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02/08/2025

Encontré la novela que estaba esperando, sin saberlo: es una hermosa historia de amor

Fuente: telam

En “Ven a bailar conmigo”, de Russell Hoban, los protagonistas son un hombre y una mujer muy diferentes entre sí aunque ambos creen en los símbolos. Él se enamora en cuanto la ve; ella tiene miedo de traerle mala suerte: todos los hombres de su vida murieron antes de tiempo

>Christabel Alderton tiene 54 años, es cantante de Mobile Mortuary (Morgue portátil, en inglés), un grupo de rock gótico, y está convencida de que trae mala suerte. Tenía 13 años cuando empezó a pensar eso. Fue la tarde en que caminaba junto al río Lea y desde una lancha sus ocupantes la saludaron con entusiasmo. La imagen se congeló como en una foto, Christabel dijo en voz alta: “Mejor que no”. La escena se deshizo, la chica siguió su camino y llegó al pub en el que estaba su padrastro. Ahí escuchó hablar de la explosión, del incendio de la lancha y de las nueve personas muertas en el accidente. Corrió a su casa llorando a escribir todo en su diario: estaba segura de que ella había tenido parte de responsabilidad en la tragedia.

Sobreadaptado temprano a la vida adulta, a los 62 años Elias trabaja como médico diabetólogo en un hospital de Londres, cultiva una natural obsesión con el azúcar, cada tanto escribe poemas y aunque es capaz de dormirse en un concierto de rock, le gustan el jazz y la música clásica y también el arte. Vive solo y aunque tuvo romances, nunca estuvo enamorado apasionadamente: algo de eso le pesa.

A Christabel y Elias los conocí –los leí– en estos días: ambos son los protagonistas de Ven a bailar conmigo, una novela del estadounidense Russell Hoban (1925-2011) publicada en 2004 pero que recientemente fue traducida al español y publicada por editorial Sigilo. Una novela que estaba esperando aunque no lo sabía, una historia de amor en la mediana edad que tiene todos los elementos que me interesan: un argumento, un escenario, una estructura, una lengua y personajes vivos que reflexionan y siguen conmigo varios días después de haber terminado de leer el libro.

Una novela que arranca con una cita de El cónsul honorario, la novela de Graham Greene: “La vida tiene sorpresas. La vida es absurda. Y como es absurda, siempre hay esperanza”.

Christabel y Elias se conocen por casualidad en una muestra en la Royal Academy of Arts, en Londres. Él queda deslumbrado cuando la ve detenida, atrapada, frente a la pintura El cíclope, del simbolista francés Odilon Redon, una obra que no es convencionalmente bella sino inquietante, en la que el cíclope Polifemo, enamorado pero no correspondido, espía, desde detrás de una montaña alta, a la nereida Galatea, quien está dormida.

Dice ella, sobre la obra: “Es como si supiera algo de mí que no debería saber”.

Dice él: “...parecía iluminada desde dentro con esa locura que a algunas personas las mantiene jóvenes. ¿Famosa? Ciertamente estaba acostumbrada a que la miraran. ¿La había visto antes? No sé, me sentí atraído por ella desde el momento en que la vi frente a El cíclope. No se estaba quieta; como había gente que le tapaba la visión del cuadro se movía hacia atrás y luego hacia adelante para restablecer la conexión. Me di cuenta de que la pintura tenía un efecto poderoso sobre ella. (...) En un ramalazo de empatía pude estremecerme como ella y llegué incluso a emocionarme; quería tomarla en mis brazos y sentirla temblar contra mí”, dice en las primeras páginas el hombre que se conmueve poco, el que se hizo grande de chiquito.

Aunque la atracción es compartida (él la sigue hasta el baño, le deja su teléfono y hará todo por estar con esa mujer), ella busca resistir porque pretende salvarlo de la tragedia: la mayoría de los hombres de su vida –los importantes pero también los irrelevantes– murieron antes de tiempo; algunos, demasiado temprano. Christabel no puede dejar de pensar que hay algo en ella con capacidad de intervenir para mal en esos destinos.

Lo que sigue es la historia de ese amor deseado y resistido, con la rockera cansada de sí misma dejándose seducir (“si estás así de empeñado en bailar conmigo no te lo voy a impedir”) y con Elias buscando un universo de emociones que vaya más allá de su consulta y las historias de sus pacientes y, sobre todo, desesperado por conocer todo lo que habita en el pasado tormentoso de la mujer que lo tiene encandilado.

La dinámica de la estructura es atrapante, o al menos consiguió eso conmigo, cautivarme. Hay mucho diálogo muy bien llevado y referencias atractivas al mundo del arte, de la literatura y de la música, con Nuages, de Django Reinhardt, como un tema central en la vida de Christabel y con la música de las ballenas estrujando su corazón junto con la inolvidable versión de Somewhere Over The Rainbow del hawaiano Israel Kamakawiwoʻole.

Dice ella: “...cuando me abrazó esa noche mientras lloraba sentí como si volviera a casa después de haber estado afuera mucho tiempo. Había tratado de mantener separadas mi vida de muerte y mi vida de vida.”

No conocía a Russell Hoban, así que la novela que me cautivó me regaló también el nombre de un autor que, según supe, deslumbró en su momento a escritores como Ursula K. Le Guin, Anthony Burgess, Marcelo Cohen y M. John Harrison. Hijo de judíos ucranianos, Hoban nació en Estados Unidos, vivió la última mitad de su vida en Reino Unido y fue autor de muchos libros de literatura infantil y de distopías muy celebradas por su apuesta a la fantasía pero también por su trabajo con el lenguaje, como Riddley Walker. No fue ni es una celebridad pero si un autor de culto: tiene un selecto club de fans que cada 4 de febrero, día de su cumpleaños, celebran con un festival de actividades la fecha de nacimiento de su escritor favorito.

Hay en la novela referencias políticas que en su momento eran coyuntura y que hoy son historia. Como te dije, Ven a bailar conmigo fue publicada en 2004 y el romance/baile creado por Hoban arranca en enero de 2003, en Londres, cuando el mundo se preparaba para la invasión de Estados Unidos y compañía al Irak de Saddam Hussein. Pasaron más de veinte años y, aunque en algunos sentidos la realidad social de la novela sigue cercana, hay mucho de ese tiempo (sin celulares inteligentes, sin redes sociales iracundas, sin una ultraderecha rabiosa y obscena en los liderazgos del mundo), que, como dice Elías en un momento, nos recuerda que “ya son polvo las flores de ayer”.

Dice ella:

“Los aeropuertos siempre han sido para mí como refugios entre lo que he dejado atrás y lo que tengo por delante. Claro que ahora ningún lugar es seguro. A pesar de eso me gusta el olor a vacío y a champú de alfombras, el aire filtrado y la iluminación que hace que no sea ni de día ni de noche.”

Dice él:

Te contaría mucho más sobre la novela, pero sería un gesto avaro de mi parte, puro egoísmo. Me gusta pensar que si llegaste hasta acá es porque te dieron ganas de leerla. Como Elias, yo también pienso que hay señales y conexiones entre las personas. Y entre los lectores.

Fuente: telam

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