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16/07/2025

Una voz olvidada en la conquista del Río de la Plata ahora se hace escuchar

Fuente: telam

La escritora Loreley El Jaber, investigadora del CONICET y doctora en Letras, nos cuenta el detrás de escena de su último ensayo

>Luego de publicar mi primer estudio sobre las crónicas de la conquista rioplatense, Un país malsano, me preguntaba por dónde iría mi nueva investigación. Entonces, revisando papeles, encontré un documento que había leído como al pasar tiempo atrás y fue como hallar un punto que había quedado sin tejer. Ese punto era la Información que había mandado levantar Álvar Núñez Cabeza de Vaca al llegar al Río de la Plata. La historia que encerraba ese documento merecía ser contada. Lo que me impactó al leerlo era la cantidad de hombres plebeyos, hacinados en cárceles, que estaban allí por no tener con qué pagar el quinto (un impuesto real) o que intentaban hacerlo con sus escasas ropas. Lo que me impactó fueron todos esos cuerpos desnudos de los que nadie hablaba. Pero no solamente, también lo que me resultaba sorprendente era cómo la falta operaba ahí como “razón” del castigo porque, no era que no querían pagar, sino que, en el contexto rioplatense del siglo XVI en el que estaban, no tenían con qué hacerlo. Las voces de esos pobladores recluidos contando sus desgracias quedaron resonando. Entonces dije: “acá hay algo interesante”.

Estas preguntas me condujeron a muchas lecturas a lo largo de los más de diez años que llevó esta investigación. Entre ellas, descubrí que la plebe poseía un lugar importante en ciertos pleitos del siglo XVI, particularmente en aquellos ligados a una traición o a un posible levantamiento, por ser la principal testigo. Se trataba de juicios a figuras de poder, con base en sucesos que acaecieron en plena mar, lejos de la metrópoli, en camino o ya en el Río de la Plata. En el libro me he detenido en los casos de Sebastián Caboto, Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Jaime Rasquin.

El fracaso y la traición parecían ir de la mano a medida que leía. Nuevamente, la falta de la que se lamentaban los hombres en aquel documento primero volvía a mi mente, ya que resultaba evidente que era generadora de discurso y relato. Sucede que la falta (la cual siempre es en principio económica) lleva a la violencia, a la tiranía, a la muerte, al exceso. En todos los capítulos que componen Motines y traición, los cuerpos de la plebe poseen un lugar destacado. Es de ellos finalmente de lo que se habla.

Si la plebe era antes un conjunto de nombres en el registro de quienes formaban parte de una u otra armada, a partir de los juicios, esa plebe comienza a adquirir otro lugar. Se le pregunta al marinero, a la criada, qué saben sobre el suceso de traición o amotinamiento (la traición es siempre un levantamiento contra el poder) y entonces, en ese contexto, esos sujetos tienen nombre y voz, testifican y, al hablar, se descorren de esa invisibilización que por género y/o estamento social poseen. Al hablar en juicios contra figuras como Sebastián Caboto, Pedro de Mendoza o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, su voz adquiere otro lugar porque su testimonio es necesario y, además, es el único sobre esos sucesos. La subjetividad de cada uno de estos hombres y mujeres – en su mayoría iletrados- se pone en juego en este marco legal y mediante ese lenguaje, así es como opinan, sugieren, aconsejan al rey incluso. Muchas veces son convocados por una parte y sus respuestas no juegan a favor de quien los convoca, sino todo lo contrario. Esto muestra lo que llamo en el libro un “fuera de control” de las voces de la plebe. Y ese “fuera de control” fue una joya a la hora de analizar.

Trabajar con estos documentos perdidos entre los papeles de los archivos me ofreció muchas riquezas para abordar. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Caboto me detengo en el juicio que entabla Catalina Vázquez contra él. Pensar en esa mujer, en esa madre, que a comienzos del siglo XVI litiga contra una figura de poder como esta, acusándola de asesino de su hijo, me pareció impresionante. El descubrimiento y la lectura minuciosa del pleito de Catalina, que dura unos años (ella muere en el transcurso y lo siguen sus hijas), fue un parte aguas para mí. No solo porque me interpeló profundamente esa mujer que se enfrenta al poder por su hijo desaparecido (se dice que murió intentando cruzar el río), sino porque ello me llevó a trabajar otros pleitos de mujeres, madres o viudas litigantes. Leyendo los pleitos descubrí testimonios de otras mujeres en los que reparar. En el libro me detengo en una: la criada de Juan Osorio, el acusado de traición por Pedro de Mendoza, muerto en Río de Janeiro, a la vera del río, sin saber por qué. El testimonio de Elvira Pineda, así se llamaba, es muy interesante, porque lo que dice es que por ser mujer no puede dar voces a su amo de la traición que se tramaba contra él, porque estaba amenazada. También dice que el rótulo que pendía de su cuello, que llevaba escrito “por traidor y amotinador”, no lo pudo leer dado que, por su “condición”, no sabía hacerlo. Y agrega que ella, como su criada, conocía todo de su amo, y que, si él hubiera urdido alguna traición, ella se habría enterado de antemano. La voz de la mujer de la plebe, criada e iletrada, halla un lugar clave y concreto en el pleito que entabla el padre de Osorio. La criada es la que más sabe.

Si bien mediadas por manos letradas, esas voces existen, concretamente pueblan los papeles legales, aunque hayan sido olvidadas. En Motines y traición en el Río de la Plata: Un ensayo sobre la voz de la plebe concibo estas voces como voces contingentes y propongo escucharlas, detener el oído en los rastros de esas voces que aún guarda el archivo.

La plebe dice muchas veces lo que no se quiere escuchar. Cuenta el marinero Luis de León, por ejemplo, que un tal Martín, vizcaíno, conminado por el hambre, había salido en busca de alimento, desoyendo las órdenes de no adentrarse en tierra de indios. Por esto, Caboto lo manda a ahorcar, acusándolo de traición. Cuenta el marinero que oyó decir que Martín se “había caído de la horca o quebrado la soga y que había demandado misericordia y que lo mandó otra vez ahorcar el dicho capitán general”. Muerto y vuelto a morir, ahorcado y vuelto a ahorcar sin miramientos. El sufrimiento directo de estos sujetos es condición para la existencia de su relato, para la emergencia de su voz.

Fuente: telam

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