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28/06/2025

A propósito de ‘Los mundos anteriores’: unas preguntas a mi Yo de la ancianidad

Fuente: telam

Personajes inspirados en amigos reales, escenarios reconocibles y una Buenos Aires reinventada dan vida a una trama donde la memoria, la identidad y el deseo de trascender desafían los límites del tiempo

>¿Cómo te sentirías viajando a otra época con el cuerpo cuarenta años más joven, conservando tu inteligencia, memoria y emociones de tus setenta? ¿Y qué pasaría si te digo que la oferta puede mejorar, alejándote del medio de una epidemia mortal para ubicarte en una ciudad paradisíaca del pasado, donde la salud es la moneda común? Los mundos anteriores cuenta una historia de padecimiento y salvación. La empresa Morel, viajes que curan te puede ayudar con este milagrito si a cambio le das todo lo que tenés, todas tus cosas.

En la Villa Tesla los edificios en torre no tienen escaleras ni ascensores; se llega a los diferentes niveles por vehículos voladores. No hay ni cables ni caños: todos los servicios son inalámbricos, invisibles y silenciosos. Los autos, los electrodomésticos, los muebles, los robots y las pantallas son tus amigos que te hablan, aconsejan, apoyan y cuidan. Las casas funcionan con base en los deseos de cada dueño. Si quiere bañarse, la casa se transforma en una terma romana; si quiere cocinar, se llena de mesadas, hornos, heladeras y alacenas como la fábrica gastronómica de un chef Michelin. Si quiere tomar un trago, todo el interior asimilable se convierte en la barra acolchada de Pinar de Rocha de los 90, con taburetes, pista, reservados y bola de espejos. Cada cambio se produce en un pestañeo.

La Buenos Aires de la Villa se contrapone con la ciudad histórica, que es un collage de capas oxidadas de tráfico e idiomas, en un amontonamiento de gente ensimismada, con edificios que se caen a pedazos. P vive en la modernidad; su novia Nane, alejada del bullicio en la Provincia, adonde la polución y la enfermedad están empezando a llegar. Si bien no hay cura para la enfermedad, existe la esperanza del viaje. Los personajes se van a poner a prueba, intentarán suplir escollos económicos y familiares porque están decididos a dejarlo todo en esta ida sin retorno a un lugar que desconocen, pero que está garantizado por ser el pueblo que menor incidencia de muertes por cáncer registra en la historia de la humanidad. Será su escape a la mejor noche de los tiempos. ¿Sabrán encontrarse en el pasado, estos dos héroes de cartulina?

La novela es de amor, pero también es un homenaje a todas las máquinas del tiempo que existieron en los delirios de la física y la matemática mundial. En el futuro dispondrán de un cilindro de espuma cuántica, invento de Morel. Ese cilindro es la conclusión actualizada de todas aquellas veces que la ciencia se unió a la filosofía para preguntarse cómo sería viajar hacia otras eras. La ficción siempre se aprovechó de estos intentos fallidos, dándoles una utilidad de entretenimiento. Libros como La máquina del tiempo, de Wells, los cuentos sensatos de Julio Verne, Robert Heinlein o Ray Bradbury; películas como Primer, Tenet, Volver al futuro, Terminator. Especulaciones y diversión con diferentes grados de credibilidad.

Para construir esta novela utilicé, como si fuera una rutina gimnástica, la misma estructura de La otra playa y El corazón de Doli. He creado voluntariamente un tríptico que aquí termina; no es una saga, no hay continuarás… Las tres novelas son diferentes, autónomas y pueden y deben leerse individualmente, sin suponer una progresión, ni un orden, ni nada que se le parezca. No hay que haber leído una para entender la otra; son tres libros separados que solo comparten el esqueleto de sostén. Ese esqueleto está conformado por cuatro elementos: una ciencia discutible (por lo rara); una playa, un libro, un amor. Esta estructura me sirve solamente para poder contarlas, pero la nombro en la nota porque me pidieron que expusiera la cocina de la escritura de Los mundos anteriores, y las estructuras han sido siempre prioritarias en la obra de este arquitecto que escribe. Ni te cuento en las casas.

Ya una vez había recurrido a un díptico, cuando diseñé El amor enfermo y Auschwitz. Esos libros no pueden ser más diferentes, y sin embargo partieron de un acuerdo que me permitió decir lo que quería con mucha libertad. Los escritores a veces nos autoinfligimos reglamentos para poder trabajar en forma acotada. Las reglas en estas dos novelas iban por el lado del protagonista: técnica y morfológicamente era casi el mismo. Un varón porteño, heterosexual, habitante de Palermo Viejo, un metro setenta y cuatro, cuarenta años recién cumplidos. Nada más que Saravia es un pan de Dios y Berto un hijo de puta. Como las mitades del vizconde demediado de Calvino pero enteras, duplete, caminando y haciendo de las suyas por Buenos Aires.

¿A qué me refiero cuando apodo a una ciencia con el adjetivo discutible? En el caso de Los mundos anteriores me estoy refiriendo a que los mismos físicos y matemáticos que fueron hilando teorías sobre viajes en el tiempo lo hicieron con pinzas, dubitativamente, a sabiendas de que eran impracticables, o simples visiones de lo que podría suceder. Al menos eso es lo que se lee hasta Stephen Hawking, que niega rotundamente la idea de viajar al pasado, pero le prende una vela a la posibilidad no tan remota de hacerlo al futuro. Carlo Rovelli, uno de sus seguidores más notables -trabaja en el campo de la cuántica, ahí donde Hawking se detiene- ya opina lo contrario, porque en la cuántica las acciones no tienen por qué preceder a las reacciones. Los libros que leí para construir mi historia me resultaron exquisitos: Breve historia del tiempo, Helgoland, El orden del tiempo, de los físicos que nombre, y uno muy lindo de difusión histórica del profesor David Toomey: Los nuevos viajeros del tiempo.

En Los mundos anteriores me agarró un complejo de realidad. Tal vez porque en un libro de viajes en el tiempo, lo que da más trabajo es disimular (o explotar, seamos sinceros: a veces es mejor exponer un error que taparlo) las paradojas, que saltan todo el tiempo. Las paradojas son producto de la causalidad; la cuántica, como dije antes, vino a atenuar un poco estos defectos. Mi parte acomplejada se conformó simplemente con encontrar personajes reales y mandar a mis mejores amigos con nombres, apellidos y profesiones, al pasado conmigo, a la ciudad que fue un Silicon Valley anterior al actual, con un parque divino, un lago, un río.

Lo bueno de meter gente real en mi máquina de espuma cuántica es lo que me pasó el otro día: entré a Facebook y había un escrito de Hernán. Termina diciendo: “Gracias, amigo, por esta forma mágica de hacernos eternos. No se me ocurre mejor regalo. Te quiero.”

Fuente: telam

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