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07/06/2025

Militarización de la economía y dependencia de China: la transformación de Rusia tras la invasión a Ucrania

Fuente: telam

El guerra cambió profundamente la estructura económica y social rusa, priorizando el gasto en defensa y consolidando nuevas élites, mientras crecen los lazos con Beijing y la confrontación con Occidente

>El impacto de la guerra en Ucrania transformó la economía y la estructura social de Rusia de manera profunda. Desde el inicio de la invasión ordenada por De acuerdo con un artículo publicado por Foreign Affairs, el Kremlin implementó una campaña sistemática para eliminar la disidencia política, difundir propaganda pro-guerra y antioccidental, y consolidar el apoyo material de amplios sectores de la población. Esta estrategia llevó a que varios rusos, incluidos altos funcionarios y muchos de los más ricos del país, perciban a Occidente como el principal enemigo.

El texto subraya que, aunque los líderes occidentales han mostrado determinación frente a La política de La dependencia de Rusia respecto a China se ha profundizado desde 2022. Según Foreign Affairs, “el Kremlin ha logrado sostener la guerra durante tres años solo gracias al flujo de componentes críticos para armas provenientes de China”. Actualmente, Beijing compra el 30% de las exportaciones rusas, frente al 14% en 2021, y suministra el 40% de las importaciones rusas, en comparación con el 24% antes de la guerra. Además, proporciona a Moscú una infraestructura financiera en yuanes para el comercio exterior. Esta relación ha llevado a que Rusia comparta diseños de armas con China y fomente la colaboración en ciencia, tecnología y recursos energéticos.

Putin optó por priorizar el gasto militar. Entre 2025 y 2027, el gobierno ruso planea destinar cerca del 40% de su presupuesto estatal a defensa y seguridad, en detrimento de áreas como la salud y la educación. El medio detalla que, tras una leve caída en 2022, el PIB de Rusia creció un 3,6% en 2023 y otro 4,1% en 2024, como consecuencia del gasto en defensa. No obstante, los efectos negativos, como la inflación de dos dígitos, comenzaron a manifestarse a finales de 2024.

El régimen ha utilizado la guerra como mecanismo de redistribución de la riqueza. Los principales beneficiarios han sido los miembros del círculo cercano de Putin y sus redes de clientelismo, quienes han adquirido activos depreciados tras la salida de empresas extranjeras o los han confiscado con el apoyo de figuras poderosas como Ramzan Kadyrov, líder checheno. Además, varios empresarios han lucrado eludiendo sanciones, y miles de profesionales de cuello blanco, especialmente en tecnología, finanzas y servicios empresariales, han visto aumentar sus salarios debido a la emigración de colegas disidentes y la escasez de habilidades.

La guerra también ha servido como vía de movilidad social para los burócratas civiles, quienes aceleran sus ascensos al trabajar en territorios ocupados. Para los empleados en inteligencia y fuerzas de seguridad, identificar agentes occidentales o ucranianos y neutralizar a activistas y periodistas críticos se ha convertido en una forma de progresar profesionalmente. “Incluso en instituciones antes relativamente pragmáticas como el banco central, los tecnócratas formados en Occidente se han convertido en guerreros que luchan contra las sanciones occidentales”, indica Foreign Affairs.

La represión interna también se ha intensificado. El Kremlin ha criminalizado las críticas a la guerra y al ejército, y ha iniciado procesos legales contra disidentes prominentes y desconocidos. El número de personas catalogadas oficialmente como “agentes extranjeros” y los ataques a organizaciones consideradas “indeseables” han aumentado drásticamente. Los críticos enfrentan la disyuntiva de exiliarse o ir a prisión, mientras que las fuerzas de seguridad reciben recompensas por la cantidad de “enemigos” que identifican.

En el plano internacional, la política exterior rusa se ha subordinado a tres objetivos: forjar alianzas para apoyar el esfuerzo bélico, sostener una economía bajo sanciones y vengarse de Occidente por su apoyo a Ucrania. Foreign Affairs señala que “los funcionarios rusos han realizado importantes inversiones en asociaciones con regímenes y entidades dispuestos a imponer costos adicionales a Occidente, especialmente Corea del Norte, Irán y los hutíes en Yemen”. Además, Rusia ha expandido sus lazos con países en desarrollo mediante la venta de materias primas a precios reducidos y el aumento de exportaciones a India, el sudeste asiático, África, Medio Oriente y América Latina.

El medio advierte que, aunque un eventual fin de la guerra y el levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos podrían frenar temporalmente algunas actividades antiamericanas, el Kremlin mantendrá la capacidad de reanudarlas. “El Kremlin ha logrado sostener la guerra durante tres años solo gracias al flujo de componentes críticos para armas provenientes de China”, subraya Foreign Affairs.

En cuanto al futuro, el texto sostiene que el régimen de Putin difícilmente colapsará desde dentro. La represión se intensifica a medida que la economía se resiente, y la posibilidad de un cambio de régimen por presión interna es remota. No obstante, el artículo plantea que, tras la salida de Putin, sus sucesores —probablemente surgidos de su círculo cercano— podrían tener mayor flexibilidad para redefinir la política exterior rusa. “La forma más obvia para que los sucesores de Putin mejoren la posición del país sería reequilibrar su política exterior”.

Foreign Affairs recomienda que los líderes europeos y estadounidenses comiencen a imaginar y comunicar una visión de coexistencia pacífica con Rusia, basada en el control de armas y formas de interdependencia económica que eviten la instrumentalización de los lazos comerciales.

La publicación concluye que, aunque imaginar una Rusia posterior a Putin pueda parecer lejano, es esencial que Occidente prepare una estrategia para ese escenario, evitando así que la confrontación permanente se convierta en el legado definitivo de la era Putin.

Fuente: telam

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