Sábado 31 de Mayo de 2025

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30/05/2025

Qué leí, que me llegó, qué quiero leer: un niño español solo en Moscú, cómo nos altera el alquiler y espías rusos en Buenos Aires

Fuente: telam

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>Cuando sea grande, me digo a veces, voy a leer un solo libro a la vez. Lindo sería: elegir una de las novelas, o de los ensayos, o de los poemas que voy guardando a través de los años “para cuando me jubile”, y darle sin apuro. No es el caso: leemos como vivimos. Yo, con la avidez de no perderme nada.

Es 1939, la Guerra Civil Española está durísima y los sublevados, los franquistas, van a ganar, ya se ve aunque todavía no se puede decir. En Madrid, Clotilde hace caricaturas políticas que publican diarios republicanos y cría a Pablo, que tiene cinco años. Su marido, Agustín, está combatiendo y tiene la idea, la aterradora idea, de mandar a Pablo a Moscú, mientras tanto, hasta que esto pase, hasta que ellos puedan ir a buscarlo. Porque si ganan los franquistas -y ya se sabe que así será- los van a matar y punto. Clotilde, se imagina, dice que no, que ni loca. Que su niño, con ella.

Pero bueno, ya saben de qué se trata El niño que perdió la guerra, así que llegará el día en que un camarada de Agustín, Borís Petrov, toque la puerta y no de opciones. Por las buenas y por las malas, se lo lleva: es desgarradora la escena de Clotilde corriendo detrás del auto donde se va su hijo. El hijo de ella y de un hombre al que hace rato no quiere.. y ahora menos. “Pudo ver como a través del cristal de la ventanilla asomaba el rostro de su hijo inundado por las lágrimas, moviendo las manos con desesperación. Ella se puso en pie y corrió detrás del coche sin atender a lo que sucedía a su alrededor. Ni siquiera sabía si le salían las palabras, pero en sus labios no dejaba de formarse el nombre de su hijo: «¡Pablo!», «¡Pablo!», «¡Pablo!». >En Rusia, por lo menos, Pablo encontrará una familia y otra madre, Anya, que es la mujer de Petrov -otro matrimonio al que de amor no le queda nada-, es artista y es, claro, una disidente: “Había tanto silencio en la Unión Soviética… Miedo. Ella también tenía miedo. Miedo de leer a escondidas libros prohibidos. Miedo de que sus poemas pudieran ser leídos por ojos ajenos. Miedo a que su música fuera tildada de burguesa. Miedo a esbozar en voz alta cualquier pensamiento que pudiera ser considerado traición. Y, sobre todo, miedo a que no le permitieran seguir componiendo >Ni en un país ni en el otro se viven tiempos sencillos: en España se vienen 40 años de franquismo y en la Unión Soviética, el stalinismo. A través de la historia de Pablo, y la de sus dos familiar, Julia Navarro hará un paralelo entre un régimen y otro. Si Anya terminará interrogada y encarcelada por haber querido escuchar a Boris Pasternak -el autor de Doctor Zhivago, que lo hizo caer en desgracia frente al régimen, Clotilde no la pasará mejor. Va a ir presa, va a salir y una vez afuera, cuando se junte con una ex compañera de prisión a tratar de ganarse la vida -cosa difícl para los señalados como comunistas- la van a acosar y golpear y volver a encerrar. Autoritarios, censores, violentos: regímenes paralelos, esa es la hipótesis de Navarro.

¿Y Pablo? Bueno, esa es la parte que se puede no spoilear. La Historia -la real- cuenta que fueron a Rusia unos 3.000 chicos, de un total de 37.500 enviados a distintos países. Muchos no volvieron jamás.

Se sabe: la vivienda es un tema que está apretando cada día más. En España hubo marchas de miles y miles de inquilinos y más de 500 personas -muchas, con trabajo- duermen cada noche en el aeropuerto de Barajas. En otros países, como el argentina, ser dueño de la propia casa se ha vuelto casi imposible para las “jóvenes generaciones”, que ya tienen alrededor de 40 años. Por eso un escritor, Walter Lezcano, publicó la novela Y al fin el techo dejará de aplastarme, donde un inquilino pierde las esperanzas y toma represalias contra la inmobiliaria.

¿Esa idea, la de no tener donde vivir, no nos persigue, no nos altera? Claro que sí. Lo llamativo es que Sarah Belén Olarte es psicóloga pero señalará que a veces no es un trauma propio ni la falta de una sustancia química lo que nos afecta. Es la realidad, amigos.

“La meritocracia asume que todos partimos del mismo punto en igualdad de condiciones y oportunidades, y que el mérito es el factor que diferencia que unos lleguen lejos y otros no”, escribe Olarte, quien cree que ese concepto tiene la misma validez que el terraplanismo. En la presentación del libro se advierte: “Hay un elefante en la consulta de psicología, y se llama CONTEXTO”. Y, sí.

Hugo Alconada Mon es periodista y cuenta una historia real. Que parece ficción, pero es real: Durante más de una década, Buenos Aires fue el hogar de dos agentes rusos que operaban bajo identidades falsas. Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muños, como se hacían llamar, vivieron como una familia típica de clase media, con hijos nacidos en la Argentina que se enteraron de que eran rusos muchos años después, camino a Moscú.

La pareja no solo se adaptó a la vida en Argentina, sino que también logró mantener su fachada durante años sin levantar sospechas: en el libro se detalla que ella no pronunció una palabra en ruso ni siquiera durante sus dos partos. Alconada Mon entiende que la elección de Buenos Aires como base de operaciones no fue casual, ya que la ciudad ofrece un entorno multicultural que facilita el anonimato.

Todavía estaban en la Argentina cuando Rusia invadió Ucrania y estalló la guerra. Pero ellos tenían otro destino: Eslovenia. Hacia allí partieron y allí los detuvieron. Más tarde volvieron a Rusia a partir de un intercambio de prisioneros y fueron recibidos como héroes.

El caso arde: es el mismo por el que un equipo del Wall Street Journal -donde estaba Como contó Infobae, en la Feria del Libro,Alconada Mon explicó que la historia de los espías no se puede entender sin considerar el contexto de Rusia y la figura de Putin, quien fue un agente de la KGB antes de la caída de la Unión Soviética. “Para nosotros, espías son Jaime Stiuso o Fernando Pocino, eventualmente un espía que lo mandás a espiar y te mueve la ligustrina, como me espiaron a mí y a mi familia”, se rio.

En La interpretación de los sueños, publicado en 1900, Sigmund Freud sostiene que los sueños no son meras fantasías sin sentido, sino una vía privilegiada para acceder al inconsciente. Freud argumenta que los sueños expresan deseos reprimidos, especialmente aquellos que no pueden manifestarse en la vida consciente, y que su contenido simbólico puede ser descifrado a través de un método de análisis que él llama “asociación libre”.

Esta obra fundacional introduce conceptos centrales del psicoanálisis, como el trabajo onírico, el desplazamiento, la condensación y el papel de las pulsiones.

Además de proponer una teoría general del funcionamiento psíquico, Freud utiliza numerosos ejemplos —incluidos sus propios sueños— para mostrar cómo los elementos oníricos pueden tener significados profundos relacionados con conflictos, deseos y recuerdos personales. La interpretación de los sueños es considerado uno de los textos clave de la historia de la psicología, y aunque sus planteos han sido debatidos y revisados, sigue influyendo en campos tan diversos como la literatura, el cine, el arte y la cultura popular.

Fuente: telam

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