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09/07/2025

El día que cayeron los muros de Saydnaya, la maquinaria de muerte y las fosas comunes que estremecen a Siria

Fuente: telam

La liberación de los últimos reclusos expuso una red de tortura y ejecuciones sistemáticas. Las consecuencias de años de represión estatal aún resuenan en las familias de los desaparecidos

>“Este lugar es un símbolo de vergüenza para el mundo entero. No solo para Siria”, afirma Emad Al-Aqra, profesor dedicado a la rehabilitación de prisioneros y la justicia transicional, quien pasó cerca de un año en Saydnaya tras ser encarcelado en 2011 por criticar al régimen en televisión.

La liberación de los últimos reclusos de Saydnaya ocurrió el 8 de diciembre, cuando rebeldes irrumpieron en la prisión durante la madrugada y abrieron las puertas, revelando uno de los peores ejemplos de exterminio sistemático de Estado desde la Segunda Guerra Mundial.

El ritmo de las ejecuciones en Saydnaya se aceleró de forma drástica en marzo de 2023. “Reunieron a 600 personas y las mataron en tres días, unas 200 cada noche”, relató Abdel Moneim Al-Qaid, excombatiente rebelde arrestado tras entregarse bajo la promesa de una amnistía.

La brutalidad de Saydnaya no se limitó a las ejecuciones. Exdetenidos y especialistas estiman que un número similar de personas murió por torturas y condiciones extremas: golpizas con tubos y varas, hambre, sed y enfermedades. Los prisioneros, hacinados en celdas de acero infestadas de piojos, no podían mirar a los guardias a los ojos sin arriesgarse a una paliza que podía dejarlos desangrándose en el suelo. “Saydnaya era una pesadilla. Era una gran masacre. Casi nadie salía con vida”, declaró Ali Ahmed Al-Zuwara, agricultor arrestado en 2020 por evadir el servicio militar.

El impacto de la represión se refleja en las cifras: 160.123 sirios fueron desaparecidos forzosamente por el régimen de Assad durante la guerra, según la Syrian Network for Human Rights. Las familias de los desaparecidos viven entre la esperanza y el duelo sin respuestas ni cuerpos que enterrar.

Saydnaya, oficialmente la “Primera Prisión Militar”, fue construida en los años 80 bajo el mandato de Hafez Assad y heredada por su hijo en 2000. Tras el estallido de la revolución en 2011, el régimen utilizó la prisión y decenas de centros similares para sembrar el terror y sofocar la insurrección. El nombre de la prisión se convirtió en sinónimo de desaparición y muerte: “Perdido en Saydnaya” pasó a significar que alguien había sido arrestado y nunca más visto.

El proceso de ingreso a Saydnaya era un ritual de deshumanización. Mohammed Abdel Rahman Ibrahim, exprofesor de matemáticas, fue uno de los muchos que se entregaron tras una supuesta amnistía en 2018. Tras ser arrestado, fue torturado hasta firmar una confesión que no pudo leer. “Quizá firmé mi propia sentencia de muerte. No lo sé”, confesó. Al llegar a la prisión, los guardias lo desnudaron, lo metieron en una llanta para golpearle las extremidades y lo encerraron con otros siete hombres en una celda minúscula, sin calefacción y con un inodoro desbordado. El “comité de bienvenida” consistía en una paliza con una manguera plástica verde, a veces hasta 100 golpes en las piernas. Algunos morían en esa primera noche. Bashar Mohammed Jamous, excombatiente rebelde, perdió un pie tras la golpiza inicial.

La vida diaria en Saydnaya implicaba privaciones extremas: prohibición de hablar en voz alta, ausencia de libros, papel o zapatos, y exposición al frío de la montaña. Los prisioneros debían beber su propia orina, sufrían agresiones sexuales y golpizas constantes. El hambre era endémico: una taza de arroz debía alimentar a toda una celda durante un día. En una ocasión, los guardias cortaron el agua durante 17 días; Bassam Rahman murió tras beber del inodoro, según su compañero de celda Mahmoud Omar Warde. “Éramos 25 personas. Al final solo quedamos ocho. Todos los que murieron lo hicieron delante de nosotros”, relató Warde.

La información sobre los crímenes de Saydnaya había circulado durante años en informes de la ONU, Amnistía Internacional, Human Rights Watch y organizaciones sirias como el Syrian Justice and Accountability Center y la Association of Detainees and Missing Persons of Sednaya Prison. A pesar de ello, la comunidad internacional no logró detener las atrocidades. Stephen Rapp, exembajador estadounidense para crímenes de guerra, calificó lo ocurrido como “la peor atrocidad del siglo XXI en cuanto al número de víctimas y la implicación directa del gobierno”, comparando la organización del terror estatal con la de los nazis y la Unión Soviética.

En febrero, Mohammed Ibrahim regresó a Saydnaya como hombre libre. Recorrió el edificio, identificó su antigua celda y la sala de torturas. “Puedo oír los gritos. Puedo oír el sonido de los golpes. Es como si todas las escenas estuvieran ocurriendo ahora mismo delante de mí”, dijo. “Tenía miedo de dormir los primeros días tras salir. Pensaba que todo era un sueño y que despertaría de nuevo en Saydnaya. Ahora sé que realmente se acabó”.

Fuente: telam

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