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26/04/2025

Ecocrítica literaria, una nueva forma de leer la naturaleza en los libros

Fuente: telam

La relación entre la literatura y el medio ambiente se desarrolla a través de los libros: desde “Walden” de Henry David Thoreau hasta “Distancia de rescate” de Samanta Schweblin

>Así como se puede estudiar la literatura desde un punto de vista feminista, poscolonial o materialista, existe la mirada ecocrítica, que es aquélla que intenta dar cuenta de la relación entre la literatura y el medio ambiente. No debe confundirse este estudio con la escritura explícita de textos que hablen de ciertos temas que están en boga.

En ese sentido, la ecocrítica no es la excepción a la regla de la academia y aborda lecturas que difícilmente se hayan percibido como ecológicas en su época. El gran ejemplo de estudio pormenorizado de la ecocrítica es el ensayo Walden, la vida en los bosques escrito en 1854 por Henry David Thoreau.

En 1978, el académico norteamericano William Rueckert acuña el término “Ecocrítica” en un ensayo que titula Literatura y ecología: un experimento de ecocrítica. En este texto fundacional se sientan las bases de lo que luego dará forma a este campo de estudios. Desde sus comienzos este lente buscó dar cuenta de la relación entre la literatura y la ecología, en el sentido de que la literatura puede pensarse como un sistema de transferencias e interacciones, tal como sucede en los ecosistemas naturales.

Entonces, Rueckert plantea un análisis de la literatura que se haga desde la aplicación de principios ecológicos. Términos como “energía” o “sustentabilidad” pueden aplicarse al estudio literario, como también la perspectiva ecológica desde aquéllos textos que representan la naturaleza y se relacionan con las preocupaciones ecológicas.

Ya para finales de los 90, la ecocrítica pasó a integrar los departamentos de estudios culturales de las universidades más importantes del mundo bajo la misma ala que los estudios coloniales, poscoloniales, feminismo, estudios queer, etc. Siempre, y desde ya, formando parte de los estudios periféricos de los grandes temas de las Humanidades.

En su libro Nunca fuimos modernos (1991), Bruno Latour sostiene que la modernidad separa falsamente la naturaleza de la cultura, cuando en realidad están profundamente entrelazadas. El ecocriticismo, especialmente en su segunda oleada, se alineó con esta idea al enfatizar que la literatura no debe reforzar una división estricta entre los humanos y el medio ambiente, sino más bien explorar sus interconexiones.

Un gran salto para los estudios ecocríticos fue también la publicación del ensayo El clima de la historia en una era planetaria de Dipesh Chakrabarty en 2009. Podremos decir que, junto con los trabajos de Bruno Latour, brindó un marco teórico fundamental en el desarrollo de la idea del Antropoceno. En su ensayo seminal, Chakrabarty explora el cruce entre la historia, el cambio climático y el Antropoceno y urge a repensar las perspectivas desde las que observamos la historia centradas en el humano para enfocarnos en una mirada planetaria.

De la misma manera que Latour, Chakrabarty ancla su hipótesis en la modernidad y la Ilustración y presenta algunas hipótesis clave que desafían los marcos históricos y políticos tradicionales a la luz del cambio climático, y para eso se detiene en “la era del antropoceno” y desde ese lugar enmarca su tesis: el antropoceno no es un período histórico sino una forma diferente de ver las eras geológicas, una ruptura en las formas que tenemos de concebir la historia.

Chakrabarty se detiene en analizar cómo la modernidad entendió la forma de contar la historia al separar a los humanos de los museos de historia natural, y distingue entre la historia humana (registrada a través de la cultura y la civilización) y la historia planetaria (las transformaciones geológicas de la Tierra). De esta manera, la historia natural se disocia de las narrativas de la historia de la humanidad.

Parte de las consecuencias de esta separación se ven reflejadas en el cambio climático ya que, según se plantea desde la ecocrítica, nuestra mirada del planeta (al que llamamos mayormente “mundo”) se separa del resto de la naturaleza para observarla, analizarla, estudiarla y sobre todo explotarla para el beneficio de los humanos. Basta recorrer cualquier museo de ciencias naturales, muchos de los cuales se fundaron durante la época colonial, para entender a primera vista cómo reflejan a menudo una visión del mundo occidentalista y en muchos casos nacionalista.

Uno de los libros más apasionantes para discutir la mirada ecológica de la literatura es The Great Derangement (El gran desvarío, mi traducción del título) de Amitav Ghosh. Es fascinante. Ghosh se pregunta por qué, si el cambio climático es tan acuciante, la literatura no está dando cuenta de ello. De esta manera, explora cómo las novelas modernas muy pocas veces incorporan catástrofes climáticas y en su lugar se centran cada vez más en narrativas personales.

Claro que podemos pensar en la ciencia ficción como la gran abanderada de las catástrofes climáticas y su interacción con los humanos, dice Ghosh. Pero la ciencia ficción rara vez ocupa las páginas de reseñas de los suplementos “serios” de los diarios que marcan la tendencia en las lecturas. Si lo pensamos, casi toda la literatura de ciencia ficción o de anticipación sucede en medio de cambios climáticos y catástrofes naturales mayormente provocadas por los humanos.

Ghosh hace una salvedad interesante sobre la literatura poscolonial, particularmente india (él es de origen bangladesí). Su tesis es que ya que los países en desarrollo basan su economía en la explotación de la tierra, son los que paradójicamente están sufriendo en mayor medida los cambios climáticos. Atrapados en esa economía de materia prima, no encuentran más salida que la explotación abusiva de la tierra con la consecuente destrucción de los ecosistemas.

Siempre el desborde de la literatura se hace desde el centro hacia las periferias, y seguramente ni Latour, ni Ghosh ni Chakrabarty hayan leído textos de este lado del continente, donde el tema del cambio climático asociado a la economía y la explotación excesiva de la tierra aparece con todas las características de la ecoliteratura. Aquí, los cuentos del libro Ustedes brillan en lo oscuro de la escritora boliviana Liliana Colanzi, o las novelas Distancia de rescate de Samanta Schweblin y Hay que volver a las casas de Ezequiel Pérez, o la Trilogía del agua de Claudia Aboaf —para nombrar solo algunos— son ejemplos claros en los que la naturaleza no es solo un telón de fondo, sino que es una fuerza con agencia: la injerencia de los humanos crea los cambios que luego nos afectan, y los paisajes tienen roles activos, y se imponen ya sea de manera benigna, amenazante o indiferente, pero presente.

Seguramente a estas alturas ustedes estén pensando en Cormac McCarthy, Philip K. Dick, Ray Bradbury, Mary Shelley, Las uvas de la ira de John Steinbeck o Fogwill en su grandiosa Los pichiciegos, solo para nombrar algunas de las grandes obras que hoy pueden ser resignificadas desde una lectura ecocrítica que les dé nuevas alas y vuelva a traerlas al centro de nuestras lecturas contemporáneas.

O, en las palabras de la poeta australiana Judith Wright, en el final de su poema Australia, 1970:

el arroyo seco, el animal furioso,

que nos arruina aquéllo que matamos.

Fuente: telam

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