18/04/2025
Si es pesado, no es arte: la provocadora tesis de Juan Cárdenas

Fuente: telam
Con ironía y erudición, el escritor colombiano critica los excesos de lo moderno y la mediocridad disfrazada de compromiso
>El escritor y crítico literario colombiano Juan Cárdenas, explora en La ligereza, su último libro de ensayos una cantidad de asuntos insoslayables y urgentes de abordar: las modas y el mercado, los equívocos raciales, la cuestión de la autenticidad, el exilio literario y la lengua expandida como lugar de pertenencia, los usos y abusos de la identidad, la recuperación de un pensamiento político utópico alejado de los lugares comunes para imaginar formas innovadoras y futuros posibles desde América Latina.
Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza. No importa cuán pesado luzca, no importa si sus procedimientos y sus materiales evocan el fárrago o la mole. El gran arte siempre parece flotar, cosa tanto más sorprendente si se trata de objetos voluminosos: las catedrales góticas, como naves espaciales a punto de despegar; los párrafos de Rabelais y Cervantes; cualquier página de Onetti; las conversaciones diabólicas de Thomas Mann; la composición abisal de Velázquez; los edificios de Lina Bo Bardi. Obras pesadas pero que logran suspenderse en el aire, no sabemos si a pesar o a causa de su densidad. La ligereza, por tanto, como seña del gran arte. Dan ganas de soltar esta fórmula: si no flota, no es arte. Si se hunde, casi con toda seguridad, no será gran arte.
Tampoco es fácil distinguir la ligereza. Por desgracia vivimos en un mundo que confunde la ligereza con la frivolidad. Y no hay nada más pesado, nada más insoportablemente pesado que la frivolidad. La frivolidad en el arte es una rama triste de la repostería: ese merengue que promete quebrarse y liberar un polvillo etéreo y, sin embargo, al mínimo contacto con los dientes acaba derramando dentro de la boca el veneno cremoso y multicolor de la ideología dominante. Nadie sabe cómo se movieron las gigantescas piedras con las que se construyeron los templos y los monumentos de la Antigüedad. A mí se me ocurre una respuesta elemental: arte. Si algo pesa demasiado, basta un poco de arte para moverlo.
Hay quienes creen que escribir como Dante o George Eliot es difícil. Y esa gente tiene razón: es extremadamente difícil. La cosa es que ni Dante ni George Eliot se molestan en ocultarlo. Lo que hacen es tremendamente exigente y así te lo hacen saber. Siempre hay alguna forma de virtuosismo involucrada en el arte. Todo gran artista es, a su manera, un virtuoso de algo, aunque la obra de arte dista mucho de quedar reducida a una exhibición de habilidades extraordinarias. El virtuosismo brilla en exceso allí donde no hay ligereza, donde no hay arte: la canción de rock sinfónico con un solo de guitarra eléctrica interminable, ejecutado a toda velocidad y sin atisbo de levedad. Lo veloz no siempre es leve, porque la velocidad es relativa, de ahí que haya cosas lentísimas que, aun con una masa enorme, pueden volar, como las nubes o las Gymnopédies.
Y qué decir de ese afán por emular el fisiculturismo: trescientas páginas escritas de un tirón sin un solo punto, treinta y seis narradores combinados, nueve puntos de vista, saltos de tiempo que te dejan bizco, estructura fractal, descoyuntamientos, papiroflexia y otras ingeniosidades. La musculatura aceitosa reflejada en el espejo del obramaestrismo. Esto parece arte, ergo debe de ser arte. Algunas obras que juegan con el universo de los niños son ligeras; otras se hunden como pesos de plomo por cuenta de su regodeo en el infantilismo. Lo infantil no es necesariamente leve. Al contrario, los niños y, en particular, las historias que se cuentan desde su perspectiva, suelen disimular una insufrible pesantez bajo el barniz de la inocencia o de la fantasía entendida como consuelo metafísico, como refugio de autenticidad ante los horrores del mundo adulto. La manida perversión de los niños también acaba por aburrir a cualquiera y por eso su aprovechamiento artístico es escaso.Pasa lo mismo con los relatos de los sueños sin ningún contexto. Si bien las imágenes de un sueño pueden acabar nutriendo un objeto flotante, la norma es que lo onírico caiga por su propio peso, generalmente sin otra utilidad que la psicología (otro enemigo del arte). Demasiado humano, demasiado subjetivo. El arte se hace pesado por su excesiva pretensión de secularidad. El arte se hace pesado por su excesiva pretensión de religiosidad. El soplo de lo leve solo surte efecto si logra transportar lo humano a lo divino, y lo divino, al reino de los animales, las plantas, los hongos y el barro en un vaivén que no se resuelve en ninguno de los puntos que toca. Lo aterrador tiene una le- vedad peculiar, porque el arte que se acerca al horror –y quizá todo gran arte lo hace de algún modo– nos permite asomarnos al reino donde penan los dioses de las religiones muertas, el Uku Pacha de los pueblos andinos, el inframundo, de donde también brota el agua de los manantiales. Quien haya bebido el agua de un manantial en una montaña de los Andes sabe a qué clase de levedad (y horror) me refiero.El arte que, en nombre del arte, se esfuerza por apartarse de toda discursividad política acaba sucumbiendo al peso de una prohibición. Y nada más pesado que las prohibiciones: mejor no hablar de política, así no echamos a perder la obra ni le aguamos la fiesta a nadie. En su tiempo nadie le habría exigido a Dante que no hablara de política. La Comedia está escrita con una vocación que no es menos piadosa que panfletaria, resentida y retaliativa, pero los frívolos defensores del arte por el arte prefieren obviar esa oscura ley de la flotabilidad de los cuerpos artísticos. Si flota, es político. Si no es político,no flota, por mucho que hable de política o por mucho que trate de ilustrar alguna de las doctrinas de moda. Esto último es lo que le sucede a buena parte de la literatura feminista, queer, ecologista o antirracista que se escribe hoy. Exponer una doctrina de moda bajo las fórmulas muertas de la modernidad no es hacer política, mucho menos arte.
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Las formas en las que se está mostrando, publicitando y vendiendo el arte comprometido hoy están matando el arte y nos están matando de aburrimiento. Se está hablando de cualquier cosa menos de arte y menos de literatura.- La censura no está puesta hoy en lo que se puede decir porque se supone que se puede decir todo. La censura hoy opera interrumpiendo y quitándole peso al acto de la lectura. La clave de todo esto es que nadie está leyendo. Tú puedes decir lo que sea porque da igual, porque nadie lee; lo que no está ocurriendo es ese cuerpo a cuerpo entre lector y texto. Me parece que, al haber desaparecido la crítica, al desaparecer los espacios institucionales donde se producía esa crítica, entendida la crítica como espacio público, el único ente regulador de las actividades literarias y artísticas es el mercado.
- Todo gran arte aspira a la condición elemental del pan. Todo gran arte aspira a la noble popularidad del olor que sale de los alveolos de una hogaza recién horneada. Un olor que viaja con facilidad por las calles, por las plazas vacías a la madrugada, a la hora de los panaderos, un olor esbelto y persuasivo como el Manifiesto comunista.
- La frivolidad en el arte es una rama triste de la repostería: ese merengue que promete quebrarse y liberar un polvillo etéreo y, sin embargo, al mínimo contacto con los dientes acaba derramando dentro de la boca el veneno cremoso y multicolor de la ideología dominante.
- Si flota, es político. Si no es político no flota, por mucho que hable de política o por mucho que trate de ilustrar alguna de las doctrinas de moda. Esto último es lo que le sucede a buena parte de la literatura feminista, queer, ecologista o antirracista que se escribe hoy. Exponer una doctrina de moda bajo las fórmulas muertas de la modernidad no es hacer política, mucho menos arte. En nuestros tiempos casi nada de lo que se considera militante es capaz de flota♦ Nació en Popayán, Colombia en 1978.♦ Es crítico de arte, traductor y autor de las novelas Zumbido (2010), Los estratos (2013, Premio Otras voces, otros ámbitos), Ornamento (2015, Sigilo), Tú y yo, una novelita rusa (2016, publicada en la Argentina por la editorial artesanal Ninguna Orilla), El diablo de las provincias (2017), Elástico de sombra (2019) y Peregrino transparente (2023, Sigilo) así como de los libros de relatos Carreras delictivas (2006) y Volver a comer del árbol de la ciencia (2018, Sigilo). Ha traducido a numerosos autores, entre ellos Joseph Conrad, William Faulkner, Nathaniel Hawthorne, Norman Mailer, Eça de Queirós y Machado de Assis.
Fuente: telam
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