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24/05/2025

Entre el duelo y la justicia: el relato de una mujer hindú que ilumina las raíces del conflicto entre India y Pakistán

Fuente: telam

Un análisis de legítima defensa, estrategia política y religión revela por qué, en estas potencias profundamente espirituales, prevalece la acción militar

>Hoy se cumplen dos semanas desde que el gobierno de Narendra Modi lanzó la Operación Sindoor, una ofensiva militar india que busca convertir el duelo por la El mensaje que quiso transmitir Operación Sindoor es claro: los ataques no fueron contra individuos, sino contra la identidad india, su religión, sus símbolos y su historia. En este contexto, el dolor privado se convierte en una cuestión del Estado, y la respuesta militar en un acto de reafirmación patriótica.

En un breve pero intenso lapso de 25 minutos, el Ambos lados operan bajo la misma convicción de legítima defensa. “Hubo un ataque terrorista de la otra parte, y respondimos. Eso es precisamente lo que está haciendo el gobierno; respondiendo”, expresó Nidhi, una hindú nacida en Jammu, capital de la región de Jammu y Cachemira, donde el atentado contra turistas dejó “Es triste, muy triste. Pero, sinceramente, creo que también, es lo que hay que hacer”, comentó, refiriéndose a la ofensiva india. “El verdadero principio de la no violencia empieza con autodefensa. No podemos quedarnos callados y dejar que hagan lo que quieran y se salgan con la suya”.

En la India, y especialmente en Jammu y Cachemira, la religión no es un aspecto de la vida que uno se cuestione. Se nace prácticamente religioso, y dependiendo el lado de la Línea de Control al que pertenezcas, se dictan tus creencias y opiniones ante el conflicto.

La combinación de narrativas de autodefensa, junto con un orgullo nacional y religioso entrelazado, ha alimentado el Pero la intolerancia religiosa entre ambos no nació en 1947; fue el resultado de décadas de colonialismo británico, marcado por una política deliberada de Cuando finalmente se anunció la partición, ese legado de tensiones acumuladas estalló con fuerza. Un clima de miedo, resentimiento y odio se apoderó de musulmanes e hindúes. Milicias de ambos lados perpetraron actos de violencia sistemática, dejando entre uno y dos millones de muertos.

“Cuando mi papá tenía nueve años, presenció cómo le cortaron las cabezas a un grupo de sijes. Estaba en la oficina de su tío, se asomó a la ventana, y vio cómo los decapitaron por tener puesto el turbante”, comentó con pesar Dimple, descendiente de hindúes que fueron testigos de la violencia de 1947 en Sind, una región que hoy forma parte de Pakistán. Detalló que, aquellos que lograban escapar a tiempo, se cortaban el pelo largo para no ser identificados como sijes, traicionando así una de las prácticas más sagradas de su religión. Renunciar a la fe significaba tener más posibilidades de sobrevivir.

Tras la creación de las nuevas fronteras, más de 15 millones emprendieron un éxodo desesperado, intentando ubicarse del “lado correcto” según su religión: hindúes y sijes que vivían en el territorio asignado a Pakistán emigraron hacia India, mientras que musulmanes del lado indio emprendieron su camino hacia el país vecino.

La semilla de esa inseguridad religiosa y del odio comunitario se sembró en ese entonces, y nunca más se borró. Desde aquel momento, Jammu —conocida antes como “la ciudad de los templos” y considerada un destino “muy pacífico”— se transformó en escenario de tres guerras, incontables operaciones encubiertas y atentados terroristas. “Había toques de queda, se producían bombardeos y, a veces, los colegios cerraban durante muchos días”, recordó Nidhi, quien pasó toda su infancia en la ciudad. “Nunca sabías qué iba a pasar. Esa ansiedad y ese terror… eran inevitables, estaban siempre en el aire”.

Con la reciente escalada del conflicto, se ha registrado un Según un testimonio recogido por BBC, Shaukat Ali relató entre lágrimas: “Me golpearon con un palo, me patearon en la cara”, dijo mientras mostraba las heridas en su cabeza y en la zona de las costillas. El grupo que lo atacó en el estado nororiental de Assam, en India, también lo obligó, a pesar de ser un musulmán devoto, a comer carne de cerdo, forzándolo a masticarla y tragarla. “Ya no tengo razones para vivir”, confesó, quebrado emocionalmente. “Fue un ataque contra toda mi fe”.

Fuente: telam

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