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02/08/2025

Los detectives insomnes de Elisa O’Farrell o las manos de la soledad

Fuente: telam

En “Dormir sobre un volcán”, la artista presenta sus nuevas pinturas en las que ingresa en el mundo de las series de detectives para extender la mirada hacia la incertidumbre y la disolución de la realidad

>Tras atravesar un telón negro, la sala de la planta baja del Museo Marco La Boca se inunda de la particular luminosidad furtiva de Elisa O’Farrel (Buenos Aires, 1981), quien en Dormir sobre un volcán presenta 15 nuevas pinturas en gran formato que ingresan en el mundo del streaming de detectives, pero que nos revelan una búsqueda que trasciende lo meramente representativo.

La elección de las series, que al inicio fue una cuestión de consumo personal, comenzó a virar hacia una reflexión más amplia sobre el fenómeno colectivo del visionado de ficciones en la era de las plataformas, como a la relación con los espacios interiores que se potenció durante y tras la pandemia.

“Lo del consumo personal es más una anécdota, que también tomo como algo que sé que es autorreferencial y colectivo al mismo tiempo, como lo del consumo de las series, por más que sean o no de detectives, es algo que nos está pasando a todos”, explicó O’Farrell.

Y agregó: “En un momento me di cuenta de que los detectives son también víctimas. En general, están buscando al asesino, pero para mí, en este proyecto, es más como descifrar en qué estamos como sociedad, como ese no poder distinguir cómo el estado actual de las cosas nos abruma y no encontramos la salida”.

“Lo que hice fue agarrar el personaje de ficción, pero intentar que se los digiera como si fuesen sus propias vidas, que era también lo que me estaba pasando a mí en un momento, como tumbada, consumiendo capítulos y capítulos de una serie”, comentó.

En Dormir sobre un volcán la cuestión de las series es un punto de partida para explorar la intimidad, la incertidumbre contemporánea y su insomnio consecuente, el borramiento de la realidad y la ficcionalización de la vida propia.

Esta mirada sobre la intimidad, así como la relación con ese afuera, de O’Farrell proviene de un camino en el que la artista fue construyeno ladrillo a ladrillo en proyectos anteriores en los que fue dejando “pistas que para la siguiente”.

En Casas sin gente, las enormes acuarelas de 2016, recreó vidrieras de negocios en las que la presencia humana se presentaba fantasmagórica, a través de los reflejos, mientras que en Livings (2017) se atraviesa esa vitrina para ingresar a los hogares inhabitados, a través de los grabados en aguafuerte y aguatinta.

Hasta entonces lo humano era un rastro, una presunción, una memoria, y ya en los óleos de Cuando se caen las paredes, por la que recibió el premio en obra de arteba 2021, el premio 8M y tuvo una muestra en el Museo Sívori en 2022, estos mundos colisionan en las piezas pensadas como un libro abierto -que tienen una hermosa edición recién publicada, además-, donde conviven una escena del exterior, en la que ocurría un desastre, y una interior, en la que la vida continuaba como si nada sucediera. Hay todavía allí dos instancias separadas.

En Cuando se caen..., O’Farrell comienza a explorar el traspaso del concepto de La sociedad del espectáculo de Guy Debord hacia la intimidad a partir de la creación de ficciones propias en Instagram, de donde se nutrió de las imágenes para las composiciones.

Ya en esta serie del espacio de La Boca, ese exterior en tanto trágico convive dentro de esos mismos personajes y eso se expresa no sólo en la figuración, en las poses, sino también en una composición pictórica que escapa de los bordes establecidos.

A través de la disposición de las obras en la sala, los espectadores forman parte de un “congreso de insomnes” con las obras dispuestas en ángulos de 90 grados y creando cubículos que van permitiendo una continuidad visual entre las obras, un descubrimiento constante.

“En Cuando se caen..., como conceptualmente el tema del fuego era muy importante, empecé a fundirlas todas con amarillo limón, que después desaparece pero sigue vibrando. Y me parece que ese es el condicionante de que la paleta vaya hacia un lugar”, detalló.

Así, esa tonalidad genera una calidez que refuerza esa sensación de lo privado que se abre, de la misma manera que un recuerdo se idealiza. A su vez, esa pátina previa a lo figurativo chorrea en diferentes partes, volviendo movediza a la escena, rompiendo con su rigidez, a través de una superposición de capas y el uso de pigmentos diluidos.

Las obras poseen una vibración y una tensión interna, en sintonía con la incertidumbre que se expresa con mayor potencia a partir del protagonismo que toman las manos, en las que se centra lo dramático al difuminar los rostros, que se vuelven irreconocibles.

En la última obra realizada para la serie, la disolución de la individualidad es total, la pérdida de los rasgos de ese hombre sentado, en que rostro, cuerpo y manos comienza a fundirse con sobre un sillón verde recuerda a lo que le sucedía, otra vez en el campo del cine, al villano y los otros nazis de Indiana Jones y los cazadores del arca (1981), quienes por mirar a la luz que salía del aparato tecnológico terminaron derritiéndose.

Al terminar el recorrido, surge la única pintura sin presencia humana. Un ventanal interior enfrenta a todo ese “congreso de insomnes”. Es tanto el objeto a partir del cual podríamos observar a estos cuerpos en su intimidad disociada como, quizá, una invitación poética hacia una escapatoria, una sugerencia sobre que la vida allí afuera continúa. Y no tanto en esa luz artificial.

Fotos: Gentielza Museo Marco

Fuente: telam

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