07/06/2025
El oficio del segador

Fuente: telam
El libro “En surcos de colores. Una historia de la música colombiana en 150 discos” es un completo recorrido por la producción discográfica de una potencia de la música popular de América latina. Aquí, su autor presenta esta obra y reflexiona sobre el rol de la crítica musical
>En abril de 2021, cuando me fue planteada la posibilidad de enfrentarme al ejercicio cuya conclusión reposa ahora mismo en sus manos, hacía mucho rato de la institución canónica de las plataformas de reproducción de música en línea. Abrumado frente a la sola idea de disponer de todo a la distancia de un clic, todavía me cuesta aprovechar a plenitud estas facilidades de la vida moderna, salvo que sea mediante recursos como Youtube, lugares de acceso elemental y que no impliquen ir dejando voluntariamente los datos por ahí.
No pocas veces me he referido a esa breve colección como “mi Spotify”.
Si el ejercicio de la crítica acusaba ya lesiones importantes por cuenta de la crisis mundial de los medios de comunicación, especialmente los escritos, y por la consecuente pérdida de dignificación laboral en un ámbito profesional cada vez más pauperizado, ni qué decir sobre aquella otra banderilla en el lomo. Sé que no es la manera más entusiasta de iniciar esta lectura: prometo que las piezas incluidas en el compendio son bastante menos desangeladas. Igual, son necesarias ciertas preguntas que se me han ido agolpando: ¿El ejercicio de la crítica tal como lo conocimos perdió su sentido? ¿Alguna vez lo tuvo? ¿Ese particular ocaso obedece a una tendencia global o por aquí simplemente no supimos capitalizar esa cultura? ¿Tuvo que ver en algo ese afán tan contemporáneo de la corrección y del no incomodar?
La respuesta a las últimas tres preguntas las podemos obtener tras revisar los demás interrogantes. A la inquietud de qué queda hoy de la crítica, la respuesta es casi ontológica: de la crítica queda la crítica en sí misma. Aquellos textos que merecieron una perdurabilidad en nuestro recuerdo lo lograron por su exposición notable, o por haber sido el puente para conducirnos hacia aquello en lo que no habíamos reparado. Acerca de si el género puede o no reinventarse hablará el futuro, seguramente en la misma manera obcecada y llamativa como lo vienen haciendo un puñado de blogueros, tiktokers y demás suerte de influenciadores llamados a sucedernos en medios alternativos, donde todavía cabe lo que en otros escenarios no.
La respuesta a la pregunta acerca de la utilidad de este oficio, es simple y compleja a la vez, porque está claro que la crítica musical, al igual que la música, no suple una necesidad básica: no proporciona alimento al cuerpo ni reemplaza la consulta médica. Pero sí podemos entenderla como herramienta catalizadora de un derecho fundamental del ser humano, como lo es el ocio. La búsqueda de un direccionamiento del gusto, el dejarnos guiar por nuestro comentarista de cabecera o por un texto leído al azar, es un indicador de cuán en serio podemos y debemos tomarnos el disfrute y el desarrollo de la personalidad que se nos permite en los ratos de solaz.Porque hay que decir, entre otras, que el punto de partida de este texto es el amor. Lejos de pretender una mirada lejana y cientificista, me sumo a la definición del sociólogo y musicólogo británico Simon Frith: “El crítico es, a este respecto, un fanático con la misión de preservar una calidad sonora, salvar a los músicos de sí mismos, definir una experiencia musical ideal para que a los oyentes les sirva de parámetro”. Y en ese sentido, el presente es un ejercicio mediado por la intuición y por el disfrute, por el regreso a viejas placas que me han generado muy buenos momentos y por el descubrimiento de otras que se van sumando a mi banda sonora.
El periodista y escritor argentino Diego Fischerman señala como una de las dificultades de la crítica musical esa suerte de vuelta de tuerca forzada que constituye “utilizar un lenguaje para referirse a otro”. En lo que a mí respecta, puedo decir que el género periodístico que más se me ha dificultado es, justamente, el de la crítica, la reseña o el comentario musical. La necesidad de encontrar en el lenguaje escrito el trasunto de aquello que estoy escuchando y que por naturaleza es incorpóreo, implica tanto como narrar lo inenarrable. Buscar cómo condensar en palabras las sensaciones alrededor de una obra sonora, tanto lo que sugiere la parte técnica y la ejecución como lo que se encuentra del otro lado y que es más inasible todavía por espiritual o etéreo, implica forzarme hacia una especie de sinestesia deliberada, y me obliga a buscar imágenes y colores donde no los hay como única manera de hilar un discurso.Yo me siento un trabajador de la crítica en tanto género periodístico, con eterna admiración hacia quienes lograron trascenderlo al escaño de género literario: Ramón Andrés y Diego Manrique en España; Amiri Baraka, Lester Bangs, Ted Gioia y Alec Ross en los Estados Unidos; Jorge H. Andrés y Diego Fischerman en Argentina; Simon Reynolds en Inglaterra y Boris Vian en Francia.
Hubo un tiempo pretérito en el que la primera manera de informarnos sobre un disco era revisando los textos de su contracarátula. En paralelo con el ejercicio de la crítica, las disqueras se encargaron de ilustrarnos a través de sus propios comentaristas pagos, escribidores de exacerbados panegíricos, distantes de cualquier intento de objetividad. Incluso así, nos involucraban en el contexto creativo de los músicos y de su obra, y en motivaciones que fácilmente podían saltar entre la búsqueda seria de una identidad nacional o el gozo simple de bailar y cantar. En ese rubro quedaron inscritos los nombres pioneros de José Luis Logreyra, Juan Oradi, Gabriel Cuartas Franco, Alberto Lebrún, Ramón Ospina, Efraín Arce Aragón, Hernán Colorado Valle “Hercovalle”, Jaime Rincón Parra, Hernán Caro y, sobre todo, Hernán Restrepo Duque (1927 – 1991), personaje cuyas referencias encontrará usted en varias de las reseñas de este libro.La crítica y el comentario discográfico en radio y prensa fueron afianzándose en la medida en que lo hizo la propia industria. En ese momento aparecen algunos nombres destacados. El intelectual Otto de Greiff (1903 – 1995), referente del análisis de la música clásica, mantuvo su columna Comentarios musicales para el diario El Tiempo desde diciembre de 1950 hasta el año de su deceso. Ya desde 1946 venía haciendo lo propio el citado Restrepo Duque en revistas medellinenses como Micro y Pantalla, y en diarios como El Espectador y El Tiempo. Buena parte de lo que expresó por escrito lo ratificó en Radiolente, su espacio al aire desde 1952 en La Voz de Antioquia, hoy Caracol. Y en mayo de 1958 debutó en aquellas lides el antioqueño Carlos Serna (1928 – 2006) con sus columnas Por la radio y Farándula, vigentes en el periódico El Colombiano hasta su jubilación en 1983.
Pasadas aquellas vacas gordas, tal vez es lógico pensar que el reflejo de la crisis de la industria del disco sea acaso una crítica lánguida o inexistente.Diferentes géneros populares colombianos y latinoamericanos fueron debidamente escrutados por Camilo Correa, Jaime Rico Salazar, César Pagano, Sergio Santana, Rafael Bassi Labarrera, Fausto Pérez Villarreal, Álvaro Gärtner, Ernesto McCausland, José Arteaga, Juan Carlos Garay, Juan Diego Parra, Juan Carlos Piedrahita, Mauricio Restrepo Gil, Luis Daniel Vega y Umberto Pérez. Y buena parte de lo que un día supimos del rock se lo debemos a las reflexiones de Gustavo Arenas “Dr. Rock”, Sandro Romero Rey, Chucky García, Manolo Bellón, Edgard Hozzman, Camilo Pombo, Andrés Durán, Daniel Casas, Ben Nevis, Ricardo Durán, Pablito Wilson, Carlos Solano, Diego Londoño y Jacobo Celnik.
En medio de tanta preeminencia masculina, varias mujeres ocupan con merecimiento su lugar en el mundo de la crítica y el comentario musical, entre ellas María Teresa del Castillo, Martha Enna Rodríguez, Maruja Méndez Mariño, Ofelia Peláez, Ellie Anne Duque, Ana Piñeres «Anavitrola», Ana María Valenzuela, Carolina Conti, Alejandra Quintana, Mariangela Rubbini, Jenny Cifuentes, Astrid Harders, Sara Melguizo, Olga Lucía Martínez, Luisa Piñeros, Laura Galindo, Astrid Ávila y Daniella Cura.Cada texto en este trabajo intenta dejar consideraciones sobre piezas fundamentales de la discografía nacional, en una selección donde cupo la mirada amiga de otros colegas que sugirieron, en varios casos con éxito, la inclusión de trabajos que definitivamente tenían que hacer parte. Un primer ejercicio alrededor de una muestra de cien discos me resultó insuficiente, y aún los 150 finales me siguen pareciendo de una flagrante injusticia con nuestra aquilatada producción sonora.
Abren el ejercicio un par de reconstrucciones de obras del barroco local y de la música independentista que, aunque rompen con la cronología, deben ser ponderadas en su intención de escudriñar en el pasado. La pregunta subsiguiente, entonces, es por qué no haber arrancado con alguna grabación de música indígena. Respuesta: porque la música obtenida en grabaciones de campo hace setenta años no es la misma que cantaron hace cuatro siglos nuestros primeros pobladores. Suponer la simpleza de un folclorismo inerte es tanto como seguir condenando a esas comunidades a lo atávico, a la mirada colonialista del rezago.
La gran mayoría de la muestra es posterior a 1960, en conjunción con los buenos tiempos de la industria y con la generación de un sano sentido de la audición en casa, la aparición de los almacenes de cadena, la venta masiva de tocadiscos y el nacimiento de pequeñas pero auténticas colecciones domésticas, todas muy diferentes pero completamente elocuentes acerca de unos gustos y del apogeo de ciertas tendencias; curadurías que no pretendieron serlo pero que, a falta de cifras más concretas, nos permiten adivinar qué artistas, discos y géneros fueron los más apreciados por el público masivo en determinados momentos de nuestra historia.
En muchas de las reseñas, el lector se encontrará con datos concretos y de contexto acerca de los artistas, en aras de familiarizarnos con algunos nombres sumidos en la oscuridad o con los de otros que merecen ser expuestos. En algunos casos, incluso, la selección discográfica se justifica por la necesaria presencia del artista en el compendio. De vuelta a Simon Frith y de cómo “el lenguaje de la crítica musical depende todavía de la confusión de lo subjetivo y lo objetivo”, espero que esa tensión entre el dato y la sensible experiencia personal sea una invitación a leer y a escuchar.
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Fuente: telam
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