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18/05/2025

La Rusia de Putin y el exilio de los escritores: miedo, control y la resistencia poética

Fuente: telam

Apuntes de la conversación “Escribir sobre Rusia hoy”, realizada en el festival literario Blue Metropolis de Montreal, en una línea de tiempo con una serie de historias que vinculan a Stalin, Putin y Donald Trump

>Regresé hace poco de Montreal, donde participé en Blue Metropolis, el festival literario internacional de esa ciudad. Ya por su vigésima séptima edición, es el primer evento multilingüe de literatura del mundo, que yo creo solo podría ocurrir en Montreal. En lugar de lecturas o ponencias desde un podio, el formato de Blue Met consiste en tres o cuatro sillas cómodas sobre un escenario bajo y más cerca del público, mientras los escritores y su anfitrión conversan entre sí, a veces en dos o tres idiomas a la vez, jamás con traducción simultánea. Al pasear por los pasillos, se pueden oír conversaciones en francés, inglés, español y ojibwa. Me hace pensar que lo más importante en esta época de turbulencia global es la conversación –entre países, entre lenguas, entre culturas–.

En respuesta a sus preguntas, Rushdie y Sebag Montefiore hablaron de sus infancias, de sus motivos para escribir y de cómo hoy el escritor vive en un entorno saturado de rumores. Rushdie dijo estar seguro de que el ayatolá Jomeini, quien emitió la fatua en su contra, nunca había leído su libro Los versos satánicos, ni tampoco el joven que intentó asesinarlo. (Todavía no está a salvo. Me di cuenta de que la habitación de hotel de Rushdie estaba en mi piso cuando noté a un guardaespaldas sentado al final del pasillo.) Una puñalada en el ojo es una herida inconcebible, pero Rushdie llevaba su parche con gallardía. Después de todo lo que ha pasado, su generosidad y sentido del humor fueron francamente asombrosos.

Ingrid Bejerman me invitó al festival para participar en una conversación titulada Escribir sobre Rusia hoy. Mis compañeros fueron Sebag Montefiore y el escritor ruso Mijaíl Iossel. Nuestra anfitriona fue Elianna Kan, una prestigiosa agente literaria, escritora y traductora que habla y escribe en ruso, inglés y español a la perfección. Comenzando con una cita de Nikolái Gógol, nos preguntó cómo caracterizaríamos nuestra relación con Rusia.

Sebag Montefiore retrocedía hasta su pasado ancestral. Los padres de su madre huyeron del Imperio Ruso a principios del siglo XX. Nos contó que, después de leer su libro Catalina la Grande y Potemkin, Vladímir Putin facilitó personalmente su investigación para su siguiente libro sobre Stalin, proporcionándole acceso privado a archivos rusos y asistencia en la investigación. Cuando el libro fue publicado, a Putin no le gustó; los privilegios le fueron retirados de inmediato.

Iossel nació en Leningrado y se fue a los 30 años. Incluso en el breve tiempo que tuvimos en el escenario, le dio vuelta a algunas ideas preconcebidas sobre Rusia. Su infancia, dijo, fue maravillosa: tenían equipos deportivos, excursiones, maestros extraordinarios (muchas de las mentes creativas silenciadas sobrevivieron trabajando en escuelas). Solo cuando llegó a la adolescencia fue que empezó a sentirse por ese un universo autoritario rígido, controlado, como él lo expresó, por líderes geriátricos. Se unió al movimiento literario subterráneo del samizdat. Y luego se fue. Es el exiliado clásico. Vive tanto aquí como allá, con su fracturado pasado ruso guardado cerca del corazón.

Conté al público sobre mi primer viaje a la Unión Soviética en 1979. Mientras vivía en Londres, obsesionada con Solzhenitsyn y los Mandelstam, aproveché la oportunidad de hacer un viaje de Intourist a Moscú y Leningrado. Un amigo que trabajaba en la BBC me puso en contacto con Kevin Rouane, corresponsal en Moscú.

Otro invitado era un joven sacerdote que había pasado cuatro años en los campos. Le habían retirado el derecho a predicar y solo podía oficiar funerales. En la atmósfera profundamente humana de esa habitación, resonaba en mi mente la voz de Nadezhda Mandelstam: “Hemos probado los caminos del mal”, escribió. “¿Querrá alguno de nosotros volver a ellos?”.

Cuando vi el obituario de la hija de Stalin en The New York Times en 2011, me conmovió profundamente su comentario: “No importa adónde vaya, a una isla, a Australia, siempre seré la prisionera política del nombre de mi padre”. ¿Cómo sería ser esa mujer? Decidí que quería escribir su biografía y llamé a mi editora.

Vladimir Putin sirvió dieciséis años en la KGB. Mencioné que había encontrado una carta de Svetlana, la hija de Stalin, a su amiga, diciendo que no podía creer que en el año 2000 el pueblo ruso pudiera elegir como presidente a un ex espía de la KGB.

Después de la humillante desintegración de la URSS, Putin prometió devolverle a Rusia su antigua gloria, replicando la supremacía del Imperio Ruso bajo los zares. Por supuesto, utilizó una guerra fabricada para asumir el poder. Como escribió Svetlana a su amiga: era “el viejo método ruso de provocación. Los chechenos—tan combativos como son—nunca saldrían de sus montañas para bombardear ciudades en Rusia propiamente dicha”.

No es ninguna novedad, dijo. El Gobierno de Putin es una autocracia de un solo hombre. Se rodea de aduladores y castiga a sus adversarios con una intolerancia política implacable. Ha aislado a los oligarcas desobedientes y ha liquidado a críticos mediante envenenamientos y balazos.

Y luego, por supuesto, como por una lógica inexorable, hablamos del aspirante a gemelo de Putin: Donald Trump, el hombre que prometió hacer a América grande de nuevo.

Mencioné la misoginia de Trump. Una vez publicó un supuesto comentario de una de sus esposas sobre él: “El mejor sexo que he tenido”. ¿Y qué tipo de egoísmo desenfrenado lleva a un hombre a hablar de sí mismo en tercera persona?

Pero dije que, en mi opinión, la gente está subestimando el peligro que representa Trump. Al intentar comprender la aparente deferencia de Trump hacia Putin, algunos afirman que Putin tiene sobre él la amenaza de un escándalo sexual. Otros dicen que Trump ha lavado fortunas de oligarcas.

Iossel comentó que los rusos se ríen de la ingenuidad de Trump al pensar que Putin coopera con él, cuando en realidad lo está manipulando. Trump es un chiste en la televisión rusa.

Fue extraordinario estar sentado con estos expertos. Al recordar esa noche, me quedó claro que lo que Montefiore e Iossel estaban diciendo es que Trump y sus aliados están rehaciendo América.

Y si Putin es el modelo de Trump, debemos recordar que, tras servir dos mandatos presidenciales y pasar al cargo de primer ministro, Putin descubrió cómo, en lo que Montefiore ha llamado una brillante jugada de ajedrez, volver a la presidencia indefinidamente. Trump dijo a NBC News que consideraba quedarse en el poder más de cuatro años, luego aclaró que “no estaba bromeando.”

Fuente: telam

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