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10/05/2025

Fabio Morábito y su doble pulsión literaria: “La poesía me trata maternalmente, el cuento me exige”

Fuente: telam

En diálogo con Infobae Cultural, el autor mexicano reflexiona sobre la diferencia vital entre géneros y cómo ambos moldean su forma de pensar y sentir el mundo. “Los poemas son nobles, los cuentos fatigosos”, define

>La obra de Fabio Morábito se erige en el panorama de la literatura contemporánea en español no solo como una cartografía, sino como una exploración meticulosa y sutil de la condición humana. Con una atención obsesiva en los detalles y una economía del lenguaje destacable, su escritura invita a contemplar la belleza, la oscuridad y la posibilidad de encontrar luz en lo cotidiano e inesperado.

—Quisiera empezar con un tema que para mí atraviesa no solamente tus novelas y tus cuentos, sino tu poesía, todo... Y es la idea de las madres.

—La idea de las madres o de lo femenino llama siempre la atención en tu escritura porque, bueno, si pensamos en Jardín de noche, ahí la idea de lo femenino.

—A mí me encantó que tomaras una voz femenina. Me pareció un salto interesante y en cuanto empecé a leer me di cuenta de que todas eran voces femeninas. Es un salto al vacío interesante, un riesgo, pero a la vez me pasó algo inquietante: los temas y las frustraciones de esas mujeres me eran muy cercanas. Todas sus elucubraciones, sus frustraciones.

—Bueno, nunca aspiré a descubrir el alma femenina. No existe eso del “alma masculina mexicana”. Pero nunca me sentí cohibido. Es decir, nunca pensé que alguien vaya a decir “este autor no entiende nada de las mujeres, les atribuye pensamiento, reflexión y sentimiento que nada tienen que ver”. Nunca me preocupó eso por esa misma libertad de imaginación que me permitían esos personajes. A lo mejor el jardín, la obra solitaria, la bebida alcohólica. Todo esto me convencía de una situación real, universal y también no sexual, es decir, no solamente de género. Ahorita, ahorita que estoy hablando contigo, estoy imaginando el mismo libro, pero [con] un hombre, solo en su jardín, esperando algo, a su mujer, tal vez tome un gin tonic al final del día, sospecho que ese hombre se volvería más femenino de lo que acostumbra a ser durante el día en esa hora de espera. Femenino, reflexivo, menos preocupado de esa imagen, como solemos ser los hombres. Sospecho eso, pero pues, puede ser que no.

—Mucho se habla y muchas veces han tratado a tu prosa muy poética, no muy económica, un poco revestida, que yo se lo atribuyo a la poesía y al hábito de la poesía también, que siempre es sintética y mínima. Pero más allá de eso cuando escribís, hay una violencia contenida que viene de algún lado que no es fácil de entender y a la vez que es muy cercano. Hay muchos personajes tuyos que están frustrados.

Un personaje feliz, pleno. ¿Qué haces con él? Lo único que puedes hacer es que dé mil vueltas, peripecias, aventuras porque interiormente está colmado. De hecho, un hombre feliz no escribiría. ¿Para qué pierdo mi tiempo escribiendo? Siempre revelo la violencia, una insuficiencia, o alguna carencia. Los personajes son solitarios. Pero no creas que esa es una característica bastante común en la literatura moderna, ni siquiera contemporánea. Digamos desde Kafka a Dostoyevski, todavía no hay tantos personajes solitarios, ni siquiera en Crimen y castigo, se ve que siempre está acompañado y tiene muy en cuenta los otros.

—El idioma y el lenguaje son clave en tu escritura, no solamente tu escritura en el ejercicio de escribir sino como tema. Por ejemplo en El idioma materno.

—No, lo que pasa es que en ese libro yo me planteé la pregunta ¿por qué me hice escritor? Siempre tuve ganas de hacer muchas cosas. Yo terminé por ser escritor, y dije “debe haber alguna razón muy, muy concreta”, algo que me ocurrió, algo que leí y obviamente no encontré esta situación espectacular, sino que confluyeron muchas cosas. Deben ser tantas que la verdad me da flojera buscarlas todas. Y yo creo que la mayoría de los escritores podría decir lo mismo.

Ahora me preguntan mucho sobre eso y por eso yo hablo de eso. Pero no es una necesidad interior. Es decir, cuando escribo no estoy pensando “soy alguien de lengua materna distinta”, aunque las interferencias son bastantes, no son muy frecuentes. Ocurren interferencias muy concretas, y sí, pero es el italiano. Esta palabra no existe en español. A veces me tengo que levantar para checar que esa palabra no existe en español o existe, pero hoy es una palabra en desuso. O sea, las interferencias sí existen por ser lenguas tan cercanas, pero no es, digamos, una preocupación permanente. Yo soy bastante optimista en general. Entonces lo que es una carencia tiendo a transformarla muchas veces en una profunda riqueza, una ayuda.

—Yo veo un mapa de tu obra, puedo describir, pero me gustaría saber si vos tenés en tu cabeza al estilo Onetti, o Saer, al estilo Macondo, un lugar geográfico, imaginario o real en el que se desarrolla la vida de todos tus personajes. O cada libro o cada cuento es independiente del otro.

Pero necesito el abrigo del espacio y entonces en ese sentido, el paisaje en Jardín de noche... O sea, lo que me dio fue el jardín. Vivir en un jardín o estar en un jardín es cambiar tu naturaleza, es muy distinto a estar entre las paredes de tu casa. Y por ejemplo, en uno de los cuentos tú recordarás la mujer que hay una tormenta y termina desnuda en el pasillo porque se tiene que quitar la ropa manchada de barro. Y si bien está desnuda en la casa, en el porche, en el jardín está a gusto, está abrigada, está cómoda. Pareciera que la casa, que es la que tiene que dar la protección real, en realidad te desampara. Y el jardín, en cambio, secretamente, es lo que te protege. ¿Por qué? Bueno, porque a lo mejor hay una mayor vinculación sentimental con este mundo que a pesar de ser un mundo a la intemperie, finalmente es un jardín. Es un mundo cerrado, protegido. Hay esa ambivalencia. En cambio, las paredes son sinónimo de sofocación. Aquí te puedes enclaustrar y ya no te van a permitir salir. En mí muchas veces, el espacio siempre determina lo que hacen los personajes.

—Y siempre hay esta idea de la opresión como un encarcelamiento.

—Hablemos un poco de tu poesía.

La mayor concentración, la mayor premeditación... No te puedes perder una frase si la entendiste mal, a lo mejor se echa a perder toda la historia. Y por eso también me atrae mucho, porque es como decía Hemingway, abatir un león.

—En la poesía como que ella misma se encarga un poco del iceberg, estás un poco más inconsciente. Por eso de pronto te puedes guiar por el sonido, entonces no sabes muy bien por qué pusiste esa palabra. Pero la dejas porque crea una resonancia de sonido con otros versos, te ayuda la poesía en ese sentido. Te trata como un poco maternalmente. El cuento, no; tienes que responder por cada palabra. Entonces, es más fácil la vida del poeta. En un sentido más vital, porque no necesitas cambiar tanto, necesitas más bien aflojarte. Además de que los escribo un poco de la misma manera, porque los cuentos nunca sé muy bien a dónde van.

Y con la poesía, igual. Por ejemplo un poema mío sobre los columpios. Yo oí una vez un rechinido de un columpio porque vivía cerca de un parque donde había una parte infantil. Y un día al oírlo me vino “los columpios no son noticia”, y dije ese es el principio de un poema. Otro poema de los que citan bastante por ahí, sobre la mudanza a fuerza de mudarme. Y esa primera frase, o sea, es un principio de frase. Pero en ese principio dije ahí hay un poema. Y yo creo que un escritor madura por ese lado cuando sabe de todas las ocurrencias, de todos los estímulos que recibe cuáles son los que hay que atender. Este sí es para mí, vale la pena que yo lo trabaje porque se te ocurren muchas cosas; pero la mayoría no, no te conciernen, no sirven. Entonces creo que parte de la madurez de un escritor es, en ese sentido, conocerse por ese lado, saber hacer eso y si vale la pena.

—¿Estás escribiendo ahora?

—Bueno, la mirada del otro es importante.

[Fotos: prensa Riverside Agency]

Fuente: telam

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