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17/06/2025

Nadia Murad, la mujer que ganó el Premio Nobel de la Paz y su lucha contra la esclavitud sexual: “No hay sanación sin justicia”

Fuente: telam

La joven formaba parte de una comunidad de yazidíes en Irak. Fue raptada por un líder terrorista islámico. Su mamá y seis de sus hermanos fueron asesinados. “Ninguna religión puede defender atrocidades como la violación”, dijo en un encuentro en Madrid

>Nadia Murad era la menor de once hermanos. La única que pudo ir al colegio en una comunidad de yazidíes que fue perseguida por el Estado Islámico en Irak. El 15 de agosto del 2014 su mamá y seis hermanos fueron asesinados. Ella fue raptada como esclava sexual. Ganó el Premio Nobel de la Paz y lucha contra la violación como arma de guerra

Su brillo es una decisión y su deseo es hacer de ese brillo una reunión con las otras a las que el mundo olvida. Verse para que las vean. Verse cuando no las ven. Su boca expresa un dolor que no puede deletearse en palabras, sino en las desapariciones que atraviesan el cuerpo.

Nadia se toma el tiempo de intercambiar miradas, a pesar del dispositivo de seguridad y el poco tiempo. “Me gusta tu vestido”, regala. No es el vestido, es la flor estampada la que se posa sobre un código común que sabe de raíces y destierros.

Nadia Murad participó de una conversación pública, el 10 de junio pasado, en Madrid, España, invitada para el ciclo “Mujeres contra la impunidad” que es una iniciativa de La Casa Encendida de la Fundación Montemadrid y de la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG a cargo de la jurista Adilia de las Mercedes.

El 16 de diciembre del 2015 contó su historia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Dos años más tarde su relato quedó plasmado en el libro “Yo seré la última: Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico”.

Nadia Murad recibió el Premio Nobel de la Paz en 2018 por sus esfuerzos para terminar con la violencia sexual como arma de guerra. En ese momento tenía 25 años y fue la segunda ganadora más joven del Nobel de la paz, después de Malala Yousafzai, de Paquistán.

También fue galardonada con el premio Vaclav Havel de Derechos Humanos y el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia. Fundó el Nadia’s Initiative para luchar contra la violencia sexual como arma de guerra.

Los llevaron hasta el colegio de Murad y ejecutaron a los varones, salvo a los que no tenían pelos en las axilas porque consideraban que si todavía eran chicos podían convertirlos en integrantes de su organización. A ella la raptaron y la llevaron como esclava de un líder de ISIS, en Mosul.

Sus seis hermanos fueron asesinados y su mamá también ya que por su edad la despreciaron porque no podían usarla como esclava sexual. También fueron asesinados primos y sobrinos. Igual que ella otras 6.500 niñas fueron raptadas como esclavas sexuales en Irak y Siria.

En el genocidio murieron más de 5.000 personas. “No hay que culpar a las supervivientes por lo que les pasó”, enfatizó. Nadia Murad se queja del tratamiento periodístico de las víctimas. En el campo de refugiados se confundían trabajadores humanitarios con periodistas y las personas contaban sus tragedias que se enmarcaban con clavos de amarillismo en el marco de lo que le pasaba a los otros y lo que dejaba de importar cuando llegaba otra noticia.

“Yo nací en un pueblo pequeño y nunca había conocido a un periodista, un abogado o una feminista”, explica. Por eso, relata su experiencia en el campo de refugiados con una visión crítica de la revictimización sistemática. No se refugia, se degrada.

“Hay que tratar a las sobrevivientes como seres humanos”, reclamó. Y valoró que hoy pueda ser utilizado: “Las ucranianas se imprimieron el código y pudieron decir que no a algunas preguntas”. Sin embargo, a contramano de su propia fortaleza y voluntad, el mundo se resigna con hacer cada vez menos.

“Cada vez hay menos apoyo para proyectos humanitarios”, reclamó. “Ser superviviente es una responsabilidad. Por eso hablo de las niñas a las que violaron, de las madres que no se pudieron despedir de sus hijos y de los chicos a los que les lavaron la cabeza”, enumeró.

Adilia de las Mercedes le preguntó cómo le gustaría definirse. Ella eligió su sueño, el de un centro de estética. “Yo iba al colegio y me encantaba maquillarme y hacerme peinados hasta que nos atacó un grupo que el mundo no pudo parar”, señaló.

Ella destacó que en Afganistán los talibanes prohibieron las peluquerías porque las mujeres se podían reunir. “No he tirado la toalla en cuánto a mi centro de estética. Voy a seguir trabajando en eso”, sonrío.

“Ninguna familia tendría que pasar por lo que le paso a mi madre”, resaltó. Nadia es la hermana menor de once hermanos, perdió a seis de ellos que dejaron huérfanos a dieciocho sobrinos y solo pudo enterrar a dos.

Ella pertenecía a una minoría religiosa. Ni su familia, ni su comunidad, podían moverse de la aldea, ni vender sus productos porque los catalogaban de “infieles”. “En agosto se cumplen once años del genocidio y solo once personas han sido juzgadas. Esa cifra no es, ni siquiera, el número de personas que han sido asesinadas en mi familia”, se lamentó.

La niña que nació en el pueblo de Kojoi, en Sinjar, al norte de Irak y soñaba con ponerse un negocio para maquillar y peinar a sus vecinas ganó el Premio Nobel de la Paz. Pero no se olvidó de su deseo, que ejercía sin que fuese un negocio, porque no entraba en sus posibilidades seguir estudiando y porque entre los cortes y lavados, los secadores de pelos y las pestañas remarcadas, hay una condición indispensable: la de poder juntarse, la de tener espejos en dónde mirarse, la de tener una salón para conversaciones de mujeres.

“La violencia también fue contra los varones y es más difícil hablarlo para ellos”, subrayó. Y recalcó: “No hay sanación sin justicia”. Uno de sus sobrinos, de 23 años, fue llevado a Siria y hace siete años que no hablan con él, no se sabe si está vivo o muerto o cooptado por ISIS.

La violencia no era azarosa, sino planificada. “Al principio no querían que las mujeres nos quedáramos embarazadas y nos daban píldoras para poder violar a más mujeres y no tener que quedarse. Pero, cuando se dieron cuenta que estaban perdiendo, empezaron a embarazar a las mujeres para dejar el legado en el cuerpo y tener herederos”, denunció.

Y ratificó: “No hay voluntad política. Alguien lo está retrasando”. Sin embargo, apuntaló: “Pero eso no debe hacer que tiremos la toalla”. Nadia tiene 32 y vive en Alemania el país al que considera su segundo hogar, aunque resalta que se siente orgullosa de sus raíces.

“Si somos feministas tenemos que luchar por las mujeres del mundo entero”, demandó. “Es distinto lo que pasa en Sudán y en Afganistán y hay que atender necesidades distintas como la necesidad del acceso al trabajo y al agua”, enmarcó.

El escenario no es optimista, pero el optimismo es una posición que puede enseñar quién paso por una situación que no es equiparable ni a una guerra de película.

Fuente: telam

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