22/04/2025
Flores despide a Francisco, su vecino más importante: el pedido desde el altar de la iglesia en la que decidió ser sacerdote

Fuente: telam
El barrio en el que nació y creció lo recuerda con lágrimas, anécdotas y los colores de San Lorenzo. En la basílica, le dedicaron rezos, aplausos y muchas lágrimas
>Parece un lunes como cualquier lunes en el barrio de Flores. Un lunes de bocinazos y algún insulto en Rivadavia y Rivera Indarte, de alguna parejita adolescente rateada en la Plaza Pueyrredón a la que nadie llama así porque todos llaman igual que al barrio, de fila de jubilados en la vereda de la enorme sucursal del Banco Nación.
Parece un lunes normal, pero “A mí una charla con Jorge Bergoglio me torció el destino”, le dice Carlos Couceyro a Infobae. Tiene 84 años y está parado en Membrillar al 500, frente a la casa en la que vivió la familia Bergoglio cuando los cinco hijos eran niños y adolescentes. Carlos era, sobre todo, amigo de uno de los hermanos de quien se convertiría en Papa: eran más parejos de edad.
Todos jugaban a la pelota juntos en la calle, nadie cerraba la puerta de casa, el partido se interrumpía sólo cuando pasaba el carro del lechero, del heladero o de la basura.“Y cuando crecimos, yo me puse a estudiar para técnico químico en el Huergo, en Caballito. Pero me iba mal ahí, no me gustaba, era muy severo el clima. Jorge había estudiado lo mismo pero en la Escuela Industrial Nº 27, en Floresta. Entonces mi mamá me dijo que le preguntara qué tal, y él me orientó, me alentó mucho a cambiarme de escuela, me dijo que me iba a ir bien”, se acuerda Carlos.La charla, cortita, fue en la calle en la que años antes jugaban todos al fútbol. Couceyro le hizo caso, se cambió de colegio, se adaptó sin problemas e incluso se convirtió años más tarde no sólo en técnico químico sino también en licenciado universitario en esa misma disciplina. “Me marcó la vida ese apoyo”, recuerda.En la puerta de la casa de la calle Membrillar, donde ya no vive ningún Bergoglio, crece un altar. Hay velas, flores azules y blancas, un gorro de San Lorenzo -el club fundado por un cura del que Bergoglio fue fanático- y papelitos que dicen “¡Gracias, Francisco!”. No sólo los más vecinos llegan hasta esa puerta señalada con una placa de la Legislatura porteña.En la esquina, en la plazoleta Herminia Brumana, cuatro vecinas se ponen de acuerdo: van a ir a la misa de las 19 en la Basílica de San José de Flores. Es ahí donde, en un confesionario, Jorge Mario Bergoglio le contó a un sacerdote que “había sentido el llamado de Dios” y que entraría en el Seminario para ordenarse cura.
Una de las cuatro vecinas ya estuvo en la misa de las 8 y de allí trae información fresca. “La misa de la tarde la encabezará García Cuerva”, avisa a sus compañeras de mañanas de sol en ese pedacito de barrio en el que, hace ocho décadas, el futuro Papa jugaba al fútbol y en el que ahora una gran placa en el piso recuerda esos tiempos: “Eran tarde de juegos, encuentros y amistad”, dice. La fecha del inicio de su Pontificado, 19 de marzo de 2013, se lee entre las hojas que el otoño dejó caer allí.“Es un día para rezar, para estar con Dios. Para darle las gracias a Francisco y pedirle que nos proteja. A su iglesia, que tanto amó, a su parroquia”, dice el párroco Martín Bourdieu desde el altar de la Basílica San José de Flores. La iglesia, a la que la familia Bergoglio iba durante su niñez y su adolescencia, tiene un confesionario en el que ahora hay una vela encendida. Un cartel cuenta que ese fue el que usó un jovencísimo Jorge para contarle al párroco que había sentido “una revelación” y que dedicaría su vida a ser un hombre de fe.“Somos del barrio de toda la vida. Mi mamá tiene 90 años, más que el Papa. Lo vimos aquí dar misa, conocíamos su cercanía con el barrio. Nunca dejó de estar cerca de Flores, aunque no haya vuelto al país ya convertido en Francisco. Estamos muy tristes, muy tristes, porque era maravilloso pensar que el argentino más importante de la historia pensaba tanto en algo tan de todos los días como nuestro barrio, nuestras calles”, dice Carmen.
Cerca del confesionario, en esta iglesia románica construida a fines del siglo XIX cuando este pedazo de tierra era todavía considerada una zona rural por fuera de la ciudad, dos pinturas muestran a Bergoglio rodeado de sus fieles. En una, se ve esta basílica de fondo; en otra, la de San Pedro, desde la que En el atrio de la iglesia de Flores hay cronistas en inglés, en portugués, en italiano, en ruso, en francés. Le cuentan al mundo en todos esos idiomas que el Papa que acaba de morir salió de esta iglesia decidido a dedicar su vida a la fe. Eso que sintió como una revelación y que se convirtió en su vocación lo llevó a ser el primer Sumo Pontífice nacido en Latinoamérica, ese que asomado al balcón de San Pedro dijo, el día que lo eligieron, que había venido “casi desde los confines de la Tierra”.
Mientras la noticia de la muerte de Francisco y todas sus repercusiones recorren el planeta, en Flores lo lloran las señoras que andaban haciendo las compras y se apuraron para llegar a misa, los estudiantes secundarios de las escuelas parroquiales de la zona, una pareja de tucumanos que estudian en Buenos Aires y viven a unas cuadras de la basílica, los sacerdotes que desde el altar le piden que los cuide a ellos y a todos los que, en términos de fe, dependen de esa parroquia que fue la suya.
Fuente: telam
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