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07/06/2025

Jane Austen y el arte de leer pensamientos: cómo “Orgullo y Prejuicio” entrena la mente del lector

Fuente: telam

La novela más famosa de la autora británica esconde un complejo juego de interpretaciones y emociones. De esta manera, convierte la lectura en un ejercicio de agudeza psicológica y empatía social

>Al inicio de Orgullo y Prejuicio, la novela más conocida de Jane Austen, Elizabeth Bennet –la protagonista– escucha al señor Darcy hablar mal de ella, lo que provoca que se forme una opinión negativa sobre él.

El lector, mientras tanto, es un tercer integrante omnipresente que conoce las interioridades de todos, lo que permite que este ejercicio de interpretación mental y emocional no solo ocurra dentro de la historia, sino que también lo realice quien lee.

Un estudio publicado hace unos años en la revista científica Science mostró que leer ficción mejora esta capacidad. Teniendo en cuenta esto, ¿de qué manera Jane Austen contribuye especialmente a ejercitar esta compleja “lectura de la mente”?

Haciendo uso de tramas basadas en malentendidos, engaños, ironías y expectativas sociales, la escritora inglesa refleja la psicología social propia de su época –finales del siglo XVIII y principios del XIX– y convierte la comprensión de las mentes en el impulsor del conflicto, creando personajes con los que resulta fácil empatizar.

En Orgullo y Prejuicio, Austen no solo presenta una historia de amor: nos sumerge en una red de pensamientos sobre pensamientos, un auténtico entramado de recursividad mental. Este concepto, central en la teoría de la mente, se refiere a nuestra capacidad de representar en nuestra propia cabeza los estados mentales de otros, y hacerlo en múltiples niveles.

La recursividad de primer orden es simple: “sé que Jane está triste” –Jane es la hermana de Elizabeth–. Pero Austen rara vez se detiene ahí. En sus novelas, encontramos estructuras mucho más complejas, del tipo: “Elizabeth piensa que Darcy cree que ella está interesada en Wickham”. Esto es una recursividad de tercer orden, puesto que involucra los pensamientos de tres personajes distintos –la protagonista, el coprotagonista y el hombre con el que ambos tienen un vínculo–. En los momentos clave de la novela, estos niveles se superponen, generando malentendidos, tensiones y giros narrativos cargados de significado.

Por ejemplo, cuando Elizabeth lee una carta que Darcy le da tras haberlo rechazado, el lector debe reordenar, junto con ella, todos los niveles previos de interpretación: lo que ella pensaba que él sentía, lo que él pensaba que ella sentía, la intención que ella le atribuía a él y la intención que le atribuye ahora…

La psicología cognitiva sugiere que la mente humana puede manejar cómodamente hasta tres niveles de recursividad. La ficción literaria, especialmente la que explora relaciones interpersonales complejas, es una forma natural de entrenar esa habilidad. En este sentido, leer a Austen es como levantar pesas mentales: sus personajes nos invitan a pensar con ellos, sobre ellos y, a veces, contra ellos.

Uno de los recursos más poderosos que Austen utiliza para sumergirnos en la mente de sus personajes es el estilo indirecto libre.

En este tipo de frases no queda del todo claro si habla el narrador o el personaje. Esa ambigüedad es precisamente la que nos obliga, como lectores, a activar con frecuencia nuestra teoría de la mente, puesto que debemos inferir quién habla, qué piensa en realidad, si está o no diciendo la verdad, si hay contradicción entre lo que dice y lo que siente…

Leer a Jane Austen implica adentrarse en una compleja red de pensamientos y emociones ocultas que entrenan nuestras capacidades más inconscientes. A través del estilo indirecto libre y la recursividad múltiple, la escritora permite que el lector se introduzca en la mente de cada uno de los personajes y se sienta un miembro más de la peculiar sociedad que refleja en sus obras.

Desde la psicología sabemos que esta inmersión no ocurre porque sí, sino que, cuando leemos, ponemos en marcha y ejercitamos una habilidad crucial para navegar por la cabeza de otros. La lectura de las obras de Austen no solo supone una fuente de entretenimiento; también, sutilmente, perfecciona nuestra capacidad para colocarnos en la cabeza de otras personas.

Fuente: The Conversation

Fuente: telam

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