Sábado 28 de Junio de 2025

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28/06/2025

Día del Orgullo: la batalla campal en la que el colectivo LGBT+ dejó la vergüenza atrás y empezó a ganar sus derechos

Fuente: telam

Empezó en Stonewall, un pub de Manhattan, y se extendió por varias noches. En ese entonces, gays y lesbianas eran considerados enfermos

>Vivían escondidos. Tenían prohibido ejercer la medicina y la abogacía. Todavía se los consideraba enfermos. Tenían prohibido bailar entre ellos e incluso mirar sostenidamente a ese o esa que les gustaba. La Policía tenía la libertad de arrestarlos en caso de incumplir con “la moral y buenas costumbres” del momento: los acusaba de “crímenes contra la naturaleza”, “prostitución” o “comportamiento lascivo”. Sus arrestos eran publicados en los diarios para que sus empleadores se enteraran: tenían derecho a despedirlos sin ningún tipo de compensación.

En Greenwich Village, un barrio del sur de Manhattan, gays, lesbianas, personas trans, bisexuales y drag queens se reunieron en el mismo pub que se congregaban cotidianamente: Stonewall Inn. El lugar había inaugurado apenas unos años antes, regenteado por una familia de la mafia italiana de las que mandaban en Nueva York. Antes de su inauguración, la comunidad LGBT+ sólo se reunía en bares más aislados, de zonas portuarias, eventualmente peligrosas. Allí podían entrar, en el mejor de los casos, varones gay. Pero otros integrantes del colectivo eran rechazados.

Stonewall Inn se volvió un refugio en el que, incluso los custodios que permitían el ingreso, tenían claro que había que dejar entrar a quienes fueran del colectivo y rechazar a quienes parecieran querer entrar sólo para ocasionar disturbios. Era frecuente que se infiltraran policías de civil, porque incluso dentro del pub la comunidad gay y trans era perseguida cotidianamente a través de razzias que organizaban las fuerzas de seguridad.

Pero la noche del 28 de junio de 1969 esa comunidad dijo basta. La Policía desplegó la misma razzia de siempre, pero los asistentes a Stonewall se resistieron. La primera fue una drag queen que le hizo entender a un oficial que no iba a subir al patrullero a puros carterazos. Una mujer que estaba allí con su pareja, otra mujer, empezó a los gritos: arengaba para que nadie se fuera, que ya no había que tenerles miedo a esos policías, que había que quedarse a resistir.

A su alrededor le hicieron caso: nadie se fue, excepto los que fueron a buscar a conocidos que vivían cerca del pub para que se sumaran a la resistencia. No dudaron en tirar botellazos a la Policía, en enfrentarlos a golpes cada vez que intentaban esposar a alguno, en gritarles que no se iban a ningún lado. El enfrentamiento duró largas horas, y uno de los repentinos manifestantes, Mark Segal, que era un adolescente, escribió con tiza en el asfalto: “Tomorrow night Stonewall”. Era una convocatoria para la noche siguiente, para que la resistencia fuera todavía más numerosa en caso de que la Policía volviera a desplegar un operativo.

El mensaje funcionó, porque la noche del 29 de junio había cientos de personas frente al pub del Greenwich Village. Volvieron a enfrentarse con la Policía, que había ido más preparada para la represión y no dudó en tirar gases lacrimógenos. Del otro lado, volaban botellas, piñas y gritos. La opresión contra la comunidad LGBT+ había encontrado un límite en ese bar mafioso en un rincón de la Gran Manzana.

Para ese entonces, el movimiento por los derechos civiles de la comunidad afroamericana ya había cobrado enorme repercusión, así como el de distintos grupos feministas y el de los grupos pacifistas que exigían el fin de la Guerra de Vietnam. Todo eso, de alguna manera, formó el escenario propicio para que el colectivo que se reunía cada noche en el único lugar en el que podía sentirse (más o menos) seguro reaccionara distinto ante las agresiones que recibían con frecuencia. Era hora de vivir fuera de la vergüenza.

Pero sobre todo, al cumplirse un año de aquel 28 de junio de 1969, tan efervescente como espontáneo, decidieron que había que ir más allá de Stonewall. Convocaron a una marcha y caminaron cinco kilómetros, desde Greenwich Village hasta Central Park. Hubo, según estimaciones que difieren, entre 3.000 y 15.000 personas en esa primera convocatoria, que se repetiría cada 28 de junio hasta nuestros días.

Acababa de empezar la Marcha del Orgullo, la primera medida colectiva de una comunidad que sólo había atinado a, en los mejores casos, defenderse individualmente o en pequeños grupos. Pero que sobre todo estaba condenada a esconderse, a vivir con menos libertad que los heterosexuales. A sentir vergüenza por ser quienes eran y amar a quienes amaban y desear a quienes deseaban.

Empezaron a conformarse formalmente organizaciones de gays y lesbianas para militar esos derechos por los que pelearían, así como el fin de la discriminación que permitía que los echaran del trabajo, los arrestaran o les negaran un título universitario.

Menos de diez años después, del otro lado del país, Harvey Milk se convertiría en el primer funcionario abiertamente gay elegido por el voto popular. Fue en San Francisco, otra ciudad fundamental para la lucha de la comunidad LGBT+.

Algunos años después, la Marcha del Orgullo llegó a la Argentina. Pero aunque como cada 28 de junio se produce alguna manifestación, el gran desfile de cada año se hace en noviembre. Fue una medida de las organizaciones de gays, lesbianas y personas trans para evitar que el frío del invierno impactara especialmente en pacientes de VIH que quisieran sumarse a la movilización.

En la actualidad, la Marcha de Orgullo neoyorquina es masiva y cuenta con enormes auspicios, algo que ha hecho enojar a algunos de los pioneros en la lucha por los derechos del colectivo.

Fuente: telam

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