24/06/2025
Un tobillo destrozado, un pájaro y un bidón: del triunfo imposible a la victoria más festejada de Argentina sobre Brasil

Fuente: telam
Hace 35 años, la Selección dirigida por Carlos Salvador Bilardo se imponía sobre su histórico rival con un inolvidable gol de Caniggia tras una mágica jugada de Maradona
>“Maradona. Alemao que no. Sigue Diego, sigue Diego, picó Caniggia, vamos Diego, lo estaban agarrando, Caniggia, la ley de la ventaja, Caniggia ahora o nunca. El triunfo, Caniggia gol. Goooooooooool argentino. Claudio Caniggia. La Argentina uno, Brasil cero”. El vibrante relato de Marcelo Araujo por ATC, único canal que transmitió Italia ’90, inundó cada casa. Mientras rebotaba por las paredes, nos entregábamos al maravilloso rito del abrazo con el amigo, compañero o familiar, más cercano. Eran casi las dos menos veinte de aquel domingo frío y soleado en Argentina. Hasta ese momento, todo era silencio, en consonancia con las imágenes que llegaban desde Turín. El partido se había parecido a un guion de pesadilla. Un dominio asfixiante de Brasil. El cuadro de Bilardo que se salvaba una y otra vez. Maradona en una pierna, con el tobillo destrozado. El panorama no podía ser peor. Y el genio frotó la lámpara. Una jugada le bastó, apilando rivales, ver el pique de Caniggia, para darle una asistencia maravillosa. Y el Pájaro, voló más alto que nunca, para dejar en el camino a Taffarel, estampar la pelota en la red y decretar el delirio.
El inolvidable partido contra Brasil. Ese clásico que siempre queremos ganar. Y que pocas veces estuvimos tan lejos de hacerlo en la previa. Y pocas veces festejamos tanto después. Parecía una misión imposible. Ellos estaban con puntaje perfecto y por eso habían logrado retener la localía en Torino, que se había convertido en una sucursal de Sao Paulo o Río de Janeiro, con la invasión de brasileños que pintaron de amarillo la ciudad. Para nosotros, la fase de grupos había sido un vía crucis, con lesionados, poco juego y mucho sufrimiento, entrando como uno de los mejores terceros, luego del cachetazo de Camerún, la resurrección ante Unión Soviética y el insulso empate con Rumania. La desconfianza se podía palpar, tanto allá como acá. Los reportes periodísticos que llegaban desde Italia solo traían pesimismo, una idea, como nunca antes que uno recuerde en una Copa del Mundo de la era contemporánea, de eliminación anticipada. En las charlas de café, oficina o colegio, como le tocaba a uno, en el último año del secundario, hablábamos del Mundial, de la sorpresa que dio Costa Rica al clasificarse, el poderío mostrado por Alemania o la decepción de Holanda. Del choque con Brasil, casi nada…El jueves 21 se cerró la fase de grupos, donde quedaron conformados los cruces de octavos, con aquella extraña reglamentación de la clasificación de los cuatro mejores terceros, en las seis zonas. Un día antes, emprendió el regreso Nery Pumpido, luego de su fractura frente a Unión Soviética, acompañado por el Tata Brown, quien se quedó con el plantel, pese a ser cortado por Bilardo en la última instancia de la lista de buena fe. Era un golpe para el grupo, sobre todo para los campeones de México, la ausencia de dos de sus más queridos compañeros. A la hora del entrenamiento abierto al periodismo, apareció Maradona, pero no para practicar con sus compañeros, porque le era imposible en el plano físico. Si para que los medios de todo el planeta observaran en qué estado tenía su tobillo. “Salí descalzo, así ven todos que no mentís”, le sugirió su preparador físico personal, Fernando Signorini. Y así fue. Esa zona de su cuerpo era una masa hinchada, morada y deforme. Impresionaba de solo verlo.El viernes 22, cuando se cumplían cuatro años del inolvidable partido frente a Inglaterra en el estadio Azteca, realizaron la última práctica en Trigoria, el búnker en suelo romano. Allí Bilardo dio a conocer el equipo, con la reaparición de Ruggeri, cuyo estado físico era un misterio por la pubalgia, en lugar de Serrizuela, que había acumulado dos tarjetas amarillas. Y la confirmación de la salida de Batista, quien estuvo muy lejos de su nivel en los cotejos de la fase de grupos. El Checho fue pieza clave del equipo, no solo en México, sino en los cuatro años posteriores, donde jugó 23 de los 30 partidos que disputó la selección. Pero el doctor decidió su salida, apostando a la presencia de Ricardo Giusti para ocupar el lugar de volante central.
El sábado cerca del mediodía, un chárter de Alitalia partió desde el aeropuerto de Fiumicino con destino a la ciudad de Torino. Un vuelo corto, con más dudas que ilusiones. Apenas llegaron, se dirigieron a reconocer el estadio Delle Alpi. Allí pudo verse a Maradona y su tobillo izquierdo más vendado que nunca. Había llegado el momento crucial de tener que probar. Comenzó pateando con la derecha sin mayores problemas, hasta que lo hizo con la izquierda y se notaron sus muestras de dolor. Por supuesto que iba a jugar, pero infiltrado hasta lo imposible.El Checho Batista estaba afuera por primera vez en mucho tiempo. Su bajo rendimiento lo había condenado a esa situación, que fue una de las más dolorosas de su carrera y así nos la evocó: “Carlos me sacó de la titularidad, algo que me enojó mucho, porque el equipo jugaba mal y parecía que yo era el único culpable. Declaré algunas cosas en caliente, porque supuse que no era una determinación del técnico, que tenía que venir de otro lado. No me gustó, pero lo entendí, porque la prioridad siempre era el grupo, además era consciente que mi nivel había bajado porque estaba lesionado del tendón de Aquiles. Un día fuimos a ver a un médico, ya instalados en Italia antes del Mundial y este hombre, al revisarnos, dijo: Batista es un oficinista y a Ruggeri si le dan un pelotazo en la pierna, se le rompe (risas)’”.Aquel domingo amanecimos con mucho sol en Buenos Aires. Teníamos más incertidumbre que ilusión. Quizás porque dentro del futbolero siempre está encendida la llama de la esperanza, en esos minutos previos llenos de adrenalina, sentíamos que era posible. Vimos a los equipos formados y a Diego insultando a ese estadio hostil que silbaba nuestro himno. También a Goyco con un buzo distinto, que aún no había utilizado y que estaba destinado a la eternidad. Pero con una situación increíble, como relata él mismo: “La empresa que vestía a la selección, nos dio la ropa para esa Copa del Mundo, que era de color gris, la que usó Pumpido contra Camerún y que yo me puse para ir al banco. En la previa, vinieron de esa marca, pero de la filial italiana, para regalarnos dos camisetas más a cada uno. Como arrancamos perdiendo, para el partido con Unión Soviética, Nery utilizó una de las otras, que era violeta y verde y yo hice lo mismo, por eso es la que luzco cuando me toca entrar por su lesión y a continuación con Rumania. Para el clásico con Brasil en octavos de final, me dije que podía cambiar ante una etapa nueva y fui en busca de ese tercer modelo, que es la famosa cuadriculada multicolor. Arrancó la racha y no me la saqué más. La gente en Argentina estaba como loca y era furor, pero la filial de la empresa en nuestro país, no tenía el modelo. Lo más gracioso, es que yo solo tenía una, que la lavaba después de cada partido para poder tenerla para el siguiente”.
Fue el preludio de lo vendría. “En esos primeros 25 minutos fuimos un verdadero desastre, se la dábamos siempre a ellos”, rememora Simón. Remates que se iban desviados por poco, centros que cruzaban el área y que, por milímetros, nadie tocaba, tiros en los palos. Era un festival brasileño. Un carnaval en pleno mes de junio. Argentina era un náufrago, perdido, sin hacer pie, con cinco mediocampistas que no podía parar a nadie, más adelante lo que quedaba de Diego y aún más arriba, solo contra los tres defensores adversarios, las corridas incesantes de Caniggia.
A los 39 minutos se produjo la primera amarilla de un jugador brasileño (Ricardo Rocha por una fuerte entrada a Troglio), cuando argentina ya contaba con dos (Monzón y Giusti). Una infracción que iba a entrar en la leyenda, no por la falta en sí, sino porque allí ingresó el doctor Madero, junto al asistente Galíndez, para asistir al lesionado. Éste fue el que le indicó a Olarticoechea que no tomase de la botella verde que acababa de sacar de una pequeña heladerita apoyada en el césped, cambiándola por una transparente. En el plano que hizo la televisión, se aprecia que Branco bebió de allí y se mojó varias veces la cara. Comenzaba el mito con forma de bidón…Para el complemento la historia fue un poco distinta. Argentina se paró unos metros más adelante, pero cerca de los 10 minutos, llegó un nuevo sobresalto. Que en realidad fue doble: un centro desde la izquierda, manoteado por Goycochea, pegó en el travesaño. La jugada no terminó allí, porque Brasil tomó el rebote y tras una maniobra sobre la derecha, le cayó a Alemao. Sacó un violento remate que se estrelló en el ángulo del arquero argentino.
A los 16, se animó Burruchaga y Taffarel desvió al córner con esfuerzo. Brasil ya no tenía tanto peso en el medio ni en el área rival. El ingreso de Calderón por Troglio ayudó a nivelar definitivamente las acciones. El gran tema era poder llegar hasta el arco adversario, pese a que Caniggia picaba una y otra vez, pero estaba demasiado solo.También para Claudio Caniggia fue uno de los instantes más recordados de su carrera: “Diego se iba sacando rivales de encima y no lo volteaban. Dunga fue al piso, pero no logró derribarlo. Allí es cuando decido hacer una diagonal, porque era la única chance. Yo tenía que buscar un espacio libre y darle la posibilidad al que tiene la pelota. En el último esfuerzo y con la pierna menos hábil, me dio el pase. Yo al límite del fuera de juego, pero siempre mirando al último defensor. Cuando vi que salía el arquero, la primera intención fue pegarle de comba, pero en una fracción de segundo, me di cuenta que me estaba dejando mucho espacio sobre mi izquierda. Allí decido gambetearlo y tocar al arco vacío”.
Recién ahí respiramos un poco. Quedó espacio para una gran jugada de Pepe Basualdo, quebrando el achique de la última línea. Cuando se iba al gol, lo bajó de atrás Ricardo Gomes, que fue expulsado. Tiro libre ideal para la zurda de Diego. La comba perfecta y Taffarel que la saca junto al travesaño. Brasil también tuvo una más, pero Muller remató afuera desde un lugar inmejorable. Llegó el final y fue la explosión. Liberar tanta angustia contenida. Salir a los balcones, las ventanas, gritar, festejar y copar las plazas con el grito de Argentina y las banderas celestes y blancas, por primera vez en Italia ’90. Por suerte, no sería la última…Fecha: 30 de junio
Fuente: telam
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