28/06/2025
“The Bear” regresa a lo esencial: sueños, obsesiones y la batalla por salvar un restaurante en crisis

Fuente: telam
Volvió la aclamada serie con una cuarta temporada. Giros inesperados, viejos traumas nuevas dudas y un final que podría cerrar la historia para siempre
>La cuarta temporada de The Bear comienza con una sensación de repetición, o peor. Una vez más, el atribulado prodigio culinario Carmy Berzatto (Jeremy Allen White) responde a una crisis —en este caso, una crítica mixta sobre su nuevo restaurante publicada en el diario Chicago Tribune— prometiéndole a su socia y protegida Sydney Adamu (Ayo Edebiri) que mejorará, mientras ella teme que está sacando las conclusiones equivocadas. Ella se muestra escéptica y visiblemente exasperada. Él está atormentado y ansioso por conectar. Psicológicamente, todo resulta creíble y certero.
El hecho de que todo esto resulte algo reciclado no es un accidente. The Bear ha recibido elogios (y premios) por captar de manera realista la sensación constante de urgencia en el negocio de la gastronomía, pero es, esencialmente, una serie sobre los estancamientos; un fragmento de la película El día de la marmota aparece esta temporada para remarcarlo.
Él lo sabe. Pero tras cuatro temporadas, cabe preguntarse (por la serie y por Carmy) si la autoconciencia resulta suficiente.
Las cuestiones centrales del relato —¿Puede Carmy recuperarse, cambiar y prosperar? ¿Puede transformar y quizás redimir el mundo que dejó Mikey?— siempre han coexistido de manera desordenada (y a veces encantadora) con otros problemas que la serie ha explorado, como la ciudad de Chicago, la alta cocina, la clase social, la gentrificación, el servicio, la vocación, las adicciones, el abuso, la codependencia, la mentoría y el arte.La serie no aborda igual todos estos temas. Su cámara intrusiva puede ser precisa, selectiva, brutal y certera cuando impulsa a la historia. También puede caer en una modalidad que quizá se perciba como desenfrenada, indulgente y poco exigente. Ese tono más entusiasta aparece a menudo cada vez que los personajes están cocinando, comiendo, hablando o simplemente rodeados de comida de calidad, y se siente separado de preguntas difíciles que la serie también plantea, como: ¿De verdad es un “logro” que un lugar como el Original Beef, al que iban vecinos en busca de sándwiches baratos y abundantes, se convierta en un restaurante exclusivo que los residentes del barrio no podrían costear? Sabemos lo que buscan los personajes, pero ¿deberíamos alentarlos?Esa tensión llegó al punto máximo en la polémica tercera temporada, cuando Carmy decidió que para triunfar debía obtener una estrella Michelin. The Bear parecía no tener claro qué quería decir sobre la comida, el afán de superación, la excelencia, la creatividad y el desgaste. Episodios brillantes como Napkins (sobre cómo Tina, en crisis y desempleada, conoció a Mikey en el Beef) contrastaban con las secuencias de cocinas famosas, jefes excéntricos, homenajes bienintencionados a locales de Chicago y discursos sobre restaurantes de lujo como templos donde se reúne “gente común” (destaca el incómodo diálogo entre chefs reales en el final de la tercera temporada).Que la serie intentara valorar por igual la alta y la baja gastronomía, sin parecer tomar partido, no significa que siempre lo lograra. Por ejemplo, estoy entre quienes no disfrutan de Forks, el episodio de la segunda temporada en el que Richie pasa cinco días como pasante en Ever, un restaurante ficticio dirigido por la Chef Terry (Olivia Colman), una de las mentoras más benévolas de Carmy. Considero que ejemplifica la tendencia ocasional de The Bear a forzar que el espectador experimente (más que presencie) la iluminación personal de un personaje. Puedo aceptar que Richie crea en la idea de que hay nobleza y sentido en pulir cubiertos gratis y que un lugar que cobra cientos de dólares por persona aporta un bien social y cumple sueños. Que yo no valore esa definición de servicio no debería importar, pero la serie parece necesitar que lo haga si espera que me interese el arco de Richie. Para una serie que enfatiza la ambivalencia y la complejidad, el episodio deja poco espacio para el escepticismo.En resumen, encuentro muy interesante el diálogo de la serie con la cultura gastronómica real pero, en la práctica, esto puede jugar contra la trama central. Bajo este aspecto, la cuarta temporada, que vuelve a centrarse en el elenco principal, representa un avance notable, aunque los fanáticos de la fotografía culinaria puedan echarla de menos.
Respecto al restaurante y su destino: las ilusiones de que un nuevo comienzo despejara la tristeza y la disfunción del Original Beef —o aprovechara lo bueno y dejara atrás lo malo— parecen desvanecerse. La primera temporada cerró con una teoría de renovación que implicaba rechazo: el Beef debía morir para que el Bear existiera. O renaciera. O algo así. El mensaje de Mikey, “Let it rip” (darlo todo), era literal: Carmy debía demolerlo para reconstruirlo y convertirlo en algo esperanzador y nuevo.
Por eso resulta simbólicamente complicado, pero también atractivo e interesante, que esa idea fracasó; la ventana de los sándwiches sigue siendo la única parte rentable del negocio. (Esto alimenta una subtrama divertida con Rob Reiner y el personaje de Edwin Lee Gibson, Ebra). La sanación y la reparación no siempre siguen el camino esperado.Lo mejor de todo: la temporada justifica esas repeticiones iniciales. Cada repaso de escenas del pasado suma una capa que profundiza la percepción de significado compartido, tanto del grupo como de la serie y del público. Es muy interesante ver cómo todos esos elementos aislados, con sus respectivos sueños y pesadillas, comienzan a vincularse.
Fuente: The Washington Post
Fuente: telam
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