Flores es un tesoro escondido incluso para los uruguayos? Su aislamiento geográfico, a 21 kilómetros de la costa, y la falta de una narrativa turística coherente han contribuido a su olvido. Mientras Colonia del Sacramento (Patrimonio de la Humanidad desde 1995) o el paisaje industrial de Fray Bentos (2015) han captado la atención internacional, Flores permanece en la lista indicativa de la UNESCO desde 2015, sin el impulso necesario para su reconocimiento global.

La Isla de Flores es un testimonio de la historia uruguaya, un interesante destino para descubrir, desde los charrúas que la habitaron hasta los inmigrantes que soñaron con una nueva vida. Sus ruinas, su faro y su biodiversidad la convierten en un destino único para quienes buscan historia, naturaleza y misterio.

Fuente: telam

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