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05/07/2025

La historia de Enrique Borja, el goleador que fue ídolo del Chavo del 8: su gol top y el vuelo en el que se “midió” con Chespirito

Fuente: telam

Goleador implacable del América y de la selección mexicana, tras el retiro fue directivo y comentarista. Pero su nombre dio la vuelta al mundo en la voz del icónico personaje: “A mí me conocían más fuera del país cuando decían ‘ese es Borja el del Chavo’”

>La escena era una de tantas en la vecindad más famosa de la televisión latinoamericana: Don Ramón regañaba, Quico inflaba los cachetes y El Chavo, cubierto de polvo y entusiasmo, pateaba a la pelota y se lanzaba con los brazos extendidos al centro del patio.

Una frase. Un rugido de patio escolar que no necesitaba contexto. Para millones de niños, esa declaración lo decía todo: el sueño de ser futbolista, el homenaje a un ídolo. Para Enrique Borja, fue un antes y un después. Años después, él mismo lo reconocería: “A partir de ahí se volvió algo impresionante, me hablaban de todas partes y me decían que el Chavo decía que él era yo”.

—¡Yo que era Enrique Borja! —volvía a decir el niño del barril, como si nombrarlo le diera superpoderes.

El impacto fue inmediato. La popularidad del nombre creció en el inconsciente colectivo infantil, no solo entre aficionados al fútbol, sino entre espectadores que nunca habían visto un partido. De pronto, Borja no era solo un delantero eficaz ni el goleador del América: era un personaje del imaginario del Chavo del 8, un símbolo cultural repetido por niños desde Tijuana hasta Buenos Aires. Y hoy, con el reverdecer del Chavo por el éxito de la serie de Roberto Gómez Bolaños en Max, el ex atacante, de 79 años, volvió a inflar las redes como en las décadas del 60 y 70.

Antes de ser el ídolo de un niño de gorro a rayas que soñaba con ser goleador, Enrique Borja era apenas un joven inquieto con una camiseta universitaria y un instinto letal frente al arco. En 1964, debutó profesionalmente con los Pumas de la UNAM, el club donde empezó a perfilarse como una de las grandes figuras del fútbol mexicano.

Borja cumplió.

En su nueva etapa, se consolidó como una máquina de anotar. Fue campeón de goleo tres veces consecutivas, en las temporadas 1970, 1971 y 1972. En cada torneo se mantuvo entre los máximos anotadores del país, y su estilo —rápido, certero, con gran capacidad para el remate de cabeza— lo convirtió en una pesadilla para las defensas rivales.

Ese estilo, que para muchos era seco y eficaz, fue el que lo colocó en la cima. No hacía goles espectaculares, hacía goles seguros. El tipo de goles que ganan partidos.

Entre 1969 y 1977, Borja jugó ocho temporadas con el América, consolidando su figura como ídolo del club y referente nacional. Marcó época, no solo por los goles, sino porque fue parte de un momento de expansión mediática y cultural del fútbol mexicano. Las transmisiones televisivas aumentaban, las tribunas se llenaban, y los niños empezaban a repetir su nombre incluso sin haberlo visto jugar.

La camiseta verde le llegó temprano.

Enrique Borja debutó con la selección mexicana en los años sesenta y no tardó en consolidarse como uno de los delanteros fijos en las convocatorias nacionales. Su participación en dos Copas del Mundo consecutivas —Inglaterra 1966 y México 1970— lo colocó en la élite del fútbol nacional.

Cuatro años más tarde, con el Mundial celebrado en casa, Borja fue nuevamente convocado. El país entero vivía una efervescencia futbolística: por primera vez, México organizaba la máxima justa del fútbol internacional, y el equipo contaba con una generación sólida. Borja formó parte de ese grupo. Aunque no fue titular indiscutible durante el torneo, su presencia en la plantilla reflejaba la confianza que el cuerpo técnico tenía en su trayectoria y experiencia.

Durante la década que vistió la camiseta nacional, Borja sumó 65 partidos y marcó 31 goles. Su registro lo colocó, por muchos años, como uno de los máximos goleadores históricos del equipo tricolor.

Borja se mantuvo como referente en el seleccionado hasta mediados de los años setenta. A partir de entonces, nuevos nombres ocuparían su lugar, pero su huella ya estaba puesta: había sido parte del grupo que abrió el camino hacia un fútbol mexicano más competitivo y profesional.

Para Borja, no era poca cosa. Ya no era jugador en activo. Su nombre llevaba años fuera de las canchas, pero seguía resonando en la cultura popular por razones que iban más allá del fútbol. Lo había inmortalizado El Chavo del 8, uno de los programas más vistos en la historia de la televisión hispana.

Esa mención repetida marcó un nuevo tipo de fama. Enrique Borja se convirtió en parte del universo de Chespirito, como un símbolo de admiración infantil. Niños que nunca lo vieron jugar sabían quién era. Lo asociaban con velocidad, goles y valentía, todo gracias a un diálogo de comedia en un patio ficticio.

Su carrera fuera de la cancha fue prolongada y respetada. Pero nada lo marcó culturalmente como ese cruce inesperado con la ficción. En medio de sus funciones directivas, de los estudios de televisión y los congresos deportivos, su nombre seguía sonando con una carga emocional distinta: la del adulto vestido de niño que soñaba con ser como él y que lo decía en voz alta, entre pelotas desinfladas y tizas de rayuela.

Fuente: telam

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