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21/06/2025

La inolvidable visita de la cacica María a las Malvinas, el giro inesperado en la historia de los pueblos originarios

Fuente: telam

¿Quién era la mujer que lideraba el grupo tehuelche con la que se topó la tripulación del comerciante alemán Luis María Vernet al llegar a la Patagonia en 1823?

>Durante siglos, las tierras argentinas fueron presentadas como un territorio vacío, un desierto sin vida, aunque mucho antes de la llegada del conquistador existieron comunidades vibrantes que poblaron llanuras, selvas, punas y bosques. Sus voces, leyendas, luchas y catástrofes siguen resonando en la memoria de la región y desmienten la idea de un pasado silencioso.

Andrés Bonatti nació en 1970 en Buenos Aires, estudió Periodismo, trabajó en las revistas Noticias, Veintitrés y Poder, escribió los libros Historias desconocidas de la Argentina indígena (Edhasa, 2010) y Una guerra infame. La verdadera historia de la Conquista del Desierto (Edhasa, 2015) junto a Javier Valdes. Es creador de la página de Instagram “Argentina Indígena” (@argentina_indigena), dedicada a la divulgación histórica. Además, dicta talleres sobre historia indígena.

Soplaban ráfagas huracanadas cuando el barco tocó tierra. Las aguas habitualmente mansas del golfo San José esa mañana estaban embravecidas. Los treinta y cinco miembros de la tripulación comenzaron con las tareas de desembarco. No había rastros de vida humana en la costa, solo se escuchaba el sonido del viento, el canto de las gaviotas y el golpeteo del mar contra los acantilados.

En pocas horas armaron el campamento y se alistaron para salir a buscar a los animales antes de la puesta del sol. Como Vernet sabía que en cualquier momento podían aparecer los tehuelches, ordenó que un grupo permaneciera de guardia junto a las viviendas de campaña, mientras que él salió con el resto a cazar.

Encontraron muy cerca huellas de una manada de guanacos, aunque las ondulaciones que presentaba el terreno les impidieron dar con ella enseguida. Finalmente la alcanzaron y con la ayuda de las armas de fuego lograron matar cinco ejemplares. Los sorprendió la llegada de la noche y debieron regresar.

A los pocos minutos, el polvo dejó paso al sonido de los cascos de los caballos, seguido del alarido típico de los nativos. Eran alrededor de cincuenta, que cabalgaban a paso firme y decidido. El que encabezaba el grupo y parecía ser jefe se adelantó unos metros y se acercó a Vernet, que esperaba alerta. Sin bajarse del caballo, le preguntó en un español rudimentario a qué habían venido a esas tierras que eran propiedad de los tehuelches.

—Hemos venido a buscar ganado —respondió sin eufemismos el alemán—. Tenemos tabaco, yerba, harina y alcohol para ustedes —agregó Vernet, seguro de que esos obsequios servirían para apaciguar la intranquilidad de los indígenas.

Vernet había escuchado hablar de la existencia de una cacica, pero le costaba creer que una mujer tuviera mando real entre los nativos.

Hubo que aguardar más de treinta minutos para que otra nube de polvo más grande apareciera en el horizonte. Esta vez el grupo era mucho más numeroso. Al frente, montada sobre un hermoso caballo blanco, venía ella, la cacica María, arropada con un poncho de color negro que la diferenciaba del resto de sus compañeros, vestidos con el tradicional quillango de piel de guanaco. Tenía la piel clara y los ojos vivaces. Su cabello era negro, largo y con trenzas. Llevaba una vincha sobre la frente, mientras que en sus orejas portaba aretes con motivos cristianos.

—¿Quién es usted? —preguntó el lenguaraz.—Soy el comandante Luis María Vernet.—¿Y qué han venido a hacer aquí? —volvió a interpelar.—Tenemos autorización del gobernador Martín Rodríguez para faenar ganado en este lugar —respondió el alemán con un atisbo de suficiencia.

El hombre giró y le transmitió a su jefa lo que había escuchado. A María, que hasta ese momento había estado calma, se le desfiguró el rostro. Visiblemente ofuscada, comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, levantó los brazos y, sin quitar la vista de Vernet, le dijo a su lenguaraz, con tono elevado, casi a los gritos, en su lengua aonikenk, que sabía quién era Martín Rodríguez, que conocía el interés de los blancos por el ganado, pero que esas tierras eran de los tehuelches y nadie podía cazar allí ni en ningún otro lugar de la Patagonia sin su autorización.

—Lo entendemos. Y vamos a respetar su autoridad —le dijo finalmente Vernet, convencido de que lo mejor era no tomar riesgos. Luego le tendió su mano derecha en señal de que aspiraba lograr un acuerdo.

María asintió, le devolvió el saludo y con una sonrisa agregó: —Ahora, negociemos.

Para garantizar el cumplimiento de lo pactado, María instaló su campamento a muy poca distancia del de Vernet, que muy pronto decidió marcharse de allí con menos de lo que había ido a buscar.

María aprendió el arte de la negociación de su padre, el cacique Vicente. Desde muy pequeña, ella lo acompañó en decenas de viajes por la Patagonia, en los que fue testigo de acuerdos comerciales y de intercambio que Vicente alcanzaba con funcionarios españoles y exploradores extranjeros.

Entre 1779 y 1781, el Virreinato fundó cuatro poblaciones en las costas patagónicas: Fuerte Nuestra Señora del Carmen (Carmen de Patagones), Fuerte y Puerto de San José de la Candelaria (Península Valdés), Floridablanca (en Puerto San Julián) y Real Compañía Marítima de Puerto Deseado.

Vicente era cacique de una de las comunidades más importantes que habitaban la Patagonia. Detentaba no solo el poder político y social de su grupo sino que también era su principal autoridad espiritual, rol que cumplía en las ceremonias religiosas de adoración a los dioses que realizaban con frecuencia.

La base de la economía era la caza del guanaco y el ñandú, cuyas carne y pieles vendían o intercambiaban con otras comunidades originarias, con las nuevas poblaciones que había fundado el Virreinato o con los loberos y balleneros europeos que llegaban hasta los lagos y mares sureños.

Probablemente fue bautizada con el nombre cristiano de María, en la iglesia de Carmen de Patagones o en la de Puerto Deseado. Además de su padre, la familia estaba compuesta por su madre Cogocha y varios hermanos, entre ellos Bysante y Huisel, quienes la acompañaron muy de cerca durante su cacicazgo.

En esa dura existencia seminómade junto a su familia, vinculándose con europeos pero también con otros líderes indígenas de la región, María fue construyendo su carácter e incorporando los secretos de la vida tehuelche. Adquirió destreza en el manejo del arco y flecha, del lazo y de las boleadoras. Aprendió sobre el uso del caballo y se convirtió en una jinete excelsa. Estudió los ciclos de la naturaleza y los beneficios medicinales de las plantas nativas. Desarrolló un talento especial para la persuasión, para convencer, para llevar tranquilidad con su voz cuando debía intervenir en alguna pugna. Y heredó de su padre la capacidad de liderazgo y la conexión con lo espiritual, aptitudes que la transformaron en referente para los suyos y facilitaron su acceso al cacicazgo.

En 1820, la incipiente nación argentina se desangraba en enfrentamientos fratricidas que la conducían a un destino incierto. En febrero, los caudillos del interior habían vencido a los porteños de Buenos Aires en la batalla de Cepeda, que puso fin al poder central que existía desde la creación del Directorio. Se dio inicio entonces a un período de mayor autonomía y equilibrio para las provincias, en particular luego del Tratado del Pilar, que estableció un precario acuerdo de fin de hostilidades e instauró el sistema federal.

Ese era el contexto que vivía el país cuando María tomó el mando. En la cultura tehuelche los cacicazgos eran hereditarios. En su designación influyó también su capacidad para la negociación, una cualidad que le permitió defender las tierras y los bienes de su comunidad frente a la ambición de los cristianos. Y que le dio prestigio y reconocimiento entre todas las comunidades de la zona austral.

Había establecido una ruta, repetida año tras año, que les aseguraba el acceso a las manadas de guanacos, ñandúes o caballos que recorrían esas tierras y que eran la base de su economía. De lo que cazaban, una parte la consumían y el resto lo conservaban para luego poder comerciar. Se trasladaban a caballo, un animal importado de Europa pero que los tehuelches incorporaron hasta convertirlo en parte inseparable de sus vidas. Eran grandes jinetes.

Había un machi o chamán en el grupo de María, que a través de ritos veneraba a los dioses, se encargaba de ahuyentar los espíritus malignos y oficiaba además de curandero. Y ella era quien encarnaba la principal representación divina, quien tenía la capacidad de lidiar con las fuerzas sobrenaturales para defender y proteger a su comunidad. Debido al asiduo contacto con criollos y europeos, incorporó a su credo elementos de la religión católica como el rezo o la adoración a ciertos talismanes.

María tuvo su primer encuentro con un marino extranjero ese mismo año de 1820, en cercanías del estrecho. James Weddell era uno de los numerosos navegantes británicos que recorrían los mares patagónicos para cazar focas, lobos o ballenas, cuya carne y pieles luego vendían en China.

Una vez finalizado, llamó a sus capitanejos y les ordenó acampar en las cercanías. El viento arremolinado que azotaba ese día hizo que el armado de las viviendas se demorara un buen rato. La de María era la más grande y ocupaba el centro del aike. Junto a ella instalaron una especie de mástil con una bandera, como señal para que todos supieran que allí habitaba. A pocos metros tenía otro toldo más pequeño a su disposición, reservado para las mercancías.

María observaba la escena en estado de trance. Desenvolvió una pequeña figura de Cristo tallada en madera que siempre llevaba consigo y vociferó una especie de rezo invocando a los dioses y pidiendo por un mercadeo venturoso para ambas partes.

Durante los años que duró el cacicazgo de María, la presencia del Estado argentino siguió siendo escasa en la Patagonia, lo que le permitió moverse de un lugar a otro con libertad.

Con Vernet mantuvo una relación de afinidad. Luego de aquel episodio de 1823 en San José, volvieron a encontrarse. El comerciante alemán alternaba sus viajes a las costas patagónicas con visitas a las islas Malvinas, donde con apoyo estatal pretendía fundar un establecimiento de explotación de ganado ovino.

Dos años después, en 1831, Vernet se planteó la idea de crear una factoría en la bahía de San Gregorio, porque quería contar con un establecimiento en el continente relativamente cerca de las islas, para evitar de esa manera los largos viajes hasta Carmen de Patagones. Como el sitio elegido era territorio dominado por los tehuelches, el comandante militar decidió que primero debía hablar con María para conseguir su visto bueno. La contactó a través de sus colaboradores ingleses Mateo Brisbane y William Low, que habitualmente recorrían la zona del estrecho, y la invitó a visitar Malvinas.

La travesía en la goleta El Águila fue difícil para los nativos, porque además de que era la primera vez que navegaban, atravesaron una fuerte tormenta que los tuvo a mal traer varias horas. Una vez arribados a Puerto Soledad, los estaban esperando Vernet y su esposa, también llamada María. La cacica fue recibida con honores. Durante los días siguientes tuvo la oportunidad de conocer a los nuevos colonos de las islas y de visitar cada rincón del archipiélago: las viviendas, los corrales, la factoría, siempre acompañada y guiada por la mujer del comandante.

Ya en la Patagonia, María retomó su rutina junto a su comunidad, a la espera de la llegada de los enviados de Vernet que iban a erigir la nueva factoría en sus dominios. Pero el establecimiento en bahía San Gregorio nunca se concretó. Las dificultades generadas por la presencia amenazante en Malvinas de buques norteamericanos e ingleses hicieron que Vernet abortara rápidamente el proyecto.

En la etapa final de su vida, María siguió siendo cacica pero cedió el mando real de la comunidad a uno de sus hermanos. Ya se sentía cansada y con pocas fuerzas. Su mayor regocijo era acompañar a sus hijos, ver crecer a sus nietos. La consultaban cuando había conflictos grandes o situaciones intrincadas de resolver.

En toda la Patagonia se encendieron fogatas durante los tres días siguientes a su fallecimiento, como homenaje a una mujer que por su protagonismo y características excepcionales merece un lugar más destacado en nuestra historia. Hasta hoy no se sabe dónde descansan sus restos, pero su recuerdo resuena con fuerza entre las comunidades originarias del sur.

Fuente: telam

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