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12/07/2025

Tuvo un accidente en moto, perdió una pierna y tardó 15 años en hacer rehabilitación: el encuentro que le cambió la vida

Fuente: telam

En 2007, cuando tenía 24, Alberto Petrak fue amputado. Durante años caminó con una prótesis que lo lastimaba, convencido de que el dolor era su destino. Pasó por depresión y sobrepeso, hasta que un comentario inesperado lo llevó a replantearse todo

>Cuando se despertó del coma, el 8 de enero de 2008, Alberto Petrak (42) no recordaba quién era ni qué le había sucedido. Había pasado 23 días intubado en terapia intensiva. Sus padres y sus hermanas lloraban cada vez que entraban a verlo. “¿Qué pasó?”, fue lo primero que les preguntó cuando pudo volver a hablar. Nadie se animaba a contestarle. Semanas antes, había salido a dar una vuelta en su moto y un auto frenó de golpe frente a él. El impacto lo hizo volar más de 25 metros. Al abrir los ojos, lo último que esperaba era descubrir que le faltaba una pierna.

Alberto no dice que el accidente lo volvió mejor persona, ni habla de grandes lecciones. “Si pudiese volver el tiempo atrás, quisiera que esto nunca hubiese ocurrido”, asegura. Para él, la pérdida fue brutal: le llevó años aceptarla y aceptarse. Las limitaciones que trajo la amputación fueron muchas y crueles. “Me convencí de que el dolor iba a ser parte de mi vida para siempre”, explica. En ese momento no sabía que todo ese sufrimiento podía haberse evitado. La prótesis que le dieron no era la adecuada, pero tardó años en descubrirlo. Y más aún en volver a caminar sin dolor.

Alberto nació en la localidad bonaerense de Lomas de Zamora y es el menor de cuatro hermanas mujeres. Hijo de un albañil y una empleada doméstica, creció en un hogar donde nunca faltó, pero tampoco sobró nada. A los 24, antes de que su vida cambiara para siempre, trabajaba como administrativo en una empresa de transporte y se debatía entre seguir con la licenciatura en Planificación Logística en la Universidad Nacional de Lanús o arrancar el profesorado de Historia en Adrogué. “Siempre anhelaba mejorar la situación económica”, dice.

El día del accidente —el 16 de diciembre de 2007— había ido a jugar al fútbol y, después de bañarse, fue a tomar unos mates a lo de su mejor amigo, que vivía en su misma manzana. Se quedó a cenar, pero en vez de volver a su casa, decidió ir a dar una vuelta con la moto. “De regreso, un auto frenó delante de mí de forma imprudente y no pude parar. La moto pasó de largo y le pegué con la pierna izquierda, arriba de la óptica trasera. Salí despedido unos 25 metros hasta el cordón de la vereda”, cuenta.

Fue el trauma más grande de mi vida —asegura Alberto—. Me levanté y había una parte de mi cuerpo que ya no estaba. Enseguida me puse a pensar en el laburo, en la familia, en mis amigos, y dije: ‘Bueno, se terminó acá. El juego se terminó acá’”.

La prótesis que recibió meses más tarde fue “básica” y el seguimiento por parte del médico ortopedista, distante. “Me mostró cómo se colocaba el equipamiento y listo. ‘Esto se pone así, meté el muñón acá, tocá este botón y tratá de buscar equilibrio’. ¿Viste los instructivos para armar un mueble? Bueno, así”, cuenta. Como si fuera poco, perdió el juicio contra el automovilista. “No cobré ningún resarcimiento económico, así que me costó muchísimo recomponerme. Tampoco pude hacer rehabilitación. De hecho, no la hice. La empecé en 2022”.

—Caminaba como podía.

En marzo de 2008, Alberto regresó a su casa en una silla de ruedas. En agosto, le retiraron los tornillos del tutor que le habían colocado en el fémur. Esos cinco meses los pasó encerrado. “Lo único que hacía era comer y dormir. No quería que nadie viniera a verme”, cuenta.

A pesar del esfuerzo diario, seguía sin las herramientas básicas para adaptarse a su nueva condición. La rehabilitación —un proceso fundamental para recuperar la movilidad, la autonomía y la calidad de vida tras una amputación— era una opción lejana. “Tenía que hacerla, pero por una cuestión de tiempo, costos y traslados, no podía. De hecho, antes de reincorporarme, la empresa me hizo un préstamo para que pudiera pagar los viáticos. Estaba en la ruina, desde lo emocional hasta lo económico. Desinformado. Mal asesorado. Entonces dije: ‘Me voy a trabajar así’”, dice.

Lo que siguió fue una tortura silenciosa. “Recordarlo me avergüenza. No entiendo por qué pasó, pero todos los días era lo mismo: la prótesis se me salía y me lastimaba. Y yo volvía, con un sacrificio inmenso, a la ortopedia. Incluso, hubo un momento en que me ataban una soga, como un cinto, para que no se saliera nada. Y cuando empezaba a quedarme grande, rellenaban el interior con una especie de goma”, recuerda. “Otra vez le expliqué que mi pisada era mala porque me había puesto un pie un talle más: yo calzo 40 y era 41. ‘Bueno, comprá una zapatilla más grande’, me contestó”.

Durante seis años, entre 2008 y 2013, Alberto se sintió limitado y sin ganas de vivir. Caminaba alternando muletas y bastón, y su marcha era inestable y dolorosa. Hasta que un día, en una visita a la ortopedia, algo cambió: “Me crucé con un muchacho, también amputado, que entró transpirado. Nos saludamos y empezamos a conversar. Le pregunté por qué estaba así y me dijo: ‘Vengo de jugar al tenis’. Yo me miré… apenas podía caminar”.

En ese intercambio, el hombre le recomendó que fuera a ver a Damiana Pacho, una fisiatra que lo había ayudado mucho. “Me dio una tarjeta, me puse en contacto y, una semana después, la visité. Ese mismo día me hizo correr. Salí de la consulta llorando porque pensé que nunca más iba a volver a hacer algo así”, dice.

Envalentonado, en 2014 pidió hablar con el secretario general del Sindicato Camioneros, Hugo Moyano, gremio al que pertenece la empresa donde trabaja. “Le conté lo que estaba atravesando y, automáticamente, me cambió de ortopedia y de equipamiento. Ahí me dieron una prótesis de primer nivel y fue un renacer. No te puedo explicar la alegría que experimenté cuando me paré y no me dolía nada. Yo estaba acostumbrado a caminar agarrado de las paredes”, dice.

La rehabilitación formal llegó en 2020, pero debió interrumpirla por la pandemia. La retomó en 2022. Recién entonces aprendió lo que debería haber aprendido en 2008: “A mantener el equilibrio, a fortalecer el muñón, a hacer ejercicio, a tener estabilidad, a cambiar la velocidad, a subir escaleras, a bajarlas. Antes lo hacía como podía. Hoy puedo hacerlo de una manera convencional. Sin temores. Levantando la cabeza”, asegura.

Alberto dice que su vida cambió gracias al apoyo que recibió del Sindicato de Camioneros y la prótesis que le consigueron. Tras años de sedentarismo y dolor, hoy siente que recuperó parte de esa libertad que tenía a los 24 años. “Salvo el fútbol, pude volver a jugar al pádel y al golf”, cuenta.

Sigue con la rehabilitación, aunque ya no sea imprescindible. “Tal vez no la necesite tanto, pero la hago para perfeccionarme. Gracias a eso pude hacer cosas como tirarme en paracaídas”, cuenta, mientras saca el celular y muestra el video del salto. “Fue una propuesta de mi ortopedista, Javier Bernat. ‘¿Qué tenés ganas de hacer?’, me preguntó. Tenía que ser algo que me costara, porque si no, no tenía sentido. Lo hice y lo volvería a hacer”, dice.

Fuente: telam

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