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17/05/2025

Andrés Neuman explora la vida de María Moliner, “la heroína que subió la más alta de las montañas”

Fuente: telam

El autor hispanoargentino publicó “Hasta que empieza a brillar”, una obra que destaca el impacto de la lexicógrafa en la lengua española. “Su vida como fundadora de bibliotecas es una novela en sí”, define

>Andrés Neuman acaba de publicar por Alfaguara una novela acerca de la vida de María Moliner. Con el magistral manejo del lenguaje característico de su obra, Neuman nos sumerge en el mundo complejo y maravilloso de la lexicógrafa, bibliotecaria y filóloga española, una de las figuras más importantes de la lengua castellana. Su obra y el diccionario como bitácora de la vida privada de Moliner son algunos de los ejes de esta novela que pone en su sitio a una mujer fuera de serie que creó un diccionario diferente, como la vida que llevó.

—Es una pregunta que para mí pone en el mismo plano dos cosas que en realidad no son comparables, porque la poesía es el fundamento de la actitud ante el lenguaje.

—¿Y por qué pensás que todavía, aun hoy, después de tanta desacralización, que en otra época la tuvo, la poesía sigue siendo considerada por muchos el género más difícil de leer?

Del mismo modo que eso ocurre con la tradición y la vanguardia –y como decía Octavio Paz “con las tradiciones, las vanguardias”–, me parece que pasa con el papel de la poesía. Hay momentos de la historia donde lo oportuno y contracultural es vestirla de paisana, de hacerla muy coloquial, de mezclarla mucho con esa diferencia que decía Machado, tan adorable: la diferencia que hay entre “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa y lo que pasa en la calle”. Entonces hay un momento para lo que pasa en la calle, tanto por los temas como por la forma. Y otro momento donde dicen bueno, está bien, pero esperá, y el aliento de lo sagrado, y la tentación, y la puerta entreabierta a lo trascendente y las grandes preguntas de siempre. Es saludable ese péndulo. Si no se mueve ese péndulo, se muere la poesía. Entonces, es genial.

Yo siempre fui de la idea de que cuando haya un apocalipsis final, que estamos haciendo todo lo posible para que ocurra cuanto antes, solo van a quedar dos cosas: las cucarachas y los poemas. Son como criaturas irreductibles. La poesía ha sobrevivido a sus propias demoliciones una y otra vez. Lo sagrado sería esa forma de prestar atención. Y ahí fíjate cómo aterrizamos de pronto en María Moliner sin querer. Porque su su acepción anómala y poética de cuidar el diccionario de uso, cuando hay una excepción en alguien tan sistemática y obsesiva, como María Moliner y un libro tan unitario y coherente, cuando se produce una ruptura de la propia regla de juego, yo me lo tomo con la declaración de principios y en el Diccionario de uso de María Moliner, la primera acepción de “cuidar” no es la usual, no es la coloquial, es la etimológica: ”pensar”, por la etimología que es cogitare que va evolucionando semántica y fonéticamente cogitare, coitare, cuitar, cuidar.

—Hasta que empieza a brillar se llama tu nuevo libro, que es una biografía extraña, compleja, fragmentada, y a la vez multifacética, de María Moliner. ¿Por qué llegaste a este título, que es hermoso?

—La búsqueda de un título es agónica y es bonita. Y bien, algo de Tántalo. Cuando crees que estás a punto de apresar el núcleo de tu libro y nombrarlo, te das cuenta de que el título es una boludez y no funciona. O se lo comentas a alguien con enorme entusiasmo y no le gusta a nadie de tus referentes cercanos, y eso se suma más al desconcierto. Años estuve en ese estado, como suele ocurrir con los libros, cuando me topo con esta frase de Emily Dickinson (“No conozco nada en este mundo que tenga tanto poder como una palabra. A veces escribo una, y la miro, hasta que empieza a brillar.”) Emily Dickinson era una poeta de cabecera para la generación de Moliner, y fue bibliotecaria y sobre todo, estamos hablando de dos mujeres con vidas y caracteres muy diferentes, pero que tienen en común la capacidad de encerrarse, de recluirse en la lengua para transformarla. Y Emily Dickinson era como una poeta reclusiva, pero que vivía obsesionada por los seres voladores.

Y eso me seducía mucho también de la figura de Moliner. Es una heroína casi anciana que consigue subir la más alta de las montañas al final de su vida, al borde de la jubilación, con un montón de nietos ya a cuestas. Y es ahí cuando el mundo supo quién era María Moliner, a pesar de que había sido docente, una gran bibliotecaria del siglo XX, había fundado una escuela, había abierto casi dos centenares de bibliotecas rurales, las había visitado todas, había elaborado el plan bibliotecario de la España republicana, es decir, había entregado su vida a la cultura y a la lengua, pero solo al final de toda esa vida fascinante es cuando empezamos a saber quién era. Entonces también resumía un poco esta trayectoria de una tenacidad enorme y una capacidad de reaccionar ante la adversidad y también de emprender una misión generosa, incansable, haya alguien o no que esté esperándola.

—¿Cuál es el origen de este libro?

Como cuento en la novela no hay foto de ella en la cocina, ni zurcía calcetines, como tuvo la mala puntería de decir también García Márquez: “Lo que más le gustaba era zurcir calcetines”. Y francamente zurció poco. Es interesante que en el imaginario primero se la haya desposeído de su pasado político, después se la haya situado en un lugar tradicional y de un rol doméstico. La primera vez que me hablaron de ella me dijeron lo escribió en la cocina. En el imaginario colectivo hay gente que estudió su biografía e infinidad de artículos académicos, pero eso no llegó al imaginario. Entonces me preguntaba si la ficción no podía jugar su papel en intervenir en ese imaginario y en retratar un personaje trabajando precisamente desde esos huecos del imaginario de doña María Moliner. Entonces me puse a hacer la tarea muy grata, muy trabajosa, primero de investigar y leer todo, prácticamente lo que hay ante los ámbitos de la gramática, de la lexicografía, de la bibliotecología, de estudios sobre Doña María. Después, leer el par de biografías que hay, y eso me llevó a preguntarme qué es lo que faltaba. Y a pensar en construir una tesis literaria. Y es más una novela basada en la vida de María Moliner que una biografía.

—Una biografía novelada, pensaba yo.

Entonces, me pongo, y esta fue la tarea más literaria, a releer el diccionario de Moliner, pero ya como un libro. Bien, me lo pongo a leer no como filólogo y como lingüista, me lo pongo a leer como un libro. Ya que su vida desemboca en el diccionario, qué nos contará el diccionario de su vida. Me pongo a leerlo en orden alfabético, buscando todas las palabras que definen una vida. Desde la A, de amor o de autoridad; pasando por la C, de cuidar; la M, de mujer, matrimonio o madre; la P de pan, de poesía o patria, etcétera. Y ahí me llevo una sorpresa inmensa, y este creo que es el descubrimiento del libro, porque empiezo a tener la sensación cada vez más firme, corroborada, de que estaba contando su vida.

—Es fantástico eso. Plasmaba su historia como madre, su historia como ciudadana, como trabajadora, cifrado ahí adentro, para el que lo quiera leer.

—Volviendo a la cita de García Márquez sobre si zurcía calcetines, ¿es posible que la mirada romántica que se tiene de Moliner es porque era mujer?

Entonces, en la academia, la definición de madre era “hembra que ha parido”, y en el claustro del Rectorado, qué lugar hay por una lexicógrafa, una bibliotecaria, una intelectual de su generación, entonces, claro que tiene que ver con eso. Pero precisamente por eso a doña María, que le gustaba tanto la etimología de “recordar”, que tiene que ver con volver a pasar por el corazón, con el recordo. Y la ficción es un mecanismo de recuerdo. Entonces me parecía que para recordarla en sus otros escenarios y en su justa medida y calibre, la ficción podía ayudar. Como que cuando leemos una novela o vemos una película o una serie que nos conmueve, y a mí, doña María me conmueve, pasa a formar parte de nuestra memoria afectiva y ocupa un lugar en nuestro imaginario personal, y eso me parece que con un artículo académico o un ensayo o una biografía no se lograba. Hacía falta que doña María fuese personaje.

—Primero, más allá de que como filólogo y estudioso de la lingüística no puede fascinarme más María Moliner. Soy un hablante dislocado de mi lengua. Digamos, exiliado. Igual que ella era una exiliada interior en España por razones políticas, yo siempre me sentí exiliado dentro de mi propia lengua materna, por mi historia familiar y de mi familia exiliada, digamos. Yo me crié en dos lugares, hice la escuela en dos países que presuntamente hablan la misma lengua, que comparten, digamos una gramática, pero no una lengua. Y esto me hizo siempre estar muy perplejo frente a mi idioma. O sea, perdí la certeza, no puedo hablar español sin sentirme confuso, desarraigado y muy dudoso, muy balbuceante, de hecho “balbuceo” es mi palabra favorita del castellano. Y ahí Moliner, que era española pero incómoda para España, escribía en Madrid, pero se pateó media España y ni hablaba ni pensaba como madrileña.

—Hay algo que me quedó de alguna charla nuestra, tuvimos pocas pero las recuerdo todas. Y cuando leí este libro, dije “acá es donde se para él”. Vos te parás en la búsqueda de la definición. Lo hacés en tu poesía, lo hacés en tus cuentos, en vos. Has tenido tu propio diccionario, el de barbarismos. Es como una toma de posición.

Contar la historia de alguien que en vez de tener sus mayores aventuras cuando jovencita emprende la más arriesgada, osada e incierta de sus aventuras en edad de jubilarse y de tener nietos. Y eso me parecía político también, porque, de hecho, en el régimen franquista, una mujer de su edad, en teoría no tenía derecho a hacer lo que hizo María Moliner.

—Es muy hermosa, muy conmovedora. Nunca me lo hubiera imaginado. Primero, porque, bueno, yo tengo un origen extranjero, precisamente por eso a mí me aterraba mucho. Hice la secundaria ahí, la primera vez que voté en mi vida fue en España. A efectos de ciudadanía cotidiana, soy más español que argentino. Además, desde que soy menor de edad, o sea, en la teoría de la Constitución y mi pasaporte, no cabe duda de que soy ciudadano español de pleno derecho. Pero después la mirada social no se construye con tu pasaporte, con la Constitución, por desgracia. Entonces, yo mismo decía cuán intruso puedo ser. Y por eso creo, en mi intimidad, que tardé más de treinta años en animarme a escribir un libro sobre España. Me llevó toda una vida de ciudadanía española atreverme a entrar ahí. Y le entré en el lugar en el que más cómodo me sentí, que es el de la lengua misma, porque, sí, soy filólogo y me dedico a las palabras. Entonces, mi única manera de hablar de la guerra civil, del franquismo, era desde las palabras, no desde las grandes batallas, movimientos, de que este general hizo tal cosa, el golpe de Estado. Eso los españoles lo saben más que yo, y lo escribieron mejor que yo, nadie necesita que yo vuelva a contar cómo fue la Guerra Civil, pero cómo se nombra en un diccionario todo eso es que yo miraba a mi alrededor y no parecían estar escribiendo sobre eso. Entonces me dije: si nadie lo agarra, lo agarro yo. Y por otro lado, era definitivamente un modo de hacer algo que siempre me obsesionó, que es tratar de reconciliar mis orillas porque es una figura querida en Argentina, pero que sale de España y eso es muy raro y muy difícil. Y me parece que ahí el hecho de que su papá huyera a Buenos Aires me abrió una puerta, que era emocional. La recepción fue buena, mucho mejor de la esperada.Y las historias de vida que estoy escuchando a propósito del Moliner y con la excusa de la novela, me están desbordando emocionalmente.

—De todo lo que estudiaste, ¿qué fue lo que más te sorprendió de su vida? Todo lo que me contaste ya es fascinante, estaba documentado. Tiene que haber algo que encontraste que vos no sabías y que te conmovió en este escrito.

—¿Cómo pensás el estado de la lengua española hoy?

El purismo es una postura política, también. Esta cosa de los cristianos viejos y los cristianos nuevos y la pureza de sangre tiene un correlato en la lengua. Una cosa que a mí me asombra es la norma de poner las palabras de otras lenguas en cursivas, que es como una aduana que detecta al extranjero. La pregunta no es si es en cursiva o en redonda. La pregunta es: ¿es oportuno el uso de esta palabra?, ¿dice algo? ¿Se entiende? Entonces no es ni cursiva ni no cursiva. O sea, ¿por qué hay que marcar la procedencia de cada palabra? Sobre todo desde el punto de vista de la historia de la lengua, es un ejercicio francamente vano en la medida en que todas las palabras vienen de otro lado. No hay palabra que no haya migrado. Esos pequeños gestos que parecen ortotipográficos y que son políticos, también, María Moliner tenía una postura rigurosa pero desprejuiciada.

Fuente: telam

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