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04/05/2025

Un inversión térmica repentina, cinco muertos y el nacimiento de un homenaje global dedicado al coraje y entrega de los bomberos

Fuente: telam

El Día Internacional del Bombero homenajea a cinco voluntarios que murieron en 1998 durante un incendio forestal en Linton, Australia. En la Argentina, más de 58.000 personas forman parte de los cuarteles que enfrentan emergencias en todo el territorio

>La tarde del 2 de diciembre de 1998, un calor agobiante, con temperaturas superiores a los 30°C, se posaba sobre Linton, un pequeño pueblo rural en el estado de Victoria, en Australia. El viento soplaba seco, la vegetación estaba marchita y las temperaturas extremas transformaron el paisaje en un terreno inestable, propenso a la tragedia. En ese contexto, se inició el foco de un incendio forestal, aparentemente accidental, que comenzó a expandirse en las afueras del pueblo. El humo oscuro comenzaba a tapar la vista de manera amenazante mientras el fuego avanzaba de manera veloz.

Con la vocación de cumplir con el deber, corrieron a sofocar el fuego, sin saber que quedarían atrapados entre las llamas y que esa acción heroica sería la ultima de sus vidas. La tragedia conmocionó al país y sembró la semilla de lo que, meses más tarde, se convertiría en el Día Internacional del Bombero.

Había humo en el aire, pero nadie imaginaba lo que estaba por suceder. Según determinó la investigación oficial de la Country Fire Authority (CFA), todo comenzó con una chispa. Una pequeña chispa —tal vez una máquina, tal vez un descuido humano, nunca se supo— en un terreno boscoso a las afueras de Linton. El fuego, al principio pudo ser contenido, pero a su paso encontró vegetación reseca y el viento se convirtió en su mejor aliado: se expandió, cambió de forma, de dirección, de velocidad. Y en minutos, dejó de ser un foco para convertirse en amenaza letal.

Las llamas, primero impulsadas hacia un sector que parecía seguro, cayeron sobre una de las autobombas. Allí estaban Stuart, Jason, Garry, Christopher y Matthew. Quedaron atrapados sin la remota posibilidad de escapar. El camión desapareció en la humareda y el fuego no dio respiro. Minutos después, Simon Scharf, compañero de dotación, supo por radio lo que había ocurrido.

“Cuando recibí el llamado de que habían sido alcanzados, sentí náuseas de inmediato... No podía respirar”, diría años más tarde en una entrevista con ABC. Colgó y fue hasta el lugar para ver lo que quedaba. “Había árboles ardiendo por todas partes. Encontramos el camión. Estaba destruido”, contó.

En medio del dolor, la teniente de bomberos, Julie Jane Edmondson —conocida como JJ Edmondson—eligió actuar, necesitaba hacer algo. Estaba especializada en ejercicios de seguridad y entrenamiento de la profesión que hermana a los voluntarios. Ella hablaba de “ser parte de una gran familia”, por eso quedó muy afectada con las muertes de sus compañeros. Redactó una carta, no para buscar culpas, sino para proponer algo: pidió que el mundo recordara esa tragedia y que existiera un día para recordar a los que murieron en cumplimiento del deber.

“El papel de un bombero en la sociedad actual —ya sea en entornos urbanos, rurales, naturales, voluntarios, profesionales, industriales, fuerzas de defensa, aviación, deportes de motor u otros— es de dedicación, compromiso y sacrificio, sin importar en qué país residamos y trabajemos. En el servicio de bomberos, luchamos juntos contra un enemigo común: el fuego, sin importar de qué país venimos, qué uniforme usamos o qué idioma hablamos”, escribió.

Desde entonces, cada 4 de mayo, en escuelas, cuarteles, plazas y memoriales, las sirenas suenan no por emergencia, sino por memoria. En honor a Stuart, Jason, Garry, Christopher y Matthew, y a tantos otros miles de bomberos voluntarios.

En la Argentina, el compromiso y vocación de los bomberos voluntarios tiene raíces profundas. El primer cuerpo de bomberos voluntarios se fundó en el barrio de La Boca en 1884, por iniciativa de un grupo de vecinos liderado por Tomás Liberti, un inmigrante genovés que vio cómo las llamas consumían parte del puerto sin que nadie pudiera actuar a tiempo. Desde entonces, la red de bomberos voluntarios creció hasta convertirse en un pilar de la defensa civil.

A lo largo de estos años, surgieron muchas figuras destacadas que dejaron huella en la actividad de los bomberos. Uno de ellos fue José Luis Moure, jefe de los Bomberos Voluntarios de San Fernando, quien murió en 2002 durante una operación de rescate. En Barracas, nueve servidores públicos murieron en 2014 durante el incendio del depósito Iron Mountain, en uno de los peores siniestros urbanos recientes.

Entre ellos se encontraba Anahí Garnica, la primera mujer bombera del cuerpo activo de la Policía Federal Argentina en morir en servicio. Tenía 27 años y era suboficial ayudante. Había comenzado como voluntaria en el cuartel de La Matanza y se unió a la fuerza en 2001, movida por una vocación temprana que la llevó a romper moldes en un ambiente históricamente dominado por hombres. El 5 de febrero de 2014, participaba del operativo para controlar el incendio en el depósito de archivos Iron Mountain cuando una pared del edificio colapsó sobre ella y otros compañeros. Su cuerpo fue hallado entre los escombros. En el acto oficial posterior, fue ascendida póstumamente al grado de subinspectora, y desde entonces su nombre es un símbolo de entrega y de lucha por la igualdad dentro de las fuerzas. “Ella murió haciendo lo que amaba”, diría su madre en una de las tantas ceremonias en su memoria.

En los últimos años, los bomberos argentinos debieron enfrentar algunos de los incendios forestales más graves de la historia reciente. En Córdoba, por ejemplo, los veranos se convirtieron en sinónimo de alerta. Allí, las brigadas locales y voluntarios de otras provincias debieron combatir las llamas durante jornadas de más de 12 horas, atravesando cerros, sierras y campos, a menudo con escasos recursos.

En Corrientes, en el verano de 2022, hubo incendios que arrasaron con más de un millón de hectáreas, incluyendo esteros, campos y zonas rurales. Allí, los bomberos trabajaron día y noche junto a personal de Parques Nacionales y pobladores locales, con temperaturas superiores a los 40°C y vientos que complicaban cada maniobra.

En todos los casos, la vocación, entrega, y una red solidaria que se activa aun en condiciones adversas estuvo presente. Con turnos extendidos, uniformes empapados en humo, y muchas veces sin dormir, los bomberos —en su mayoría voluntarios— se convirtieron en el último límite entre el fuego y la vida de cientos de familias, animales y comunidades enteras. Algunos regresaron con el cuerpo agotado. Otros, con heridas. Otros, no regresaron.

Fuente: telam

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