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06/07/2025

Josefina Licitra, su nuevo libro “Crac” y los años 70: “Yo tengo la suerte de que mis padres están vivos, pero mi familia se arruinó igual”

Fuente: telam

La gran cronista argentina habla sobre el texto autobiográfico en el que narra las dificultades del vínculo con su padre, quien en 1978 dejó el país como exiliado político. ¿Escribir el relato familiar puede poner en riesgo el amor de los que amamos?

>Escribió durante años en puntas de pie, hasta que uno de sus pies se quebró. O no: escribió rasguñando las palabras para que la historia personal se ordenara en su cabeza. Tampoco: Josefina es periodista, guionista y escritora. Tenía menos de 30 años cuando ganó el premio a mejor texto de la Fundación para un Nuevo Periodismo, que entonces presidía Gabriel García Márquez. Es para muchos una de las grandes cronistas en lengua española y algunos de sus trabajos integran muy buenas antologías. Es autora de los libros Los imprudentes. Historia de la adolescencia gay lésbica en la Argentina, Los otros. Una historia del Conurbano bonaerense, Vámonos. La maravillosa vida breve de Marcos Abraham y Su nuevo libro se llama Crac, fue publicado por Seix Barral, y es un texto autobiográfico en el que Josefina narra el permanente desencuentro con su padre, quien en 1978 dejó la Argentina como exiliado político, cuando ella tenía tres años. Tanto él como su madre habían sido militantes políticos. A partir de un texto sobre este tema que Licitra publicó primero en portugués y luego en español, su padre dejó de hablarle. La idea de traición, un concepto clave de los años 70, resquebraja los flecos del vínculo. ¿Tenemos que pedir permiso a los otros protagonistas para contar nuestra versión de la historia familiar? ¿La historia familiar nos pertenece a todos o no es de nadie? ¿Escribir puede poner en riesgo el amor de los que amamos?

Lo que sigue es la transcripción de una charla que mantuvimos cuando grabamos un episodio del podcast Vidas Prestadas.

— Por lo que contás en tu libro, fue realmente una conmoción lo que ocurrió a partir de aquel texto en el que escribiste sobre la relación con tu papá.

— Sí. De todas maneras, siento que hay algo de caída en cámara lenta. No es como lo que sucede como una tragedia, que uno tiene que reaccionar de manera inmediata. Siento que la reacción fue, eso, lenta, que tuvo muchos pasos. Escribo yn texto que se publica en un medio en Brasil. A partir de ese texto soy sancionada y cancelada familiarmente y mi manera de salir de esa cancelación es escribiendo. Y todos esos pasos que uno cuenta como con cierta velocidad, la verdad es que me tomaron años y están muy ligados también a procesos vitales. Eran tomas de decisión narrativas o literarias pero a la vez vinculadas a cómo yo quería que continuara mi vida familiar. O sea, escribir no está desligado de buscar cómo volver a relacionarme con mi padre, aunque sea a través de un libro.

— Pero todo esto en un punto te corrió de la escritura, al menos tal como la entendías. Quiero decir, aparecieron otras formas de la escritura como los guiones, pero te corriste del camino que venías desde bien chica.

— Claro.

— Porque lo que fui viendo es que la relación con mi padre, que fue principalmente epistolar durante muchos años, él viviendo en España y yo en Argentina, hizo que al escribir yo me sintiera, no voy a decir que confortable, pero sí afín a un mandato familiar. Es que yo tenía que escribirle a mi padre y contarle cómo estaba en Buenos Aires, cómo era mi vida, qué hacía con mis amigas, cómo me iba en la escuela, cómo me iba con mi mamá, con mis abuelos, qué comía, qué películas me gustaba ver, si había leído algún libro, qué tenía para decir de los libros que me mandaba mi padre por correo. Yo me manejaba escribiendo con mucha fluidez desde muy chica.

— Sí, me di cuenta ahora con el libro, que lo que yo escribía eran crónicas del cotidiano. Además, había un mandato muy fuerte que igual tomé con mucho placer que era: Escribile a tu papá. Escribile. Contale cómo te va. De esta manera, cuando décadas después mi padre, disgustado por algo que escribo sobre él, por escribir sobre nuestro vínculo, me dice: “No podés escribir sobre mí nunca más, ni acá ni en la China”, hubo algo — los procesos inconscientes son una maravilla—, hubo algo que me funcionó como veda y no pude volver a escribir.

— Ni sobre él ni sobre nada.

— Ahora, a partir de tus libros también es posible ver cómo ibas buscando modos de entender tu historia, pienso en tu libro sobre los tupamaros, en donde hablaste con mujeres que eran madres y conseguías entender lo que fue la lucha armada en Uruguay pero también, de algún modo, funcionaba como espejo de lo que había sucedido acá. Y pensaba recién en — Sí, totalmente. A ver, Cromañón no fue una historia que yo propusiera, me la propusieron, pero uno siempre después termina viendo las cosas a través de los lentes que uno tiene y, por supuesto, ver a padres, a madres, pero justo en el caso de Cromañón, y además en la vida real sucedió así, la querella de todas esas familias las asumió un padre, un varón, y cada vez que veo a un padre que quiere y se acerca y se ocupa de su hijo es como una foto en negativo de mi historia. Abro un paréntesis, o no, me abro por este lado. Voy viendo, a partir de devoluciones muy preliminares de Crac pero también de las crónicas que había publicado sobre mi padre antes, que son muchos los hijos y las hijas que son abandonados por sus padres varones. Esto es muy simplificador, por supuesto, pero no deja de llamarme la atención.

— Ay, yo también.

(Risas). Puede parecer una pavada, ¿no? Pero en definitiva hay algo que se altera.

— Pero lo que me pasa con la figura de tu padre en Crac es que siento que necesita que alguien lo sacuda para entender lo que le pasa a su hija. Hay un punto en donde no puede terminar de salir del muchacho que se metió en la política hasta la cabeza, que tuvo que irse, que no consiguió tan fácilmente hacer de España su tierra propia. Y pienso: bueno, pero ese hombre se fue muy joven. No logró criar a una hija, no sabe lo que es criar a esa hija. Hay algo que se perdió y que es muy fuerte. ¿No se da cuenta de eso?

— Exacto. Sí, comprendo lo que decís.

— La pasión ahí.

— Un mundo más justo.

— Es que no hay nada en tu libro que uno lea y diga: qué mala persona que es este señor. Para nada.

— Tu madre no solo vive sino que se quedó, eligió quedarse con vos en la Argentina. Y tuvo una vida sacrificadísima pero es como que si en eso no hubiera nada de heroico, ¿no?

— Ella también era muy joven y con una nena chiquita.

— Habiendo tomado además una decisión de origen que es: “Yo no lo sigo. Me quedo acá con la nena”

— Sí, claro.

— En Crac aparecen personajes a quienes vos consultás porque estás queriendo saber quién fue tu papá, no solo quién es hoy. Decías antes que te gustaría abrazar a ese papá joven. Hay un abrazo con tu papá en Crac, cuando muere tu nonno.

— Por supuesto.

— ¿Le tenés bronca a la política?

— (Risas).

— A veces se habla de “novelas de autoficción”. También de “literatura del yo”. Vos sos una gran cronista y por momentos creo que tu libro es una crónica autobiográfica escrita con todas las herramientas posibles de la literatura, que, de algún modo, es lo que venís haciendo desde siempre. Tu libro se llama Crac, pero hay varios cracs, uno de ellos tiene que ver con un dolor físico concreto, un pie que se lastima, algo vinculado con el presente de la narración. Y hay un crac enorme en relación a la ruptura de la relación con tu padre. Cuando leía los nombres de tus libros me di cuenta de que todos tus libros anteriores tienen un juego, con un título corto y una suerte de bajada o explicación en el propio título. Y éste, en cambio, solo dice Crac. Ni siquiera una palabra en el sentido estricto, es más una onomatopeya ¿Cómo te decidiste?

— Que no fuera “desencuentro de un padre con una hija”.

— “No escribas sobre mí ni me muestres”.

— Un atrevimiento, decís.

— Sí, lo pensé mucho mientras lo leía porque es algo sobre lo que pienso por lo que escribo, que muchas veces también es escribir sobre los que me rodean. Yo creo que uno sobre todo tiene que respetar a los hijos. No sé si tiene que respetar tanto a los padres.

— Porque uno como padre tiene que aceptar, aunque moleste, que te digan cómo fue el otro lado de la crianza. Con los hijos, en cambio, el cuidado es otro.

— Por supuesto, sí. No había conciencia, tampoco.

— Habías intentado por todos lados ponerlo en palabras, biografiar esto. Era necesario pasarlo por las palabras.

— Era necesario que lo hicieras y, además, en un país como el nuestro, en donde hay tanta literatura de todos los géneros sobre los 70 y sobre las madres militantes, y los padres militantes. Y sobre el sacrificio de esos chicos. Muchos de ellos, orgullosísimos. Otros, no tanto. Otros, por ahí les da lo mismo, tuvieron a sus padres igual. O los perdieron y los consideran héroes. O sea, hay broncas, hay amores. Vos tenías tu propia historia para contar.

— Sí, bueno, los que sobrevivieron y viven largas vidas tienen algunas cosas también para decir, seguramente.

— Por eso. Qué habría pasado con muchos de los que murieron muy jóvenes si llegaban hasta hoy, no podemos saberlo tampoco. Es decir, qué hubiera pasado en términos de su relación con la política, porque uno ha visto cambios enormes en gente que también podía haber estado dando la vida en ese momento y,, sin embargo, cambiaron muchísimo. Algunos de ellos formaron y forman parte de gobiernos.

— Eso también cambia mucho. Otro tema: hablás de las cirugías que te hicieron en la cara cuando eras chica. A esa nena le faltaba su papá en esas circunstancias. Algo que aparece en Crac y es muy conmovedor es cuando recordás cómo empezaste a subir sola al colectivo, cuando te ibas sola a la escuela para que tu mamá no llegara tarde a su trabajo. Creo que te voy a volver a hacer doler con esto: ¿tu papá sabía todas esas cosas?

— Y no querías que ella se sintiera mal, entonces le decías que te gustaba viajar así porque ibas calentita. Eso me resultó tremendamente conmovedor.

— La selección de recuerdos que uno hace es muy alucinante. Y escribir un libro como éste te habrá llevado a reflexionar mucho sobre eso. Por qué me acuerdo de esto y por qué no de esto otro.

— Bueno, esa cabeza, ese pelo, esos rulos, esa humedad, eran finalmente lo que te ataba a la vida, también.

— Por eso.

— ¿Vos le dijiste claramente alguna vez: vos sufriste por no estar conmigo, pero yo sufrí mucho porque no estaba con vos?

— Por ahí por eso tenías que escribir.

— Ahora, vos estuviste en España con él, te quedabas un tiempo. Contás algo muy interesante que es que adoptabas los modismos españoles en tu forma de hablar. Así como, de pronto, una hija adopta el equipo de fútbol del padre y es un modo de acercarse. ¿Pensás que hablar así, como hablaban en el lugar donde él vivía, también era una forma de acercarte?

— Es una cierta forma de resistencia, ¿no?

— Claro, claro.

— Sí, sí, también ahí me identifico: yo necesito sentirme en casa.

— Hay muchas citas, hay muchas lecturas. Aparece mucho de todo eso como si hubieras necesitado tener una especie de biblioteca que te sostuviera. Una biblioteca de palabras de otros que te sostuvieran y te ayudaran a buscar las propias. ¿Es así?

Fuente: telam

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