20/06/2025
Los últimos días de Manuel Belgrano: un viaje tortuoso a Buenos Aires por sus dolencias, desamparo y una despedida sin gloria
Fuente: telam
A duras penas volvió del norte. Se recluyó en la casa donde había nacido, donde pasó sus últimos días, rodeado de sus hermanos y de unos pocos amigos. Al año siguiente, el gobierno enmendó el olvido y le dio el merecido reconocimiento al creador de la bandera y al vencedor de Tucumán y Salta
>Él decía que no existía persona que le ganase en necesidades y que hacía tiempo sentía que perdía la paciencia, la salud y el tiempo. Planeaba permanecer en Tucumán, que quería como su tierra de nacimiento, pero como se quejaba de que habían sido tan ingratos con él cuando, en un motín que instaló en la gobernación a Bernabé Aráoz estuvo injustamente preso, porque algunos pensaban que su presencia era una amenaza. Manuel Belgrano, a los 49 años, decidió que lo mejor era regresar a morir a Buenos Aires.
Al salteño le había admitido por carta que nunca había entregado su corazón a una mujer, a pesar de que les decía que las quería. Sin embargo, una lo retenía en la provincia del norte. Tenía intención de encontrarse con su pequeña hija Manuela Mónica del Corazón de Jesús, fruto de un romance con la bella María Dolores Helguero y Liendo. Ya tenía otro hijo, Pedro Pablo, nacido en 1813 de una relación con Josefa Ezcurra, que lo criaría Juan Manuel de Rosas.
No tenía dinero. El Estado le debía 18 sueldos, y la fortuna de 40 mil pesos con que lo habían premiado por sus triunfos de Salta y Tucumán, los había donado para la creación de cuatro escuelas que se construirían en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Tan entusiasmado estaba que el 25 de mayo de 1813 elaboró un reglamento para dichas instituciones. No llegaría a verlas. Demoraron más de un siglo en abrir sus puertas. La de Tarija se hizo en 1974, la de Tucumán, en 1998 y la de Jujuy, en 2004. De la de Santiago del Estero no se tiene noticia.Con los dos mil pesos que generosamente su amigo José Celedonio Balbín le prestó, porque el gobernador Aráoz le había respondido que el tesoro provincial estaba exhausto, en febrero de 1820 emprendió un penoso viaje a Buenos Aires.Además de hidropesía, sufría de problemas cardíacos y de riñones. A ese viaje que fue para él una tortura, debiendo hacer paradas por demás, lo acompañaron Redhead y un par de ayudantes. Llegó a la ciudad en marzo de 1820 y se estableció en la casa paterna, sobre la calle Pirán, donde había nacido el 3 de junio de 1770.
Joseph James Thomas Redhead, que había nacido en Edimburgo en 1765 donde se había graduado de médico, no se separaba de su lado. Luego de un extenso periplo formativo europeo, por 1806 viajó a Potosí donde se ocupó de suministrar la vacuna contra la viruela y tres años después había elegido una finca en las afueras de la ciudad de Salta para vivir.Estando en el norte y cuando el general Pío Tristán ya lo tenía entre ceja y ceja, buscó refugio en el campamento de Belgrano, transformándose en su médico personal y también en su amigo. Estuvo en las batallas de Tucumán y Salta y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, desempeñándose como médico del ejército. Luego de los combates, atendía por igual a heridos de ambos bandos. Fue testigo privilegiado del encuentro entre Belgrano y San Martín en la posta de Algarrobos el 30 de enero de 1814.
Lo trató de su paludismo con un medicamento elaborado en base a la corteza del árbol de quina y estuvo a su lado en las circunstancias más difíciles, cuando su salud empeoró notoriamente.Como aficionado a la música, Sullivan solía ejecutar el clave, algo que a Belgrano lo distraía. Se contaba con los dedos de una mano la gente que se acercaba a visitarlo. “Se vio abandonado de todos el general Belgrano, nadie lo visitaba, todos se retraían a hacerlo”, se lamentaba Balbín, tal vez uno de los pocos amigos que le quedaban.
Pasaba sus días sentado en un sillón porque si se acostaba, se le dificultaba respirar. Dormitaba de a ratos y las noches las pasaba en vela. Sus hermanos y unos pocos amigos se turnaban para acompañarlo, aunque por momentos pedía estar solo. En una de esas ocasiones lo vieron muy pálido y con los ojos casi sin vida, y a su amigo Manuel Castro le contó que pensaba en la eternidad, en el lugar al que iría y en la tierra que dejaba.El 3 de junio, Belgrano cumplió 50 años.
Murió a las 7 de la mañana del martes 20 de junio de 1820 en una Buenos Aires anárquica y asolada por la guerra civil, que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos: Ildefonso Ramos Mejía, Estanislao Soler y el Cabildo. Solo los que cinco días después leyeron el Despertador Teofilantrópico Místico Político del Padre Francisco de Paula Castañeda, se enteraron de su muerte.Su cuerpo fue llevado al convento de Santo Domingo. Allí el doctor Sullivan le practicó una autopsia. En su informe, relató que sacó mucho líquido de su abdomen y que halló un tumor en la región del epigastrio derecho, cavidad que contiene el estómago, el lóbulo izquierdo del hígado, la cabeza del páncreas y parte de la aorta torácica.Al médico le llamaron la atención los pulmones, que eran del tamaño de una mano y que flotaban en líquido. Según consignó el médico irlandés a Redhead, dijo que éste no se había equivocado al diagnosticar hidropesía a partir de un trastorno hepático.
El domingo 29 de julio de 1821 el gobierno de Martín Rodríguez quiso enmendar el olvido y Belgrano tuvo los funerales que merecía. A las 9 de la mañana el cortejo partió de su casa, a metros del Convento de Santo Domingo, donde un año y 39 días antes había sido sepultado. Participaron brigadieres y coroneles, seguidos por autoridades civiles y eclesiásticas. En cada esquina se detenían para un rezo. A lo largo del recorrido, las tropas llevaban los atributos de luto en sus uniformes, en sus armas y en sus banderas. Desde la madrugada de ese día, cada media hora en el Fuerte, con su bandera a media asta, se disparaba un cañón. El ambiente de respeto lo completaba el lento tañir de las campanas de las iglesias que tocaban a muerto. Las actividades se habían suspendido, los comercios permanecieron cerrados y no había gente en las calles.
Sullivan pasó a la familia de Belgrano 305 pesos y 4 reales en concepto de honorarios, de los cuales 100 pesos correspondían a la autopsia. En un primer momento desistió del pago, pero cuando se enteró que el gobierno había girado el monto de sueldos atrasados, insistió en cobrar honorarios. Domingo, el hermano del fallecido, le respondió que le reclamase a Redhead, que era quien lo había traído. El tema terminó en una demanda judicial que el médico ganó.
Redhead estuvo un año ejerciendo en el Hospital de la Residencia y volvió a Salta en el carruaje de Belgrano. En esa provincia continuó atendiendo a la familia Güemes. Falleció el 28 de junio de 1847 en su quinta que estaba ubicada en lo que hoy son las calles Tucumán y Florida. Sus restos descansan en el cementerio de la iglesia de los Cerrillos.
“Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la nación”, reclamó el diario La Prensa, sobre el que en 1817 decía no temer, no deber y no querer ser nada. Ni la posteridad le había hecho caso.
Fuente: telam
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