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25/06/2025

A 10 años de la muerte de Don Diego Maradona: su infancia en Corrientes, su vida de sacrificios y su vínculo con el astro del fútbol

Fuente: telam

Heredó el apellido que haría eco en todo el mundo de su abuela, una madre soltera; creció con austeridad; alimentó a ocho hijos; y se convirtió en “el papá del D10s”. Chitoro, apodo con el que era conocido por todos, falleció a los 87 años, el 25 de junio de 2015

>Jamás hubiera soportado el dolor de ver partir a sus hijos. Por eso se fue antes. Exactamente, el 25 de junio de 2015. Don Diego “Chitoro” Maradona murió a los 87 años. El 19 de noviembre de 2011 había perdido a su compañera, Doña Tota. Y con ella se había ido también parte de su vida. Pero a él todavía le quedaban algunas cosas por hacer. Sobre todo, en relación a sus nietos.

La madre de Don Diego, en tanto, fue Lucía, la anteúltima hija del matrimonio correntino compuesto por Zoilo Vallejo y Ángeles Martínez. La mujer, criada en un hogar humilde, tampoco había recibido educación formal. Así que, una vez que se casó con Saturnino, se esforzaron trabajando en el campo para poder mantener a sus tres hijos: Julían Elías, Rosa y Chitoro.

Fue también en esa tierra mesopotámica que Don Diego se econtró con su gran amor: Dalma Salvadora Franco, a quien años más tarde el mundo entero conocería como Doña Tota. Por aquel entonces, él se dedicaba a transportar pasajeros en una lancha para ganarse la vida. Pero de a poco fueron llegando los hijos y las necesidades económicas los llevaron a hacer las valijas para desembarcar en Buenos Aires, buscando un futuro mejor para la familia.

Corría el año 1955 cuando Chitoro y su esposa se instalaron en Villa Fiorito donde, con mucho sacrificio, lograron criar a sus ocho hijos: Ana María, Rita (“Kitty”), Elsa (“Lili”), María Rosa (“Mary”), Diego (“Pelusa”), Raúl (“Lalo”), Hugo (“Turco”) y Claudia (“Cali”). No imaginaban que el cuarto de sus descendientes se convertiría en un astro del fútbol a nivel mundial. Y que algún día los sacaría de la pobreza. Sin embargo, hicieron todo lo que estuvo a su alcance —y más también— para que él tuviera la posibilidad de desarrollar su talento.

No fueron tiempos fáciles. Don Diego partía todos los días de madrugada a trabajar a la fábrica de molienda de huesos Tritumol, donde ganaba apenas lo justo y necesario para sobrevivir. Y era cierto que, con tal de que la olla de comida alcanzara para sus hijos, su esposa fingía sentirse mal y se iba a dormir si probar bocado. Algo que Maradona recién advirtió al llegar a la adolescencia. “A los 13 años me di cuenta que mi vieja nunca había sufrido del estómago. Nunca tuvo dolor, siempre quiso que comiéramos nosotros”, contó.

La ilusión de que Pelusa, que se destacaba de entre sus compañeros, pudiera jugar en Primera División de Argentinos Juniors, hizo que en 1976 Chitoro se trasladara con su familia a La Paternal. Allí comenzó otra historia. Porque, desde el primer momento en que comenzó a desarrollarse como futbolista profesional, Maradona se puso como objetivo darle una vida mejor a sus padres. Y lo logró.

No obstante, cuando las penurias económicas se terminaron, comenzaron otros problemas que mantuvieron en vilo a Chitoro. Por un lado, estaban las adicciones de Maradona, que pusieron en riesgo su vida en más de una oportunidad. Y, por el otro, la negativa del astro a reconocer pública y afectivamente a algunos de sus hijos. Es que, durante muchos años, el Diez solo aceptó a Dalma y Gianinna, las “nenas” que tuvo con Claudia Villafañe. Pero despreció a Diego Jr., fruto de un amorío con la italiana Cristiana Sinagra, se negó a conocer a Jana, de su relación con Valeria Sabalain, y tardó en vincularse con Dieguito Fernando, nacido de su pareja con Verónica Ojeda, a quien abandonó estando embarazada para irse con Rocío Oliva.

Dicen que estas “desprolijidades” de su hijo le causaban una gran tristeza a Don Diego, quien nunca se negó a recibir en su casa a ningunos de los descendientes del Diez. Y que siempre abogó por tratar de que sus nietos pudieran tener una buena relación entre ellos. Porque, para él, los lazos de sangre eran sagrados. Y confiaba que, en algún momento, Maradona iba a terminar por abrazar a todos sus hijos. Algo que solo llegó a ver en parte.

Cinco años después, el 25 de noviembre del 2020, falleció Pelusa. Y, un año más tarde, el 28 de diciembre de 2021, su hermano Hugo. Dos golpes que Don Diego nunca habría podido soportar. De manera que, con su sonrisa franca y sus manos gastadas, optó por seguir velando por los suyos desde otro plano.

Fuente: telam

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