Sábado 21 de Junio de 2025

Hoy es Sábado 21 de Junio de 2025 y son las 17:07 ULTIMOS TITULOS:

21/06/2025

Una fiesta de 15 con la panza escondida, una escuela que la expulsó y una frase que la marcó: “Vos te lo buscaste”

Fuente: telam

Úrsula Bexiga quedó embarazada a los 14 años y atravesó la maternidad sin redes de contención. Perdió el acceso a la educación, cargó con el estigma social y durante años evitó contar su historia. Hoy, a los 40, es madre de cinco hijos y acompaña a otras mujeres que maternan lejos de los modelos ideales

>El día que celebró su fiesta de quince, Úrsula Bexiga (40) ya sabía que estaba embarazada. Lo había confirmado semanas antes con un test que su hermana menor tomó de una salita del barrio. “Mi mamá me hizo prometer que no iba a contar nada hasta que pasara el festejo. Fui con la panza escondida. El vestido era amplio, así que disimuló todo”, le cuenta a Infobae.

El embarazo, si bien era un temor latente, llegó como una sorpresa. Con su novio —unos años mayor y vecino de la cuadra— habían acudido juntos al centro de salud para pedir anticonceptivos. Allí, charla informativa mediante, les dieron tres cajas de pastillas anticonceptivas y, además, les explicaron el “método de los días” (NdR.: se basa en la observación del ciclo menstrual para identificar los días fértiles y evitar relaciones sexuales sin protección durante ese período). “Terminamos las cajas de las pastillas y comenzamos con el método de los días. No pasó ni un mes y quedé embarazada”, explica.

“En mi familia la sexualidad nunca fue un tabú: yo soy la mayor de cinco hermanos, así que vi cuatro embarazos y fui preguntando. Así y todo, hasta cierta edad, la única regla era no quedar embarazada. Eso era lo único de lo que se hablaba, y se hablaba con un tono amenazante. ‘Si te embarazás, te hacés cargo vos’, te advertían. Una experiencia que después tuve que vivir”, cuenta Úrsula.

Úrsula tenía 14 años cuando quedó embarazada y 15 cuando recibió su diploma de egresada de noveno grado del polimodal. Apenas nueve días después, el 19 de diciembre del 2000, nació su primera hija: Brisa. “Tenía fecha para el 10 de enero, pero se adelantó casi un mes. Yo era muy delgadita y ella no tenía más espacio para crecer”, recuerda. La beba nació sana, pero con una fisura en el paladar que le impidió alimentarse del pecho de su madre, así que desde el inicio dependió de la mamadera.

En marzo de 2001, Úrsula intentó volver al colegio. Como no tenía con quién dejar a su hija —su madre trabajaba y su pareja también—, decidió llevarla a clases. “Desde el primer día todos se enamoraron de la nena. Yo llegaba, la dejaba en la sala de profesores y ellos se turnaban para cuidarla, pasearla, darle de comer. Hasta que un día cayó la inspección. Esa tarde, el director me abrazó y me dijo llorando: ‘No podés traerla más’. Le respondí: ‘Si no puedo traerla, no puedo venir más’”.

Perder la escuela fue perderlo todo. Era mi único escape. Después volvía a casa y pasaba el día encerrada con la nena, llevando una vida de adulta que no podía compartir con nadie. Ni siquiera podía quejarme. Lo único que escuchaba era: ‘Vos te lo buscaste’, o ‘Jodete, ¿para qué abriste las piernas?’”.

Fueron tiempos oscuros y de soledad. “Sentía mucha culpa. Era tanto lo que me decían que me autocastigué durante muchos años, sobre todo psicológicamente. Sentía que tenía que demostrarle al mundo que, a pesar de todo lo malo que había hecho, podía hacerme cargo. No importaba lo que yo sentía. No tengo mucho registro emocional de esos años, no me lo permitía. Tenía que cargar con el peso de las decisiones que había tomado. Yo había elegido traer una hija al mundo, separarme de su papá un año después y, también, había traicionado a mi familia, haciéndolos quedar mal. Así que me hice responsable. Lo hice como pude. Pero eso tuvo un costo muy alto para mi salud mental”, dice.

Úrsula dice que jamás pensó en interrumpir su embarazo. “El aborto nunca fue una opción. Yo me crié en un barrio bastante humilde y crecí escuchando historias de mujeres que habían muerto, que habían quedado con infecciones o que habían tenido hijos con problemas después de intentar abortar con pastillas o en condiciones muy precarias. Todo eso me llevó a pensar que lo más rentable para mi vida era que esa bebé naciera”, cuenta.

Sin internet ni redes sociales, durante los primeros años de crianza de su hija, su única fuente de información fue la revista Ser Padres Hoy. “Aprendí sobre maternidad y cómo criar a un niño leyendo eso. Era lo único que tenía”, dice.

Ese segundo embarazo ocurrió en un contexto muy distinto al primero. “Lo viví con mucha felicidad. Había madurado, o quizás todavía arrastraba la inconsciencia de esa edad. Como sea, cuando me hicieron la ecografía y escuché un corazón latiendo, estaba chocha. Mi hija iba a tener un hermano”.

Durante ese tiempo, Úrsula logró retomar los estudios y terminar el secundario. “El papá de mi hijo tenía una familia muy amorosa. Me dieron mucha contención. Me enseñaron que mi vida también valía, que debía estar bien como madre y como persona. Que no era malo si quería juntarme con amigas a tomar mate y dejarles el bebé a ellos. Que no era malo si quería comprarme ropa. En ese contexto, la abuela de mi hijo —una mujer a quien amo y admiro— me lo cuidaba, y yo iba a cursar con mi otra hija. Me recibí con el tercer mejor promedio”, dice.

Para cuando Úrsula terminó el secundario, a los 23 años, ya era madre de tres hijos: Brisa, Marcos y Valentino. El tercero, como los anteriores, nació tras un embarazo no planificado. Llevaba un año de relación con su nueva pareja y tomaba anticonceptivos, pero comenzó a sentir molestias ginecológicas. En una consulta le detectaron un quiste en un ovario y le indicaron suspender la medicación. “Entre que me retiraron las pastillas y volví al médico, ya estaba embarazada”, recuerda. Aunque el quiste resultó benigno, la noticia le despertó un nuevo temor: “Lo que más me dolía no era tener otro hijo, sino tenerlo con otro padre. ¿Qué iba a decir la gente? Eso sí fue una carga para mí”.

El peso de la mirada ajena la acompañó durante años. “Me han dejado noviecitos o los padres de ellos les dijeron cosas atroces para que no estuvieran conmigo”, relata. Con el tiempo y la ayuda de la terapia, logró reinterpretar su historia: “Nunca renegué de mi maternidad. Hoy, que entiendo mejor cómo funciona el inconsciente, veo que estaba construyendo una familia, una que quizás yo no había tenido. Y que los métodos tampoco fallaban porque sí. Había algo en mí que los rechazaba”.

Cuando tenía 28 años nació Ámbar, su cuarta hija. Convencida de que no tendría más hijos, se ligó las trompas. Pero en 2021, la maternidad volvió a irrumpir, de manera inesperada. “La historia es más o menos así: una conocida de mi familia, mamá de un nene de tres años, empezó a tener problemas con las drogas. En ese momento, ella solía dejar al nene mi casa y se generó un vínculo muy fuerte. Dos años después, la situación se agravó y la Justicia decidió separarlos. Cuando pregunté por él y conté quién era yo, me dijeron: ‘Quédatelo una semana hasta que veamos si hay algún familiar directo’”.

Con cinco hijos —cuatro biológicos y uno adoptado—, Úrsula resume su recorrido con una frase simple pero firme: “Hoy te digo que la maternidad biológica y la adoptiva son exactamente lo mismo. Maxi es un hijo igual que los demás. Jamás me refiero a él como: ‘Ay, pobrecito’. Tenemos una relación muy linda y muy sana, y él tiene las cosas bastante claras”.

El diálogo forma parte de esa decisión. “Cuando mi hija me preguntó si yo la hubiera abortado, le dije: ‘No sé, hija. No sé. Pero debería haberlo hecho’. No para lastimarla, sino para que entienda que no hay nada romántico en el embarazo adolescente. Que mi historia haya sido una historia de autosuperación no quiere decir que haya estado bien. Fue muy difícil atravesar todo eso. Si lo hubiera hecho diez años después, mi vida habría sido completamente distinta. La de ellos, quizás no. Pero la mía, sí”.

Actualmente, Úrsula acompaña a otras mujeres que transitan maternidades atravesadas por las exigencias contemporáneas. “Trabajo con madres que no tienen la maternidad de Instagram. Mujeres que se han separado, que tienen que laburar y criar. Cuando yo crié a mis primeros hijos, era más fácil ser una buena madre: les ponías la ropita limpia, una coquita en la mesa, los llevabas de vacaciones y ya eras la madre del año. Hoy una mamá se siente mal por darle un yogur al hijo o por dejarlo una hora con la tablet. Hay tanta información que te abruma”.

“Aunque la vida sea dura y tengamos a nuestros hijos a cuestas —y muchas otras responsabilidades—, se puede salir adelante. Sobre todo, se puede volver a encontrarse con una misma desde un lugar más amoroso. Por más errores que hayamos cometido, por más que las cosas no hayan salido como esperábamos, se puede ser feliz. Se puede tener una familia grande, hijos sanos. Hoy mis hijos estudian, trabajan. Todavía no tienen hijos. Y eso también demuestra que una puede sanar su propia historia para que ellos no la repitan”, se despide.

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!