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09/06/2025

La belleza de la semana: la venganza de Judit

Fuente: telam

El asesinato de Holofernes ha sido representado infinidad de veces en la pintura. Por qué el óleo de Artemisia Gentileschi sobresale y qué puede hacer el arte por nosotros

>Para vengarse hay que perder el miedo. Judit envolvió todo su temor con gruesas capas de belleza y se acercó al campamento del ejército invasor. Betulia estaba completamente sitiada. En cuestión de días, tal vez horas, la ciudad se rendiría a los pies de Holofernes, el general asirio que seguía las órdenes del Nabucodonosor II, rey de Babilonia. Guardias altos como tótems le preguntaron qué quería. Judit, que había perdido a su marido, Manasés, rey de Judá, en manos los asirios, les dijo: a Holofernes. Y dejó caer una pícara sonrisa. Junto a ella, cabizbaja, la acompañaba su criada.

Cuando sus párpados se congelaron, Judit sacó su espada y lo decapitó. No hubo gritos. Llamó a su criada, que estaba afuera, rezando, quien sacó una bolsa de tela y Judit metió ahí adentro la cabeza ensangrentada. Salieron juntas de la tienda sin que los tótems sospecharan. Una hora después, tal vez dos, alguien quiso saber la siguiente orden militar. En un gran charco de sangre, el cadáver incompleto de Holofernes brillaba como una postal de la derrota. Una derrota sorpresiva, imposible. Así, el ejército, que había quedado acéfalo, al igual que su líder, huyó de Betulia.

La historia de Judit, narrada en el Libro de Judit, del siglo II a. C., es una pieza inolvidable de la cultura universal. Hay películas, obras de teatro, óperas, canciones, novelas, esculturas, poesías. En el poema “Al triunfo de Judit”, del año 1602, Lope de Vega escribió: “Cuelga sangriento de la cama al suelo / el hombro diestro del feroz tirano, / que opuesto al muro de Betulia en vano, / despidió contra sí rayos al cielo”. Todas las artes han abordado esta escena, pero la que más lo hizo fue la pintura. Goya, Klimt, Caravaggio, Doré, Cranach el Viejo, Tintoretto, Botticelli, Rubens...

La lista de pintores que se maravillaron, no solo con la historia de Judit, sino con la posibilidad de pintar una venganza, es larga y podría seguir, interminable. Algunos prefirieron inmortalizar el momento del asesinato —el filo de la espada, la sangre, la justicia—, otros el de la huida o la belleza vengadora de Judit. En todos los casos, el semblante luce tranquilo: no está arrebata por la ira, sino todo lo contrario: acaba de lograr su venganza —la de su marido, la de su pueblo— y eso le ha dado un poco de paz. Pero no en todos los casos. La pintura de Artemisia Gentileschi es diferente.

En el siglo II a. C., alguien —un autor anónimo, o tal vez varios: una comunidad— escribió el Libro de Judit. El contexto de esa escritura es la rebelión. Por entonces, en Judea gobernaba el Imperio Seléucida. Período helenístico. El mandato oficial era adorar dioses griegos, pero un grupo se revela y parte al exilio. Al año regresan con un ejército comandado por los hermanos Macabeo: expulsan a los griegos y se refunda el Imperio de Israel. Se lo conoce como la Revuelta de los Macabeos. En ese contexto de rebelión, alguien —o tal vez varios: una comunidad— escribió el Libro de Judit.

Cuando la historiadora de arte estadounidense Linda Nochlin se preguntó por qué no han existido grandes artistas mujeres —ese es el título de su libro publicado en 1971: ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?—, la primera que se le vino a la cabeza fue Artemisia Gentileschi. Romana, nacida en 1593, pintora barroca que comenzó a formarse en el taller de su padre, Orazio Gentileschi, también pintor, uno de los grandes exponentes de la escuela romana de Caravaggio. Como era común en la época, pintó temas históricos y religiosos, pero se enfocó en figuras femeninas.

En mayo de 1611, a sus 18 años, su maestro, Agostino Tassi, la violó. Hubo juicio: al violador le dieron unos meses de cárcel y finalmente fue obligado al exilio. Ella “sufrió una tremenda humillación en el juicio en el que fue torturada con exámenes ginecológicos y pruebas de dolor a ver si decía la verdad”, cuenta el crítico Miguel Calvo Santos. Artemisa masticó odio y temor, y lo escupió en el lienzo. Judit decapitando a Holofernes, pintado entre 1612 y 1613, es muy similar a la obra de Caravaggio, Judit y Holofernes, pintada entre 1598 y 1599, pero la diferencia dramática es total.

La venganza de Judit tiene el consenso que quizás le falte a otras acciones similares. Tal vez la clave esté en el paso del tiempo y en la reivindicación del arte. ¿No ocurrirá lo mismo, tarde o temprano, con el asesinato de Ramón Falcón en el atentado de Simón Radowitzky? ¿Y con el ajusticiamiento de Montoneros a Aramburu en Timote? ¿Acaso los dos disparos que mataron a Brian Thompson no convirtieron a Luigi Mangione en una suerte de vengador popular? Cuando el contexto es imposible y la transformación política está negada, siempre aparece la posibilidad solitaria de la venganza.

En la década de 1640 la historia le pierde el rastro a Artemisia Gentileschi: se cree que llegó a Nápoles en 1642 y ahí se quedó hasta su muerte, alrededor de 1653, aunque se encontró una carta de 1654 donde responde que acepta un nuevo encargo. Algunos sostienen que murió en la plaga que asoló Nápoles en 1656. El mundo la olvidó, pero una novela de principios del siglo XX de Anna Banti titulada Artemisia la trajo del fondo de las catacumbas. Si el arte sirve para algo, si tiene alguna función en el mundo, si esconde detrás de sí un objetivo, quizás sea la venganza.

Fuente: telam

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