24/05/2025
La moda en mayo de 1810: la influencia europea, el estilo imperio y los errores históricos de las “damas antiguas”

Fuente: telam
La vestimenta durante los agitados días que desembocaron en la formación del primer gobierno patrio tenía una enorme influencia europea. Las prendas, en hombres y en mujeres, eran una de las tantas formas de marcar diferencias de clases sociales
>En mayo de 1810, la sociedad se encontraba en plena transición, influenciada por las corrientes europeas y los cambios sociales y políticos del momento. Los hechos que desembocaron en el primer gobierno patrio no solo reflejaron cambios de ideas e ideales, sino también transformaciones en la moda, en los accesorios y las prácticas de higiene. Las mujeres desempeñaron un papel relevante en los acontecimientos revolucionarios, a pesar de que en los relatos históricos tradicionales quedaron invisibilizadas.
Los hombres de clase alta usaban calzones ajustados que llegaban hasta la rodilla, medias de seda, zapatos de cuero con hebillas de bronce importados de Europa y chalecos ajustados. Sobre el chaleco, llevaban una casaca, una chaqueta larga que podía ser de colores oscuros como azul o negro, con botones decorativos. En invierno, se añadía una capa larga para protegerse del frío. El frac, una chaqueta corta por delante y larga por detrás con faldones, también era popular entre los más jóvenes, influenciados por la moda francesa post revolucionaria. Los sombreros eran un accesorio esencial: los hombres de élite usaban galeras o sombreros tricornios, mientras que los funcionarios del Cabildo solían llevar pelucas blancas entalcadas al estilo francés, un símbolo de autoridad y tradición.
Los accesorios masculinos también marcaban estatus. Los hombres de élite complementaban sus atuendos con jabots, una especie de gasa anudada al cuello que era un antecedente de la corbata moderna, y relojes de bolsillo con cadena. Los bastones, a menudo con empuñaduras de marfil, eran un símbolo de distinción, mientras que los paraguas, aunque escasos, comenzaban a aparecer entre los más acomodados, según registros de la aduana de la época que documentan su importación.
Los vestidos de estilo imperio eran confeccionados con telas ligeras como muselina, gasa o algodón fino, importadas de la India o Europa. Los colores predominantes eran pálidos: blanco, marfil, tonos pastel y ocasionalmente ocre, reflejo de la sobriedad post revolucionaria francesa. Las faldas eran rectas y holgadas, cayendo hasta los tobillos para evitar que se ensuciaran en las calles de tierra y barro de Buenos Aires, que carecía de veredas. Los escotes eran amplios, a menudo cuadrados, y se usaban frunces que resaltaban el busto, a veces con un “push-up” de la época para realzar esa parte del cuerpo. Las mangas podían ser cortas e infladas o largas y ajustadas, dependiendo de la ocasión.
Las mujeres de clase alta complementaban sus atuendos con accesorios que denotaban estatus. Las mantillas, un elemento tradicional español, eran imprescindibles para asistir a misa, cayendo delicadamente sobre los hombros y a menudo hechas de encaje calado. Las peinetas pequeñas, talladas en carey y de estilo español, se usaban para sujetar el cabello, que se peinaba al estilo romano, con rodetes altos y rizos a los costados, a veces adornados con perlas o camafeos. Los abanicos, elaborados con varillas de madera o marfil y telas pintadas, eran un accesorio esencial, tanto funcional como decorativo. Las joyas, como collares de perlas, pendientes y pulseras, completaban el look de las damas patricias. Por tanto, es anacrónica la imagen que tenemos en el imaginario del 25 de mayo de 1810, de las mujeres usando grandes peinetones, mantillas y miriñaques. Podemos observar cómo se vestía en esa época, en el cuadro del pintor chileno Pedro Subercaseaux titulado “El ensayo del Himno Nacional en la sala de la casa de María Sánchez de Thompson”.El estilo imperio, que dominaba la moda femenina en 1810, representaba un cambio radical respecto a las modas del siglo XVIII. Antes de la Revolución Francesa, las mujeres de la nobleza europea usaban vestidos voluminosos con miriñaques, estructuras de aros que ensanchaban las caderas, y corsés que marcaban la cintura de manera extrema. Sin embargo, la Revolución trajo consigo un rechazo al lujo excesivo asociado con la monarquía, y el estilo imperio emergió como una alternativa más sencilla y funcional.
En el Río de la Plata, el miriñaque ya estaba en desuso para 1810. Este armazón, que había sido popular en Europa durante el siglo XVIII, era incómodo y poco práctico para las condiciones de Buenos Aires, donde las calles de tierra y la falta de infraestructura urbana hacían que las faldas amplias se ensuciaran fácilmente. El estilo imperio, con sus faldas más cortas y ligeras, era mucho más adecuado para el contexto local. Además, la desaparición del miriñaque reflejaba un cambio ideológico: la moda se convirtió en una forma de expresión política, alineándose con los ideales de libertad e igualdad que traía la Revolución Francesa.Ese error tiene raíces en una idealización romántica del pasado argentino, que buscaba resaltar la opulencia y el folclore de la época federal. Sin embargo, las fuentes históricas, como los cuadros de la entonación del Himno Nacional en 1813 en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, muestran a las mujeres con vestidos de corte imperio, sin miriñaques ni corsés. La historiadora Verónica Cicchi de la Sociedad Victoriana Augusta Argentina ha señalado que esas representaciones erróneas ignoran el contexto político y social de 1810, cuando la moda reflejaba los ideales revolucionarios de simplicidad y libertad.
La limpieza de la ropa en la Buenos Aires de 1810 era una tarea laboriosa, especialmente para las mujeres de clase alta, porque las telas finas como la muselina requerían cuidados especiales. La falta de agua corriente y jabones industriales significaba que el lavado se realizaba de manera manual, a menudo en ríos o arroyos. Las prendas más delicadas, como los vestidos de muselina, se lavaban con jabón suave y agua fría para evitar dañarlas, pero la muselina era tan fina que a menudo se transparentaba, lo que llevaba a las mujeres a usar solo una enagua debajo, aumentando el riesgo de enfermedades respiratorias como la bronquitis, conocida como “el mal de la muselina”.Las lavanderas desempeñaban un papel crucial en la sociedad porteña de 1810, especialmente para las familias de clase alta que podían permitirse contratar sus servicios. Esas mujeres, muchas de ellas esclavizadas o de origen afrodescendiente, trabajaban en condiciones difíciles, lavando la ropa en las orillas de ríos como el Riachuelo o en arroyos cercanos. El proceso era físicamente exigente: las lavanderas se arrodillaban sobre piedras o tablas inclinadas, enjabonando, restregando y golpeando la ropa contra superficies duras para quitar la suciedad.
A principios del siglo XIX, no existían lavaderos públicos en Buenos Aires como los que se construirían más tarde, por lo que las lavanderas trabajaban al aire libre, expuestas a la humedad y el frío. Recogían la ropa sucia de las casas de sus clientes, la transportaban envuelta en una sábana y la devolvían limpia tras un proceso que podía tomar varias horas. Además del lavado, algunas lavanderas se encargaban de remendar prendas, un servicio adicional que les permitía ganar un ingreso extra. Sin embargo, su trabajo era mal remunerado y socialmente despreciado, y las lavanderas esclavizadas enfrentaban abusos y explotación por parte de sus amos.Otro hecho destacable de aquel 1810 es que las mujeres desempeñaron un papel fundamental en los eventos que desencadenaron la Revolución de Mayo en Buenos Aires, aunque su participación ha sido históricamente invisibilizada por una narrativa masculina que las relegó al ámbito doméstico. Las mujeres de la élite, como Mariquita Sánchez de Thompson, abrieron sus casas para tertulias y reuniones secretas donde se discutían ideas independentistas. Esas tertulias, que a menudo se realizaban bajo la apariencia de eventos sociales, fueron espacios clave para la difusión de las ideas revolucionarias.Las mujeres de los sectores populares también participaron en la Revolución de Mayo, aunque de manera menos documentada. Las vendedoras ambulantes, muchas de ellas afrodescendientes, difundían rumores y noticias en los mercados y calles, contribuyendo a la movilización social. Sin embargo, las mujeres esclavizadas, que trabajaban como lavanderas, cocineras o amas de leche, enfrentaban una doble opresión: la de género y la racial. A pesar de su contribución, su papel fue sistemáticamente ignorado por los relatos históricos oficiales, que privilegiaron las acciones de los hombres.
Fuente: telam
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