25/06/2025
‘Chacarita Moderna’, el libro que documenta el brutalismo en el gran subsuelo del cementerio porteño

Fuente: telam
La obra de Ítala Fulvia Villa, olvidada diseñadora del panteón subterráneo de la necrópolis, es objeto de homenaje para la arquitecta francesa Léa Namer. “Fue la experiencia arquitectónica más conmovedora de mi vida”, asegura
>Chacarita Moderna. La necrópolis brutalista de Buenos Aires es el título del libro, en cuyo prólogo, su autora Léa Namer, le “escribe” una carta a Ítala Fulvia Villa (1913-1991), una relegada arquitecta que, hacia fines de la década del 40, ideó el subterráneo Sexto Panteón (o Panteón VI) de la necrópolis, un inframundo de hormigón que alberga a miles de difuntos.
Porque, desde su primer acercamiento con este camposanto subterráneo de 90.000 m2, en 2014, Namer sintió “una conexión muy fuerte” con la persona que había diseñado ese amplio espacio soterrado. “Fue algo intuitivo, difícil de explicar, intuía en ella una sensibilidad cercana a la mía, en la manera en que se organiza la puesta en escena de la bajada a las galerías, en el tratamiento de la luz, en el trabajo cuidadoso del hormigón. Quería convocar esa ausencia, abrir un espacio de diálogo entre dos mujeres arquitectas separadas por décadas”, resumió vía e-mail, desde Francia, a Infobae Cultura.
La ambición y coraje de Ítala, para diseñar y llevar adelante un proyecto tan monumental y complejo como el Sexto Panteón, influyó también en las elecciones de vida de la antigua proyectista europea quien nunca se casó, ni tuvo hijos, decisiones poco convencionales para la época: definían a un ser volcado a su trabajo y vocación pública.
Desde su rol en la Dirección General de Arquitectura y Urbanismo, Ítala Fulvia Villa concibió un proyecto que proponía una idea radical de igualdad en la muerte. “A diferencia de los mausoleos o bóvedas, donde cada familia compite por visibilidad y prestigio, ella diseñó un espacio común, horizontal, donde todos descansan bajo el mismo cielo, una visión de igualdad”, sintetizó Namer.
Porque, al involucrarse en este proyecto, Villa no se limitó a responder a un encargo funcional sino que diseñó una renovada estética funeraria para el hombre moderno. “Recurrió a la plasticidad del hormigón y a su imaginario abstracto para dotar al Sexto Panteón de una monumentalidad sobria, pero profundamente sagrada, como si reinterpretara los vitrales de las catedrales góticas, trabajando las texturas y motivos ornamentales del material con una delicadeza que potencia la fuerza de las estructuras”, describe la proyectista europea.Visitar el Sexto Panteón es ser testigo de una escala brutalista que impacta, en donde se ve el trazo de la misteriosa arquitecta argentina orquestando la experiencia del descenso. Las escaleras sobredimensionadas, la modulación de la luz y del sonido, los ecos que varían a medida que uno baja. Todo está pensado para que la arquitectura sea también “un ritual, un pasaje físico y emocional”.“El color del hormigón envejecido, el verde de la vegetación, la sombra de los árboles, el sonido del viento en las hojas aportan un respiro sensorial al peso simbólico del lugar, porque Ítala realizó un tratamiento paisajístico desarrollado con patios interiores, fuentes de agua y recorridos a cielo abierto”, desarrolló Namer.
La organización del Sexto Panteón, para Namer, funciona como un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos. “Estoy convencida de que Ítala, al reinventar el cementerio moderno, también convocó memorias universales: mitos antiguos como el descenso de Orfeo al inframundo, el laberinto del Minotauro o el cruce guiado por Caronte. El Sexto Panteón se convierte en un escenario de lo invisible, donde esos relatos ancestrales se actualizan en clave contemporánea”.
Según ella, la experiencia de descender es intensa, casi ritualística: una vez abajo, todo cambia. La extensión laberíntica, la repetición de nichos y la pérdida de referencias espaciales remite a una deriva, no solo física, sino también emocional y existencial.Namer rememora, desde París, su primera visita al Sexto Panteón, ocurrida hace más de una década atrás. “Fue un bouleversement profundo, un flechazo, una sensación física, intensa: la experiencia arquitectónica más conmovedora de mi vida, como si algo en mi cuerpo estaba cambiado. Tuve la impresión de descubrir un espacio suspendido, casi sagrado. A medida que descendía por las rampas hacia las galerías subterráneas, me invadió la sensación hacer una catábasis, como Orfeo bajando a los infiernos”, explicó.
Su madre, historiadora del arte, le hablaba de este mito desde su infancia a Léa quien, con su afán curioso e investigador, se volvió sensible a los sonidos, al eco de sus pasos, a la luz filtrada a través de los motivos de hormigón. “Todo parecía vivo, esa arquitectura, tan sobria y monumental, tenía algo primitivo”, destacó.Fotos del difunto/a, entradas a recitales, dibujos y frases hechas a mano por los deudos, escudos de clubes de fútbol (y hasta objetos tan disímiles como escarpines o latas de cerveza) conviven con miles de flores que adornan las cientos de tapas de nichos que conforman el Sexto Panteón. “Cada objeto te interpela dentro de un entorno que tiende a la uniformidad, los detalles individuales resaltan con más intensidad”, sintetiza.
Con el tiempo, lo que más le impactó a esta mujer no fue la presencia del duelo, sino su ausencia, entre el arrullo de las palomas que se amplifica en las galerías subterráneas. “La mayoría de los días, el Sexto Panteón está casi vacío, salvo por la presencia de los cuidadores”, reconoce.— En los videos y fotos, para la investigación de tu libro, mantuviste cierta distancia con respecto a las identidades de los que moran allí. ¿Tu postura fue mostrarte más como espectadora que como visitante?— ¿Viviste alguna experiencia que te haya perturbado? Hay pasillos completamente oscuros, como en varios sectores de nichos que albergan cenizas
— ¿Qué crítica, en cuanto a la política de mantenimiento o respeto patrimonial del lugar, harías para que mejore el Sexto Panteón?
Fuente: telam
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